viernes, 13 de diciembre de 2013

Vegetarianismo para caníbales


Los caníbales son gente que se toma la comida en serio: les gusta saber lo que comen, en detalle. Comerlo con todos sus atributos: aspecto, nombre, adornos, personalidad. Mejor si habla con elocuencia. Quizás fue eso lo que más sorprendió a los europeos cuando se encontraron con los caníbales Tupinambá de la costa brasileña: se comían a sus prisioneros de un modo muy complicado, después de convivir con ellos un buen tiempo, con largas ceremonias, después de una lucha ritual en que el sacrificado se mostraba tan bravo y feroz que “parecía que era él quien se los iba a comer a todos” como dijo algún turista asombrado.
Los herederos históricos de aquellos europeos nos hemos acostumbrado a comer de un modo diametralmente opuesto: borrando toda semejanza entre la comida y el ser de donde procede y reduciéndolo a algún tipo de principio nutritivo. Al cabo no comemos ya trigo, coles o carne sino calorías, fibras o proteínas. La pasta, ese refinado invento sino-italiano, viene a ser el hito fundador de la comida contemporánea, y su nombre lo dice todo: se trata de comer pasta, una materia prima sin más forma que la que le da un molde. El resto de la comida cada vez intenta parecérsele más: carne en círculos, pescado en barritas, verduras en cubos, mejor si no saben a nada especial: se les puede echar salsa de un tubo. Cierto que aún son legión los que no pueden vivir sin un buen chuletón, pero de esos sólo a una parte les gusta sentir que muge, a menos aún les apetece saber cómo se llamaba cuando estaba en pie, ni menos aún tener su foto al lado; a casi ninguno le apetecería estar presente en su muerte y descuartizamiento, y creo que a ninguno le haría la menor gracia que ese jugoso ternero de raza hereford pudiese, a su vez, matar y comer humanos.
En fin, la verdadera diferencia entre nosotros (carnívoros o veganos, qué más da) y los caníbales es esa: los caníbales no creen que haya tanta diferencia entre nosotros y todo lo que nos rodea. Por lo menos no hay una diferencia que garantice que la nutrición ocurra en sentido único: todo ser vivo, plantas incluidas, se alimenta de otros seres vivos, o de lo que quedó de ellos, y de algún modo eso (qué ideas raras tienen los caníbales) nos iguala. Los caníbales suelen pensar que los otros seres vivos tienen ideas propias, y que en muchos casos esas ideas incluyen una afición por nuestra carne: otros seres humanos, otros animales, e incluso otros seres invisibles pero voraces: espíritus, virus, bacterias. Eso es lo que más les aparta de los veganos, que entienden que los humanos con DNI son predadores supremos incomestibles. Veganos y caníbales tienen, sin embargo, algo en común frente a los carnívoros corrientes; suponen que todo eso que pensamos en comernos tiene algo así como un alma, y que reducirlo a una pasta amorfa no es bueno, o no tiene gracia. El caníbal no es alguien capaz de comerse un ser humano como si fuese un filete, sino alguien capaz de comerse un filete como si fuese un ser humano. Considerando lo mal que se come (por exceso, por desvío o por defecto), lo mucho que se desperdicia, y las consecuencias fatales de todo ello, creo que los caníbales son un ejemplo digno. No digo que haya que comerse al dueño de la zapatería o a los hijos de los vecinos, claro está; me refiero a que hay que tomarse la comida en serio, como si el alimento fuese un vecino del barrio. Puede sonar irracional, pero más irracionales son las consecuencias de no hacerlo: producción industrial de carne, maíz, soja, trigo o pollos que consigue, a costa de un trato infame a todo lo comestible, crear alimentos cada vez más sosos que empanturran a media humanidad y dejan en ayunas a la otra media. Ética, o dietética, o gastronómicamente, los caníbales tienen sus meritos: comen lenta y conscientemente, saben que la comida no nace en envases plásticos; ni siquiera basta con pagarla, hay que cazarla.


Sospecho que los caníbales genuinos se han vuelto básicamente vegetarianos: por mucho que la agricultura siga prácticas tan nefandas como las de la ganadería, y nos hinche de química y de nostalgia por los tomates de antaño (y no es vana nostalgia: los tomates de antaño aún existen, y son otra cosa), aún es mucho más factible, y más factible para todo el mundo, devorar un puerro, un pimiento o una alcachofa que parezcan tales y digan a qué han venido. Una zanahoria, una seta o un melocotón se parecen más a un ser humano que un nugget o una hamburguesa, (y es también más fácil que alguien los críe con el respeto debido). Así que, y en tanto que el trato que le damos al planeta no nos lleve de vuelta a la animada época de las cavernas, el camino que le queda a un caníbal que pretenda seguir con aquella bárbara costumbre de comerse las cosas con su espíritu puesto es pasarse a las frutas y a las verduras. Los vegetarianos usan muchos buenos argumentos en favor de su doctrina, y no sé por qué se han olvidado precisamente de este.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Un placer tenerte en Café Kabul. Escribe tu comentario aqui.