Una entidad denominada CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) está procesando a una universidad pública por piratería, por difundir materiales protegidos por copyright entre sus alumnos, en lo que se ha llamado “un nuevo capítulo en la batalla por los derechos de propiedad intelectual”.
Es la primera noticia que tengo de CEDRO. He publicado creo que siete libros y unos sesenta artículos por medio de editoras y revistas de varios países, incluyendo España. Libros y artículos más o menos académicos, sin contar tres novelas y un libro de viajes, aunque parece que el contencioso afecta también a ese tipo de textos. Es posible que ninguno de ellos esté bajo la protección de CEDRO; desde luego nunca me han llamado para entregarme mi parte de los derechos reprográficos.
O quizás los derechos que esa organización defiende son los de las editoras, lo que en sí parece muy legítimo. Quizás no lo sea tanto considerando que lo que las editoras me han pagado por mis textos ha ascendido, en el mejor de los casos, a cien ejemplares de mi propio libro (un costo de unos quinientos euros), y en la mayor parte de ellos a absolutamente nada. En el caso de algunas revistas, yo mismo tendría que pagar para poseer un segundo ejemplar de lo que escribí. Creo que a otros autores les pasa lo mismo. Verdad es que ninguna editora, por poderosa que fuese, pagaría las centenas de horas empleadas en escribir un libro académico, ni mucho menos conseguiría arcar con los enormes gastos de investigación que fueron necesarios para saber de qué escribir (y que fueron sufragados con fondos públicos). De hecho, si no me siento pirateado por las editoriales que me publican es porque entiendo que mis libros son parte de mi trabajo como profesor de una institución pública –por el que ya me pagan- que su edición contribuye a la difusión de ese trabajo y que las editoriales realmente no ganan mucho con ellos.
Claro está que el mío puede no ser un caso de los que aquí interesan. Hay autores de libros de texto, manuales u otros materiales de uso pedagógico más frecuente, o de interés industrial más inmediato, que pueden devengar derechos autorales más sustanciosos, y puede incluso que sus editores les paguen algo más que a mí. De todos modos, esos otros autores tienen algo en común conmigo: son también profesores de alguna universidad o investigadores de algún centro (en general públicos) y sus libros o artículos han sido escritos en ese mismo contexto. Si no lo son, entonces han sintetizado y organizado en sus libros (citando debidamente, supongo) el trabajo de otros que sí lo son, porque lo que sí es seguro es que hay muy pocas entidades privadas que se dispongan a financiar investigaciones, y entre ellas no hay ninguna editora. En cuanto a las llamadas publicaciones de prestigio internacional, hace tiempo que se han convertido en entidades notariales cuya función es registrar y otorgar ese prestigio a lo que publican: desde luego, no gastan ni en el proceso de evaluación (a cargo de otros profesores y del sueldo que ellos reciben de otra fuente) ni de los autores (que no cobran, y en ocasiones pagan, por publicar) y su mismo prestigio es debidamente alimentado por el sector público, que premia a quienes inscriben sus trabajos en publicaciones de prestigio internacional.
Es decir, que la propiedad intelectual que estaría defendiendo CEDRO en ese caso es un concepto sutil según el cual evaluar, registrar, diagramar y eventualmente imprimir un texto –en casos extremos la editora puede hacer también algo por divulgarlo- a un costo de, digamos, diez o quince mil euros, otorga propiedad sobre un producto que, en una estimativa muy modesta, costó diez veces más –a otros. Pero ¡caramba! ¡Si es eso exactamente lo que dicen los contratos que firmamos los autores! El derecho es la más prodigiosa de las ciencias, ni la física ni la química relatan transformaciones de ese calibre.
Como es posible que CEDRO tenga toda la ciencia del derecho de su parte, lo que resta reconocer es que esos servicios que representa son muy caros. Quizás ya sea hora de que se generalice el sistema que va cundiendo en Brasil, donde todas las publicaciones de prestigio vierten sus contenidos gratuitamente en la Internet y donde esa disponibilidad es punto de curriculum. Algunos autores que cuentan con aumentar su peculio a costa de sus publicaciones pueden considerarlo una propuesta tercermundista, pero en los tiempos que corren algunas palabras deberían evaluarse con cuidado antes de usarse. Sería un modo de que la ciencia se librase de intermediarios no demasiado eficientes y que CEDRO y sus asociados, si realmente quisiesen seguir en el negocio, empezasen a pagar por los productos que compran antes de querer cobrar por venderlos.
viernes, 23 de marzo de 2012
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