En una novela de Machado de Assis –un novelista brasileño, para mi gusto el mejor de aquellos finales del XIX- se habla de un personaje que, habiéndose hecho tratar toda la vida por médicos homeópatas, llama a un médico convencional cuando está para morirse. A los amigos que se extrañan de eso, responde que la homeopatía viene a ser como una especie de protestantismo y que él, hombre de orden al fin, quiere morir en el seno de la Santa Iglesia Católica, o de lo que sería su equivalente médico. Lo leí hace mucho y puedo estar citando mal, pero me he acordado de ello al saber que en varios lugares del mundo –incluyendo España y el Brasil- se ha celebrado una jornada de protesta contra la homeopatía. El movimiento se llama Desafío10-23 (diez a la vigésimo tercera potencia), en homenaje al número de Avogadro –que sirve para calcular el número de partículas elementales en una determinada masa. A las 10:23 de un día de febrero, algunas docenas de manifestantes de todo el mundo tragaron en público frascos enteros de esas medicinas homeopáticas que deberían tomarse en dosis homeopáticas, y después fueron a tomarse unas copas. Se trata de demostrar que eso es lo mismo que tomar agua con azúcar, que a los manifestantes no les va a pasar nada y que por lo tanto la homeopatía es inoperante. Si es inoperante es una estafa.
La noticia sorprende, porque ya sabemos que hay gente para manifestarse contra y a favor de toda y cualquier cosa, pero un movimiento contra la homeopatía parece tan improbable como un movimiento contra el fa bemol o contra la degradación de Plutón a planeta enano, o tan esotérico como el número de Avogadro. Bien, esta protesta parece tener otro cariz. Hay por el mundo un buen numero de organizaciones o clubs –racionalistas, escépticos o críticos son sus adjetivos preferidos- que no tienen bastante con la hegemonía corriente de la Razón y preferirían que ella se hiciese más estricta, y lamentan que tanta gente gaste sus horas, dinero y esperanzas con astrólogos o cartomantes –o, en el caso, homeópatas. Abundan más en el mundo anglosajón, sea porque allí tengan espacio para causas más variadas, o movimientos anti-racionalistas más visibles a los que oponerse, como el fundamentalismo bíblico anti-darwinista. Aquí tendríamos a la Santa Iglesia Católica, pero esta es, como ya se ha dicho, lo contrario de la homeopatía.
Hace ya más de veinte años leí un excelente dossier sobre homeopatía, debido a médicos alópatas, en una revista científica brasileña (Ciência Hoje). A partir de un estudio experimental, venía a dictaminar también la inoperancia de los medicamentos homeopáticos; en rigor, creo recordar que les reconocía un grado de eficiencia levemente superior al del placebo, pero eso es una diferencia muy pequeña con los postulados del 10-23. La diferencia grande está en que los médicos de aquel dossier no parecían querer morir en la ortodoxia. Seguían más bien ese postulado racionalista muy común que sugiere que en situaciones de libre elección la inmensa mayoría de los humanos se comporta racionalmente, aunque no sea más que como un resultado de la selección natural. Es decir, debe haber alguna buena razón para que millones de ciudadanos opten libremente por la homeopatía. Hacían, pues, un poco de historia: cuando la homeopatía surgió allá a principios del siglo XIX, la medicina convencional era la que alguien llamó medicina heroica, cuyos principales recursos eran sangrías y purgas. Con ayuda de todo ese heroísmo, las epidemias y guerras del siglo producían una mortalidad extraordinaria, y la razón evolutiva de la masa pronto descubrió que quien se ponía en manos de homeópatas multiplicaba sus posibilidades de sobrevivir… Bien, no olvidemos que en esa misma época el doctor Semmelweiss sospechó que la horrorosa tasa de muertes (96%) en la Maternidad de Viena, donde él trabajaba, se debía a que los médicos pasaban directamente de la sala de autopsias a la de partos. Cuando el doctor Semmelweiss sugirió que los otros doctores se lavasen las manos en el camino fue tachado de ritualista supersticioso. Expulsado de la maternidad y enloquecido, Semmelweiss pegaba pasquines en la calle instando a las futuras madres a que huyesen de los médicos. En fin, volviendo al dossier, era eso lo que los pacientes hacían en el siglo XIX: huían de los médicos y se acogían a los homeópatas. Quizás, como dicen sus detractores, no curasen nada, pero evidentemente mataban muchísimo menos.
Y bien, concluía con mucho tino el dossier: ¿cuál es la razón de que en la actualidad la gente busque de nuevo a los homeópatas? La medicina convencional ha mejorado mucho, muchísimo, ni hace falta decirlo, y sin embargo –después de una larga época en que la homeopatía se hizo casi invisible- vuelve a abundar quien sale corriendo en busca de esas otras prácticas que según los resultados de laboratorio no funcionan. Alguna cosa debe andar mal de nuevo en la medicina convencional, pero infelizmente no hay modo de meter todo ese sistema portentoso en tubos de ensayo para testarlo en laboratorio; y tragarse un frasco entero de medicamentos alopáticos no demostraría nada que no conste ya en el propio prospecto. Así que los movimientos racionalistas, que tanto se preocupan en clamar que la racionalidad es una cosa seria, harían bien en recordar que también es una cosa muy compleja; nada que se tome de un trago.
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