viernes, 20 de julio de 2012
Telemarketing
Algún benefactor o benefactora de la humanidad ha tenido una idea brillante: instalar en un presidio femenino brasileño un centro de capacitación profesional que convierta a las reclusas en operadoras de telemarketing. Podría ser, supongo, un primer paso para que los presidios albergasen centros de telemarketing operados por los presos o presas. Al principio -pero sólo al principio porque nos habituamos con rapidez- eso podría ser dudoso para el sector. Los clientes, pocas veces bien dispuestos, se sentirían intimidados al adquirir seguros o tarjetas de créditos ofrecidos por una voz anónima desde una cárcel. Y ese temor sería más agudo en Brasil, donde las mafias de narcotraficantes ya vienen demostrando hace tiempo que son un sector puntero de la economía, y han organizado en las cárceles un departamento muy importante para el desarrollo de sus servicios. Centrales de telefonía móvil coordinan desde las mazmorras el tráfico de crack, o emiten las órdenes para secuestros, ejecuciones o incluso ataques a la policía. En algunos casos, gracias al avance de los medios de comunicación, es posible realizar todo el servicio desde la cárcel. Es el caso de los secuestros virtuales: se mantiene bloqueado u ocupado el móvil de la víctima mientras se comunica su secuestro a sus familiares y se les exige el pago de un rescate: en muchos casos la familia realiza rápidamente una transferencia a una cuenta corriente que los delincuentes controlan, y todo acaba a contento para todos. Los gángsters reciben su dinero, la familia obtiene de vuelta al ser querido sin deterioro físico ni psicológico -pues ni siquiera percibió que había sido secuestrado- no son necesarias violencias ni zulos, y ni siquiera los ciudadanos de bien tienen que quejarse de que los secuestradores no sean presos: ya lo están.
Así que la idea del benefactor o benefactora es brillante no por su originalidad sino porque ha captado la afinidad profunda entre un medio ambiente y una actividad económica. Tiene el mérito también de romper con esa noción ya muy anticuada que imagina la regeneración de los presos por medio del trabajo manual, como carpinteros, mecánicos, costureras, etc. Sin contar con el engorro que representa poner en manos de presidiarios formones, tijeras, agujas o atornilladores, esa idea es incompatible con el espíritu de los tiempos, que nos va redimiendo poco a poco de la maldición del trabajo manual, permitiendo que nos dediquemos a actividades más propiamente humanas como sentarnos en una silla a manejar un teléfono.
Es más, la idea es brillante porque facilita la reinserción, al difuminar el contraste entre la vida de los presos en la cárcel y la vida honrada que pueden llevar fuera de ella cuando rehabilitados. Nunca he estado en una oficina de telemarketing, pero no es difícil imaginar que deben ser lugares confortables, más o menos como la cabina de clase económica de un avión pero con la ventaja de que en lugar de pagar se cobra -muy poco, supongo- por permanecer allí durante unas horas. Seis, ocho o diez o doce, no sé cómo andan las costumbres laborales en ese sector. Azafatas o azafatos pasarán también por las filas de operadoras y operadores, comprobando que realizan su trabajo de acuerdo con lo esperado. Y ese trabajo no supone andar manipulando herramientas peligrosas ni sustancias tóxicas, sino hacer lo que, a juzgar por el consumo masivo de telefonía, es el principal deseo de la gente: comunicarse con los otros y hacer un millón de amigos a través de no importa qué distancias.
Bien, alguna mente sombría podría decir que la oficina de telemarketing le recuerda más bien a la sentina de los remeros de una galera. Pero eso es injusto: los galeotes iban a las galeras encadenados, y los operadores de telemarketing dan gracias de poder ir a su oficina, tal como están las cosas. Las galeras eran cosa de épocas pasadas en que la esclavitud predominaba, y cada época tiene el tipo de trabajo que le corresponde.
Hoy por hoy, el sector del telemarketing es uno de los más prometedores, y un número cada vez mayor de jóvenes tienen en él su futuro. Es verdad que, lejos de encontrar un millón de amigos, los operadores se encuentran a menudo con interlocutores más bien hostiles, molestos contra esa voz a menudo con un acento raro que interrumpe sus quehaceres o su descanso. Pero eso es algo que nos corresponde a todos nosotros mejorar. Ciudadanos y ciudadanas, tratad bien a los operadores de telemarketing: daos cuenta de que vuestros hijos lo serán cuando crezcan. Y si ya están en el extranjero para perfeccionar su inglés podrán competir en el mercado con los operadores de la India y el Pakistán.
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