martes, 11 de septiembre de 2012

La lotería en Babilonia


El nombre de esta entrada no es una alusión maligna al complejo Eurovegas que se va a construir, parece, en algún páramo madrileño: es el título de un cuento de Jorge Luis Borges. Cuenta cómo la lotería de aquella ciudad, al principio un juego simple con pequeños premios y sin mucho éxito, se animó desde que empezó a incluir, entre sus premios positivos, algunos negativos: multas, que tiempo después se transformaron en penas de cárcel. El peligro incrementó el desafío y el interés. La pasión de los babilonios por el juego, la voluntad de hacerlo más excitante y de ponerlo al alcance de todos fue haciendo que los premios, y también los castigos, dejasen de ser monetarios y se tornasen imprevisibles, llegando de la máxima buenaventura a la peor atrocidad; que la lotería pasase a ser gratuita y general y los sorteos secretos. Como la buena o mala suerte en la lotería podía determinar cualquier detalle de la vida de cualquier ciudadano, la lotería asumió todas las funciones y todos los poderes del estado; o de un estado con poderes absolutos. Con el tiempo, se hizo imposible saber si cualquier cosa que ocurriese a cualquiera en cualquier momento era el resultado de un sorteo hecho a oscuras o del azar en general. Y, en realidad, qué más daba.


La lotería en Babilonia, como explica Borges al final, de varios modos contrarios, viene a ser una alegoría de un universo gobernado por el azar. O por un dios ludópata sin designio propio al que el rumbo concreto que vaya a seguir el mundo le da tan lo mismo que se lo juega a los dados. La idea es antigua. Los griegos imaginaron a Zeus echando a los dados cuestiones importantes; y recuerdo vagamente que en una ermita de un pueblo español había o sigue habiendo un Santo Niño o un Cristo con una baraja en la mano. El Azar impone respeto; algún que otro dios recurre a él como autoridad superior, y la propia Razón tiene que cederle el paso aunque después se explaye a sus espaldas.
Pero ya que se ha hablado de Eurovegas habría que preguntarse si el proyecto de Mr. Adelson se parece al de la Lotería del cuento. Y no, no tiene nada que ver. Es verdad que ya ha comenzado suplantando, al menos en parte, al estado, y alterando sus leyes, y que con su peso transformará las alcaldías vecinas y quizás el propio gobierno de la Comunidad en anexos administrativos, ocupados de la recogida de basuras, la regulación del tráfico y poco más. Pero eso no es novedad, porque la economía española ya tiene estilo de casino hace un buen tiempo y, con algunos matices de cortesía, está por encima de ceremonias del tipo de elecciones y preceptos constitucionales. Es verdad también que da fe de la pasión nacional por el juego: no puede ser por azar (qué redundancia) que en un país hundido hasta el cuello en deudas de juego se proponga comprar una gran ruleta que, con un golpe de suerte mediante, nos haga ricos de nuevo pasado mañana. Pero Eurovegas sólo anuncia sus premios en metálico, y por ello no necesita ser secreta; las desgracias que pueda sortear no es que sean secretas, casi se pueden ir enumerando, pero no llevarán el sello de la compañía, ocurrirán porque sí. A fin de cuentas no tenemos el arrojo desquiciado de los babilonios del cuento: nos gusta el juego, pero no pensar que en él también se pierde. Mal está que nos toque un desastre como para que aún se nos recuerde lo que nos costó el décimo. En realidad nadie quiere Eurovegas para promover el juego, sino para asegurar puestos de trabajo, sustentos de familias y días de mañana. Jugamos, quién lo diría, para asegurarnos. A los dueños de los casinos les pasa lo mismo: por la misma razón que hace que las putas no se enamoren en el trabajo, ellos no dejan nada al azar. Los perdedores (losers en inglés: en EEUU es un insulto) le llaman a eso hacer trampa, pero en realidad no es más que garantizar la inversión; dada la importancia que adquirirá para la región, no sería tanto pedir que, si las cosas llegan a ir mal, se haga algo por rescatar a Eurovegas o a los bancos que la financien. Hay precedentes. El mundo es muy azaroso de por sí, y los casinos no lo hacen más de lo que ya es, sólo concentran el juego en algunos lugares y sus ganancias en algunas manos, para que los demás podamos libremente meditar sobre la vida, que es una tómbola.

1 comentario:

  1. Excelente análisis sobre un maravilloso relato; este es el tipo de cuentos de Borges que, intuyo, producen su efecto pleno luego de leerlo y tal vez no durante la lectura, o al menos eso me ha ocurrido a mi. Saludos!!

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