martes, 29 de marzo de 2011

El amor es ciego

El amor es ciego. Es lo mejor que se me ocurre decir a propósito de este cartel fotografiado en el distrito do Limoeiro, en Lisboa.



Ciego en general, en todos los sentidos de la palabra ciego que son muchos. Es ciego porque hace ver algo mayor o mejor de lo que hay, lo que nadie más ve, pero eso en rigor no es ceguera (impide, sí, ver lo contrario, esa menudencia del sentido común que todos saben a ciegas, sin siquiera mirar). “Cegador” es un adjetivo que se reserva casi solo a lo luminoso; la oscuridad es cegadora con más frecuencia que la luz, pero nadie se acuerda de reconocérselo. “Ciego” es también, en el español de algún país americano, el jugador con malas cartas. Ciego está quien ha bebido o comido en exceso; ciego es lo que no tiene salida posible o no deja paso, cegar es cerrar –un pozo, un túnel. Un gato ciego es inquietante, como un pájaro que se arrastra; es más ciego que otros animales ciegos. El dueño del gato debe amarlo mucho, aunque no sea ciego, ni el gato ni él mismo, y aunque los dos lo parezcan. He cegado los datos del hombre que busca a su gato: por mucho que lo ame, no sé si quiero ayudar a que lo encuentre.

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