Una investigación realizada por la National Geographic y Globe Scan ha situado al Brasil en el segundo lugar de un ranking de prácticas sostenibles, en cuyo primer lugar figura la India. Después quedan otros quince países (Argentina, Australia, Estados Unidos, México, España, Canadá, Francia, Rusia, Suecia, Japón, China, Reino Unido, Alemania, Corea del Sur y Hungría, no necesariamente por ese orden). Los motivos que le han hecho merecer esa distinción son el tamaño (pequeño) de las viviendas, el escaso uso de aire acondicionado, la utilización generalizada del transporte público y la gran extensión del reciclado, especialmente de las latas de aluminio cuya recuperación no está muy lejos del cien por ciento. Brasil sólo ha cedido el primer lugar a la India por causa de su consumo de carne roja, que es un incentivo a la deforestación.
La carne roja es uno de los primeros lujos que en Brasil se permite quien sale de la estrechez absoluta –cosa que en la era Lula ha ocurrido con mucha gente. Y las viviendas diminutas, la falta de aire acondicionado y el transporte público son –ni siquiera los autores de la investigación deben ignorarlo- parte de las condiciones de vida de quien sigue sin tener otra opción. No, desde luego, de la conducta voluntaria de quien la tenga (lo que no puede escandalizar, porque el transporte público es en líneas generales nefando y esas casas pueden ser buenas para el planeta pero no para quien las habita). El reciclado no se debe, por supuesto, al cuidado de los consumidores ni al del estado, sino a la legión de desfavorecidos que encuentran su mejor modo de ganarse la vida hurgando en las basuras.
La investigación, como se ve, no incluye Haiti o Burkina Faso, que probablemente sean aún más sostenibles.
Tal vez fuese más razonable medir la sostenibilidad no por la conducta media del ciudadano sino por la conducta de sus élites, que a fin de cuentas es la que todo el mundo tiende a reproducir cuando tiene ocasión. Quizás no se haga así para no deprimir al globo con mensajes de catástrofe. La investigación de que aquí se trata tiene por lo menos un valor que no hay como refutar: muestra que la sostenibilidad es insostenible, porque sigue dependiendo de quien la sostiene a la fuerza.
jueves, 3 de noviembre de 2011
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