lunes, 30 de julio de 2012
El Grial
Los caballeros de la Mesa Redonda han aparecido más de una vez en el cine como un selecto grupo de ejecutivos con armadura, o como un puñado de alegres bebedores. En sus versiones originales encarnaban, casi siempre de un modo trágico, pasiones y virtudes muy distintas. La materia de Bretaña, el ciclo legendario más popular de la edad media, fue una muestra de cómo el viejo mundo de la mitología pagana podía sobreponerse al cristianismo que lo había enterrado, sin necesidad de renacimientos; solo parasitándolo y volviendo a crecer sobre él. No revive viejos mitos, aunque aquí o allá de albergue algunos; inventa otros nuevos, que van barajando las obsesiones del momento: la espada, el jardín, el ermitaño, la esposa del rey, el leproso, el unicornio, el oso, el león, el castillo, el bosque. Es toda una selva de novelas o romances, producida en cientos de variantes por poetas de todos los rincones de la Europa occidental: la pagaban aristocracias que estaban cansadas de la visión de mundo del clero, y tenían sus literatos para que les contasen el mundo de otro modo. Bastó para que Europa se desviase un poco de la historia de la Salvación y se re-mitificase. No es extraño que alguna de esas novelas se dedique a contar que una casa noble desciende de la unión entre un hombre y algo así como una sirena (como la Melusina de los Lusignan o la Andra Mari de los López de Haro). O sea, el origen se busca en esos seres que el cristianismo había relegado a un margen más o menos diabólico. Y el fin está en el Grial, que era, por supuesto, la copa que Cristo había usado en la Última Cena, pero que no por ello era un símbolo cristiano.
Porque si los caballeros se ponen a buscar el Grial es porque la tierra se muere, todo decae y se agosta; la sangre de Cristo no ha redimido el mundo, y es el Grial el que puede salvarlo. El significado del Grial no está en él ni en su historia sino en la obsesión con que se le persigue y en el fracaso que corona toda esa busca. Un símbolo de finales de la Edad Media pero que se ha mantenido muy bien desde entonces, aunque sea en el reverso del espíritu de los tiempos. Porque el Grial es lo inalcanzable, pero un inalcanzable que serviría para mantener el mundo, no para llevar su PIB al más allá.
La pobre edad media se ha hecho con muy mala fama. Los gobiernos recortan, dicen, para evitar que volvamos a la edad media, y la gente se queja de que con los recortes ya volvemos a la edad media. En la edad media había pestes, guerras, ignorancia y fanáticos sueltos. No es que no los haya ahora, pero cuentan con la censura de las Naciones Unidas. Había una casta que llevaba el mundo de acuerdo con sus ganas, sin pararse mucho a pensar en el resto. En eso quizás hayamos empeorado, porque al menos los caballeros no les decían a los villanos que los mercados somos todos, y la propaganda de sus poetas no hablaba de un futuro prometedor sino de la inevitable decadencia: eran un poco más brutos y mucho más sinceros.
La narración más famosa de la busca del Grial es la de Chrétien de Troyes, y quizás su fuerza se deba a haber quedado incompleta. En ella el destinado a encontrar por fin el Grial es Perceval, el caballero salvaje, criado en los bosques lejos de los humanos, un inocente. Después de muchos esfuerzos y aventuras, encuentra el objeto tan deseado, pero enmudece y lo deja escapar en lugar de hacer una pregunta que lo habría hecho suyo. Lévi-Strauss comparaba esa historia con la de Edipo, donde este, el menos inocente de los héroes, se cualifica para la tragedia cuando consigue responder al enigma de la esfinge. Los dos vienen a ser el mismo, el que no sabe preguntar y el que ya tiene la respuesta. La historia de Chrétien de Troyes acaba ahí, abruptamente, y deja libres a otros autores para que imaginen otro final. Los hubo, claro, que hicieron que el Grial fuese alcanzado y llegase a su destino vivificándolo todo o casi todo: un reino feliz. Pero los mitos, contra lo que suponen algunas comparaciones superficiales, son todo lo contrario de la propaganda, y por eso se han olvidado esas versiones victoriosas y se recuerda la de Chrétien, donde la busca acaba en nada.
Viene a ser lo contrario de esos anuncios en que un simple tarro de margarina provoca la bienaventuranza general. En el mito no: tanto esfuerzo, tanta armadura agujereada para nada, y quizás el Grial sólo contenía zumo de naranja.
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