domingo, 18 de noviembre de 2012

Qué complicados son los bolcheviques


Brasil, se dice, está dando un ejemplo de transparencia y moralidad en la política. Al cabo de un largo proceso, retransmitido en directo, está enviando a la cárcel a miembros importantes del partido en el gobierno y a una vasta cuadrilla de financieros, publicitarios y otras comparsas del llamado Mensalão. El mensalão era una propina sustanciosa repartida todos los meses entre un grupo de diputados para que votasen a favor del gobierno durante la primera presidencia de Lula. Una maniobra oculta bajo complicadas transacciones entre bancos y agencias de marketing, y alimentada, si no recuerdo mal, con fondos de campaña. Los diputados comprados no eran del partido gobernante, sino de partidos aliados componentes de su base parlamentaria.
En la época en que los hechos fueron denunciados, el entonces presidente Lula declaró que había sido “apuñalado por la espalda”, lo que equivale, supongo, a reconocer que él los ignoraba pero eran ciertos. Más tarde los apuñaladores han sido readmitidos en el partido y han recibido diversas muestras de solidaridad de este, así como del ex-presidente, lo que indica que deben haber usado una de esas dagas retráctiles que se usan en el teatro.

El proceso es tan transparente que todos los días pone en la mesa las trifulcas entre el relator del proceso -el juez Joaquín Barbosa, que en breve se tornará el primer presidente negro del Tribunal Supremo- y su revisor, Ricardo Lewandowski. Este hace un papel garantista frente al relator, que a su vez ha encarnado el espíritu harto de impunidad de la opinión pública y de los medios de comunicación privados. Ya se han acusado mutuamente de actuar como si fuesen fiscal o abogado en lugar de jueces que es lo que son. Y todos o casi todos celebramos con euforia ese caso, prácticamente sin precedentes, de limpìeza a fondo de la cosa pública.
Pero yo sigo sin entender nada.



El principal condenado es José Dirceu, uno de los fundadores del partido de Lula, ex-guerrillero y militante comunista en la época en que Lula no soñaba con meterse en política, y uno de sus mentores. Un bolchevique, en la opinión de sus detractores -que, con ello, sugieren que es capaz de usar cualquier medio para llegar a cualquier fin. Es muy posible. No hay ni qué decir que el soborno de los representantes regularmente escogidos por el pueblo es una maniobra digna de toda condena que abre posibilidades escalofriantes: imagínate qué pasaría si los diputados que elegimos actuasen en realidad a sueldo de alguien.
Pero en este proceso faltan aquellos detalles que daban color a tantos otros escándalos de corrupción nunca penados y ya olvidados: las cuentas corrientes en algún paraíso fiscal, las haciendas o los castillos comprados con dinero inexplicable, la suerte inaudita que había llevado a los implicados a ganar quince veces la lotería... Por lo que parece, y si no me he perdido algún detalle, los de esta vez son corruptores incorruptibles que han organizado su esquema mafioso para seguir más o menos tan pobres (o tan ricos) como antes. Ni siquiera tienen la disculpa de haberlo hecho todo con el objetivo muy humano de llenarse los bolsillos: todo por el poder y nada más que por el poder, supongo.
Pero es que tampoco he oído hablar de los diputados que recibieron el subsidio. Sí de algunos que lo negociaron, sobre todo del diputado Roberto Jefferson, que fue quien destapó todo este esquema de corrupción cuando otro esquema de corrupción (¿quién se acuerda ya del escándalo de los Correos?) lo puso entre la espada y la pared. Como anunció entonces, no cayó solo. Pero nadie se inquieta mucho por la existencia de muchos diputados que votan según les den o no una paga extra libre de impuestos. Ni por las leyes que votaron gracias a un soborno, que ni siquiera eran leyes destinadas a otorgar un tercer mandato al presidente, o a darle poderes excepcionales, o a poner la Petrobras o la Telebras a nombre de Dirceu. Los indicios hablan de leyes bastante corrientes: reforma tributaria (votos que costaron mucho), decretos aumentando el valor del sueldo mínimo o prohibiendo los bingos (votos más baratos), reforma de la seguridad social (votos aún más baratos).
La prensa y la oposición que han clamado por el castigo de los corruptores no han reparado lo más mínimo en los que han vendido su voto ni en esas leyes votadas por medios excusos. No parece que las vean como leyes corruptas, al parecer las consideran razonables y necesarias, como, en su conjunto, consideran positivos y dignos de euforia las políticas y los logros de la Era Lula, con la excepción de esa conspiración bolchevique que por lo visto servía para gestionarlos.
De hecho nadie pareció muy interesado en desafiar y desmontar ese poder ejecutivo que, según se decía, se apoyaba en una maquinaria criminal sin precedentes. La perversidad bolchevique es tan grande que prefiere usar los peores medios incluso para desarrollar tareas corrientes de gobierno, y para alcanzar esos fines que hasta a la burguesía -y sobre todo a ella- le parecen muy bien. ¿Abandonar el programa radical? Sea, si es para bien. ¿Abandonar el programa radical y aliarse con el mismísimo demonio? Sea, si es para bien. ¿Aliarse con el mismísimo demonio y además pagarle un alquiler mensual? Sea, si es para bien. ¿Pagarle un alquiler mensual y financiarlo por todo tipo de medios delictivos? Sea, si es por el triunfo del pueblo. Los bolcheviques siempre han sido muy complicados.
La corrupción trae todo tipo de males a la política, y uno de ellos es ese espectáculo de la limpieza, tan edificante que por lo visto no deja ver nada más.

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