domingo, 25 de agosto de 2013
Números
El prestigio de los números, sobre todo de los números estadísticos, debe residir en su solidez. Si yo salgo un día en este blog diciendo que el mundo se va a la mierda y rápido, eso no pasa de una expresión subjetiva de nula significación más allá de mis cuatro paredes: probablemente he tenido un mal día. Si el Instituto Gallup revela que un 10% de la población del globo opina que el fin del mundo está cerca, eso es serio: a fin de cuentas, ese 10% significa millones y millones de sujetos, y algo serio (que convendrá identificar) ha pasado para justificar ese aumento global del pesimismo. Los números, sobre todo esos números impracticables (0,75 de cada diez hombres morirá de tal cosa en tal lugar) parecen tenaces, difíciles de mover: si no, redondearían por lo menos. Otros son fatales: la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano terrestre seguirá midiendo un metro aunque todos votemos en contra, Pi seguirá valiendo 3,1416 etc. con una arrogancia insuperable. Los números son serios.
Por eso resultó sobrecogedor hace unos pocos años que compañías poderosísimas, cuyo capital superaba al tuyo y al mío como el sol supera a un mechero bic, se volatilizasen de un día para otro. Y, casi aún más sobrecogedor, que la aprobación del gobierno de Dilma Rousseff en Brasil, que no andaba lejos del 80%, cayese de una encuesta para otra en casi un 50%. La mitad -o casi- de la población brasileña pasó de considerarlo bueno u óptimo a considerarlo malo o pésimo. Ya era notable que tantos se mostrasen tan contentos, en un país donde desconfiar del gobierno es una costumbre arraigada y, por desgracia, no arbitraria. Más notable aún teniendo en cuenta la amplísima parcela de los medios de comunicación que está alineada con la oposición. Más aún teniendo en cuenta que Dilma daba motivos de descontento a muchos tipos de gente: a los de derechas-derechas, a los de izquierda-izquierda, a los críticos del desarrollismo, a los religiosos, a los laicistas, a los que detestan que el estado gaste en subsidiar la ineficiencia de los otros, etc. etc.
Y si era notable tanta euforia, ¿qué decir de lo que la ha sustituido? De un día a otro todo lo que era flores se ha vuelto espinas. Y no porque el gobierno haya pasado a hacer las cosas peor, o mejor, o de modo diferente. Ni porque haya reprimido brutalmente a los manifestantes: los porrazos que recrudecieron las manifestaciones de junio venían de policías al mando de gobernadores de la oposición. No, el gobierno sigue igual, es la gente la que ha cambiado de opinión, y eso sólo sorprende porque ha ocurrido de golpe.
Hummm... en este mundo todo está sujeto a continua mudanza, como decía Don Quijote. Pasa a todas horas. En otros tiempos, los conservadores opinaban que la democracia era inviable porque la opinión de las masas es volátil: pide la cabeza de quien aclamaba la víspera. Después, pasaron de menospreciar esa actitud a aprovecharla en lo posible, y dejaron el menosprecio para los progresistas, que hablan con gusto de la manipulación de los medios de comunicación y de otros titiriteros que están por detrás de todo lo que ocurre.
Tiendo a pensar que quizás no se trate de un problema ni de política ni de psicología de las masas, ni de ningún otro aspecto de las cavilaciones humanistas, sino de matemática. De estadística, o de pura matemática. No de la realidad como tal, sino de esa otra realidad más resumible que son los números que dicen compendiar la realidad. Como fui un pésimo alumno de matemáticas no sé definirlo bien, pero sospecho que la volatilidad no es tanto un atributo de las masas como de los números -que son el definidor de las masas, no habría masas sin ellos. Los números, que son demasiado limpios como para retratar sentimientos demasiado ambiguos; que producen efectos fantásticos (que se lo digan a los contables) que todos nosotros, no sabiendo matemáticas, confundimos con efectos de lo real que no es número, que crean mayorías, minorías, medias, medianas, con las que nos guiamos porque las matemáticas son sólidas, pero sobre todo son arcanas. Mis colegas de profesión -sociólogos, historiadores, antropólogos, filósofos- cuidan de su huerto, muy de buena fe, cuando dicen que la formación humanista y política es esencial para crear ciudadanos libres y autónomos. Pero yo sospecho que aún más útil para eso sería que aprendiésemos matemáticas, que supiésemos de qué tratan y qué dicen los números cuando suponemos que nos retratan ese mundo de ahí fuera.
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"57,7 % das pessoas sabe que se pode usar a estatística para provar qualquer coisa" (Simpson, Homer)
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