lunes, 23 de julio de 2012

El aborto en la luna


Cyrano de Bergerac, que fue escritor dos siglos antes de convertirse en personaje, escribió un relato de viajes (supuestamente ficticios) a la Luna y al Sol. Después de explicar cómo construyó su nave espacial y describir el trayecto, nos cuenta las costumbres de esos lugares exóticos. Los vecinos de la Luna, nos explica, son fervientes militantes pro-vida y consideran su deber mantener relaciones sexuales cada noche. Incluso, si no recuerdo mal, tocan una campana nocturna especial para recordar ese deber a las parejas. Y todo ello porque entienden que la no utilización de semen o licores uterinos por la castidad, aunque sea de una sola noche, equivale a un homicidio. Por supuesto en la luna el celibato sería visto como un problema ético gravísimo. Si los ciudadanos de la luna han progresado desde la época de Cyrano, es posible que tengan televisión y que en ella aparezcan espermatozoides y óvulos mirando a la cámara con ojos tiernos y pidiendo con un sollozo: “no nos matéis, papás”.

El ministro de Justicia español, Alberto Gallardón, ha anunciado serios recortes en la ley reguladora del aborto que rige en España desde hace sólo dos años, y que suponen restricciones mayores que las que imponía la ley anterior, de 1985. Especialmente pretende eliminar o endurecer las condiciones en que la malformación del feto podrá ser alegada como motivo legítimo para la interrupción del embarazo. Porque el argumento del ministro es la defensa del derecho a la vida del nonato, que es un ciudadano como cualquier otro desde el momento de la fecundación.

A las organizaciones que van a clamar contra esa intención, y que de paso se quejarán de la pertinaz intromisión de la Iglesia en actividades que sus agentes no frecuentan, yo les recomendaría que dejasen su manido laicismo y buscasen en las páginas de Tomás de Aquino, santo y Doctor Universalis de la Iglesia. En una de ellas se especula sobre el momento en que el alma entra en el feto humano, y el santo dictamina que eso ocurre cuando este cumple su tercer mes, es decir, coincidiendo con el plazo que la ley de Zapatero daba para el aborto sin alegación de motivos. Es en ese momento cuando, dotado de alma, el feto deja de ser un pedazo de carne y se torna persona.

El Doctor Universalis no tenía microscopio, y por lo tanto no tenía cómo saber mucho del feto antes de ese momento, pero no creo que tal fuese el motivo de ese juicio, que ahora merecería la condena unánime de la Conferencia Episcopal. Aunque lo tuviese, habría opinado que el alma no se ve al microscopio, algo de lo que parecen convencidos sus herederos. En realidad, Santo Tomás hacía lo que se ha hecho siempre: constatar que la condición de persona, o de ser humano con derechos, no es un dato natural ni se distingue a simple vista ni con aparatos, y por tanto se concede por convención. En buena parte de las culturas que en el mundo han sido la criatura solo se tornaba persona después de nacida, cuando algún viviente capacitado para ello la reconocía como tal y le daba nombre. En Roma el padre podía optar por no hacerlo, y el niño podía ser descartado sin que eso constituyese infanticidio. Es el mismo criterio al que se acogen las parturientas en buena parte de la América indígena; cada mujer es dueña de convertir o no lo que ha parido en su hijo; eso, por cierto, lleva mucho tiempo, y en algunos casos no es madre la que pare sino la que amamanta.

Esas ideas nos parecen bárbaras porque nosotros solemos recibir a los recién nacidos con un nombre, ropitas de color apropiado y un futuro brillante, y no nos cabe duda de que se trata ya de personas, mira como mueven las manitas. Pero los abogados de la humanidad van más allá, y hasta hace muy poco en Brasil impedía legalmente el aborto de fetos anencéfalos -que no mueven nada- alegando que no por carecer de cerebro se deja de ser humano; un argumento autodemostrativo. Aún eso es poca garantía para quienes defienden los derechos humanos de los nonatos de semanas o días, o los del óvulo fecundado un segundo antes, cuando los padres felices aún no lo saben y siguen gimiendo. Como a rigor ético siempre hay quien gane, ahí están los habitantes de la Luna, que sin medias tintas mantienen que óvulos y espermatozoides ya son personas, y por eso merecen la atención del Estado. Los habitantes de la luna no tienen cómo demostrarlo, claro, les pasa como a todos los demás.
El momento en que el feto ya es persona sólo se puede definir mediante criterios arbitrarios, que como cualquier criterio sirven para contentar a unos y joder a otros. Los romanos tenían uno y los lunáticos otro. El señor Gallardón tiene el suyo: el feto es persona en el momento en que sirve para ahorrar dinero al sistema de salud, encaminando a su madre a una clínica londinense.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Un placer tenerte en Café Kabul. Escribe tu comentario aqui.