martes, 8 de marzo de 2011

Complemento al anterior: en la selva se está bien

Una persona de entre las cientos de millares que leen este blog me advierte que algunas cosas no quedaron demasiado claras en la última entrada. Intento aclararlas. Ironizar sobre la militancia ecologista de gente como Sting tiene un efecto seguro. Sabemos que conoce muy poco de la selva amazónica y de su gente y se limita a repetir tópicos consagrados. Pero es que además su condición de estrella del pop le vale una sospecha de frivolidad y autopromoción que no afecta, por ejemplo, a José Saramago si visita Palestina y escribe sobre ello. Es verdad, reconozcámoslo: la Amazonia de Sting es una Amazonia hecha de estereotipos.
Lo que pasa es que el texto del diputado Rabelo, después de decir esa gran verdad, da un paso más allá, en dirección a otra provincia del País de los Estereotipos, concretamente la de la Perra Vida de los Primitivos, y nos dice que el destino de esa gente aislada en la Amazonia sólo es tolerable cuando se ve desde un hotel de cinco estrellas.
Bien, Sting vivió de hecho en las aldeas indígenas del Xingú. Cuatro días. Leonardo di Caprio también estuvo allí más recientemente con su novia de entonces, Giselle Bundchen –los indios la encontraron fea y enteca. De hecho, el Xingú ha sido visitado con frecuencia por jefes de estado, artistas famosos, intelectuales, cineastas… No hay allí ningún hotel de cinco estrellas, pero es que en el Xingú se está bien. En lugares mucho menos visitados que el Xingú, como las aldeas Yaminawa o Yawanawá del Acre, o en los caseríos de ribereños a lo largo del río Acre, también se está bien. La comida es más fresca que en cualquier otro lugar de la tierra –siempre acaba de ser pescada, cazada o cosechada- y es más variada que en los pueblos brasileños de la región, más próximos al progreso. Las chozas con techo de paja son frescas y aireadas, protegen muy bien contra la lluvia y huelen a vegetal y si, un poco a humo. No es un paraíso, y como ocurre en todas partes, hay peligros, enfermedades y parásitos. Muchos insectos. Pero no deberíamos exagerarlos: es más fácil ser atropellado por un coche que devorado por las pirañas, y algunos vecinos en la ciudad pueden llegar a ser más incómodos que los piuns. Plagas como la malaria, la hepatitis o la diabetes –que a veces abultan, no siempre- no son, curiosamente, herencias de los antepasados que allí penaron siglos o milenios atrás, sino regalos recientes allí llevados por los agentes de la civilización. Hay en la literatura y en la etnología algunas descripciones terroríficas de la vida en la Amazonia, pero es conveniente notar que se refieren a las condiciones de vida en las explotaciones coloniales, como las del caucho, o en grupos indígenas devastados por epidemias o acciones de exterminio. Si juzgásemos por Auschwitz y la Peste Negra también concluiríamos que Europa es víctima de un medio ambiente hostil.

En fin, los habitantes de la Amazonia no son ahora ni han sido nunca víctimas de un medio hostil. Tampoco idealicemos: la mayor parte de los visitantes, sobre todo después de unos cuantos días, encontrarán la vida en la selva incómoda y aburrida, ejerciendo el mismo derecho de juicio que lleva a los indios del Xingu a decir que Giselle Bundchen es fea.
Lamento decir que la introducción del progreso en la Amazonia no suele mejorar las cosas, antes bien las suele deteriorar: si hablamos de las barriadas que ocupan los emigrantes de la selva (indígenas o no) en ciudades amazónicas probablemente todos, moradores y visitantes, estaremos por fin de acuerdo: son feas, insalubres, sucias, a veces terriblemente sucias, colmadas de basura; las enfermedades y los parásitos de la aldea se multiplican con el plus de algunos nuevos. Desde luego los alimentos no son ni tan abundantes ni tan frescos, y hay que comprarlos con el dinero que no se tiene. Las casas de techo de paja son sustituidas, en el mejor de los casos, por casas de tablas con techo de hojalata, progresistas y tórridas como un microondas. Que en esta situación haya hospitales más cerca puede ser un consuelo, como también lo debe ser que haya cementerios más cerca.

Lamento decir todo eso, porque me obliga a suscribir un estereotipo ecologista: en medio de la selva se vive mucho mejor. No sé si se vive mejor en medio de la selva o en una ciudad bávara, pero no es necesario discutir eso, porque las ciudades de la Amazonia, que están lejos de la selva, están aún más lejos de las ciudades bávaras. Los apóstoles del progreso dan por supuesto que algún día, impulsadas por el agronegocio, serán como las ciudades bávaras; pero eso, si es que ocurre, ocurrirá en un futuro que para los contemporáneos queda mucho más lejos que la Gloria Celestial.
Resumiendo. Si la humanidad debe domesticar las selvas para poblar el planeta de centros comerciales, es un proyecto que cabe debatir. Que tenga que domesticar las selvas para rescatar a los seres humanos que penan en ellas, es una falacia de una obscenidad incalculable.

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