miércoles, 18 de julio de 2012

Deportistas transgénicos


Como se sabe, las Olimpiadas fueron un invento griego. Los mozos más fuertes de cada polis y cada isla iban con su hinchada en una especie de romería a la gran ermita de Zeus en Olimpia. Luchaban, lanzaban discos y jabalinas, boxeaban, corrían a pie o a caballo, competiciones todas ellas sin demasiadas complicaciones a la hora de saber quién había ganado. Zeus bendecía a los participantes, el público vibraba entusiasmado. Al atleta victorioso se le ponía una corona de hojarasca que le hacía sentirse como dios; con suerte le hacía Mirón una estatua o le escribía Píndaro un poema. Un epinicio.
Para la época no era poca cosa. En comparación con la Olimpiadas actuales parece, claro, muy simple. Se comenta que en las Olimpiadas de Londres el dopaje será aún la mayor preocupación, pero que en las siguientes lo será la manipulación genética de los cuerpos de los deportistas, que ya empieza a ser posible. Dopado o potenciado con unos genes de oso o de caballo el atleta romperá récords pero ya no será el atleta: hay que cohibir esos recursos artificiales.


La preocupación me parece, con perdón, imbécil. El deporte es uno de los mayores negocios de la tierra. Mueve trillones sea cual sea la divisa en que hagamos las cuentas, y compite con el armamento en la carrera de la innovación. Los deportistas son entrenados en centros de tecnología sofisticadísima y preparados para aumentar su desempeño hasta el límite. Con ello dan lugar a un espectáculo vertiginoso que arruina su salud y la de millones de amantes del deporte que pasan horas mirando sentados sus hazañas. Usan ropas, pértigas, balones y bicicletas diseñados por equipos de ingenieros de punta. Sus movimientos son captados, analizados, convertidos en espectáculo y transmitidos por centenas de cámaras y ordenadores. Y sus tiempos o sus marcas medidos por cronómetros y demás aparatos de extrema precisión que establecen que fulano rompió por micra y media el récord de salto de todo el planeta en todos los tiempos. Mucho antes de convertirse, como se augura, en seres transgénicos, los atletas ya son un mixto de hijos de Adán y de la tecnología de punta. Y en medio de todo ese festival de prótesis sin las que ni el público ni los jueces ni los empresarios ni por supuesto los deportistas serían lo que son, vamos a pretender que los atletas compitan siendo ellos mismos, sin adición de drogas o genes. Oh, oh, oh.

Como es improbable que se vuelva a las costumbres homéricas, que se entierre el ultracronómetro y se abandone esa especie de éxtasis pruriginoso del más alto más lejos más rápido que es la sal de nuestros tiempos, dejemos por lo menos de ser hipócritas: que los deportistas se dopen en paz y que sus farmacéuticos y sus ingenieros suban al podio con ellos.

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