sábado, 13 de febrero de 2021

Vacunas y mafias

Cuando se difundió, en 1949, que la URSS había probado su primera bomba atómica, algunos medios franquistas -eso me contaron: yo no había nacido por entonces- dijeron que no pasaba de un farol: Stalin había hecho reventar unas cuantas toneladas de dinamita en el desierto para hacer creer al mundo libre que disponía de La Bomba. Los norteamericanos, que ya habían probado una bomba similar en dos ciudades muy pobladas, estimaron que los rusos lo habían conseguido, sí, pero gracias al espionaje de un matrimonio de comunistas, a los que sentaron en la silla eléctrica en 1953. Años más tarde, los rusos lanzaron el Sputnik I, el primer satélite artificial que orbitó en torno a la tierra: los norteamericanos lanzaron su carrera espacial, en la que pasaron casi una década chupando rueda. Pasaron seis décadas más y en 2020, mientras el público occidental asistía con emoción a la carrera de los grandes laboratorios hacia la vacuna dudando que consiguiesen llegar a ella en tan corto plazo, Putin el imperturbable apareció en la televisión anunciando que Rusia empezaba su campaña de vacunación con una vacuna cien por cien rusa y adecuadamente bautizada “sputnik”.
Hasta hace dos semanas, el público occidental asumía que la sputnik era agua con azúcar que el neo-zar estaba haciendo inyectar en una población desinformada y manipulada. Mientras los rusos se iban vacunando, se festejaba con entusiasmo la llegada de la Primera Vacuna conseguida por el prodigioso esfuerzo de la Pfizer, a precio de pata negra y con condiciones de uso aún más caras. Y la Segunda, la de Moderna, poco más o menos. Y la tercera, Astra-Zeneca, a la que cada día le sale una verruga nueva. Las autoridades europeas empezaban sus educados rifirrafes con los grandes laboratorios, a los que habían donado ingentes cantidades de dinero público: deben sospechar -aunque no lo he oído decir así de claro en los noticiarios-, que están vendiendo el producto al mejor postor en lugar de honrar sus contratos con la UE. Pero ¿qué se puede hacer, si ha sido precisamente la inmensa capacidad asociada al afán de lucro, y la inagotable creatividad de las start-ups movidas por el mismo afán, lo que nos ha llevado por fin a la salvación? En esas, la revista médica más prestigiosa del mundo publica los resultados de los tests de esa vacuna rusa de andar por casa, que demuestran que tiene una eficacia comparable a la de la Primera y la Segunda. Sin contar que es más manejable. Lo suyo habría sido que el título de Primera Vacuna tan coreado por los medios de comunicación pasase de Pfizer al laboratorio ruso, pero no. A fin de cuentas, aún habría que saber algo sobre la vacuna china, que estaba en operación aún antes. Pero parece que a los chinos no les preocupan los títulos. Los antiguos comunistas exultan: ¡la Patria del Socialismo ha vencido una vez más! Pero espera, espera: la URSS ya no existe y Rusia es patria de cualquier cosa menos del socialismo. Más bien un paraíso de plutócratas mafiosos cuya única relación con el mundo soviético consiste en que en su mayor parte salieron de las filas de la KGB. Y qué más da: Rusia no será ya la patria del socialismo pero sigue siendo el Otro Lado. Y lo que importa es que haya el Otro Lado. ¿Un Imperio, una Mafia, un Mundo? ¡Monopolio! Mejor que haya dos, tres, cuatro, que haya competencia: parece que el destino de la antigua Patria del Socialismo va a ser siempre demostrar la ventaja del Mercado. Y de la piratería: es gracias a webs situadas tras el antiguo telón de acero (Sci-Hub, Genesis, etc.) que los científicos occidentales consiguen leer los resultados de sus propias investigaciones, pagadas con dinero público occidental. Es que en casa, y por decisión de los mismos órganos que distribuyen ese dinero, todo lo que los científicos publican queda en manos de grandes editoras privadas: estas lo venden a un precio que ni la universidad de Harvard consigue pagar. Como en el caso de la vacuna, esa decisión se justifica por la piadosa creencia de que la iniciativa privada (o, en fin, lo que recibe ese nombre) tiene poderes paranormales y hay que mimarla. Pero ni los poderes paranormales ni los mimos de la UE han impedido que la sputnik llegase antes. ¿Demasiados mimos para poco milagro? Además del dinero público invertido en el desarrollo de las vacunas, los grandes laboratorios se benefician de la formación de los científicos en universidades pagadas en su mayor parte por fondos públicos y de decenas de miles de publicaciones sufragadas del mismo modo. Así que la contribución de la iniciativa privada al desarrollo de la vacuna puede equivaler, quizás, a la cantidad de naranja que se pueda encontrar en un refresco de naranja. En cuanto al producto final, la vacuna, ese sí es privado: protegido no por una patente sino por secreto industrial, motivo por el cual la señora Van der Leyen ha tenido que reconocer que “la ciencia ha ido más rápida que la industria” y que llevará mucho tiempo hasta que se fabriquen vacunas para todos. Obvio: los laboratorios no se pueden poner a fabricar una fórmula que debe continuar secreta. De modo que mientras la Primera, la Segunda y la Tercera van llegando con cuentagotas, continuaremos confinados, semi-confinados y para-confinados el tiempo necesario para que los laboratorios acumulen dólares para empapelar el camino de aquí a Marte. Es un consuelo: si no podemos enseñar nada a los rusos en cuanto a vacunas, ellos tampoco tienen nada que enseñarnos en cuanto a mafias. La UE dice que no ha recibido ninguna solicitud rusa para la autorización de la vacuna. Los rusos dicen que la han enviado pero que hay una conspiración para ignorarla. No soy nadie para saber quién dice la verdad. Pero en ese mundo ideal donde, dicen, la salud es lo primero, a las autoridades competentes no les costaría mucho averiguarlo.

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