Creo que he visto dos episodios de la serie House, lo bastante para convencerme de que la televisión americana cuenta con equipos de guionistas, directores y actores verdaderamente brillantes (alguien dirá que cuenta con mucho dinero, pero es que con dinero se puede comprar mucha inmundicia). Me habría gustado ver alguno más, pero no tengo televisión. He hablado de la serie House con tres o cuatro personas que sí la tienen, lo bastante para convencerme de que no deja a nadie indiferente. Unos la consideran genial, otros abominable y otros ambas cosas al tiempo. Se puede entender: House tiene la fuerza de la mitología, en el mejor de los sentidos y de paso también en el peor.
Por un lado, expresa una visión de mundo muy sombría a la que no habría mucho que objetar. El cuerpo humano ha sido diseñado por alguna instancia infinitamente astuta y sádica (Dios, la Naturaleza o el Azar, escojan) para albergar trampas sutiles y letales, torturas lentas e ingeniosas, miseria y degradación; el cuerpo es la mina antipersonal que llevamos puesta. Sirve fundamentalmente para reproducirse y garantizar así que el infierno nunca acabe. Claro está, lleva también algunos alicientes integrados (los placeres grandes o pequeños o el deseo de ellos y todos esos atractivos de la llamada vida) que sirven para que, a pesar de ello, los humanos persistan en querer vivir y en transmitir a sus hijos esa adicción. Los médicos viven de eso, y House los representa digamos en su versión extrema, o sea la de una especie de Harry el Sucio de la materia corporal que se enfrenta, sin reparar en medios, a esa cloaca de asesinos y maníacos que compone nuestro cuerpo: sistemas, órganos, células con mente de asesino serial. Con esa gentuza no caben protocolos: intimidación, asesinato, tortura, registro arbitrario, cárcel privada, mutilación, bombardeo se justifican por si mismos. A fin de cuentas ellos bombardean, mutilan, secuestran, torturan y asesinan. House sabe hacerlo mejor que nadie, y muchos pacientes le deben su vida aunque lo detesten, como en muchos países los buenos ciudadanos detestan a los grupos de exterminio que le libran de pequeños o grandes delincuentes cuya acción detestarían aún más.
Bien, básicamente la biomedicina es eso, House es su santo patrón, un avatar pos-moderno de San Lázaro. El paciente puede esperar milagros de ella siempre que se resigne a ser una res averiada que quien sabe hacerlo sajará, cauterizará o desinfectará. No exageremos. Los médicos son humanos, incluso House lo es, y saben que sus pacientes son humanos. La humanidad de ambos varía, claro está, de individuo a individuo, y también dependiendo de las circunstancias: es más evidente si la enfermedad es leve y la consulta de pago, se va haciendo menos evidente si es caso es más crucial y es tratada por un seguro privado o, aún peor, público. Pero lo que vale es la salud, que merece esas penas. La medicina cura muchas cosas y House lo cura casi todo.
Pero estamos en un lado de la mitología de House. El otro lado, el malo, consiste en que la mitología no es una guía de viaje: el paciente se encontrará con muchísimos doctores mucho más tratables que House, con unos pocos tan insufribles como él y probablemente con ninguno tan eficiente como él. Hay quien teme que una serie como House pueda hacer que algunos médicos insufribles se crean por ello mismo omnipotentes. O, peor aún, que se lo crean los pacientes, lo que de hecho es más probable: cuando se está enfermo se tiende a creer en muchas cosas, más aún si las dicen a coro el colegio de médicos y la televisión. Claro está que eso no debería ser así: se entiende que los espectadores son adultos de los que se espera que sepan distinguir entre el Planeta Tierra y la Tierra Media del Señor de los Anillos, y también entre su hospital y el de House. En el Planeta Tierra y sus alrededores (es lo que dice la segunda ley de la termodinámica) el Mal siempre triunfa; y a la larga todos los pacientes se mueren.
En realidad hay un tercer lado - aún mucho peor- de la mitología de House, que no aparece en la serie de la televisión (pero podría ser un venero interesante para sus guionistas). El Doctor House es, en realidad, una encarnación del Genio Maligno que ha creado este submundo de suplicios. Un guardián que, por la seducción o a la fuerza, cuida de que nadie escape de él, o al menos de que nadie se resigne a escapar de él.
Si no quiere usted caer en un optimismo inocente y salir gritando por ahí que pese a todo la vida es bella, y tampoco quiere caer en las garras de House, la única alternativa es el budismo, probablemente el invento más sensato de la humanidad. Mire con distancia al Genio Maligno y busque el camino hacia el Nirvana.
miércoles, 19 de enero de 2011
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