Para entender las polémicas suscitadas por la llamada Ley Sinde -la que pretendía cohibir las descargas ilegales de músicas, películas y otros productos culturales – y su rechazo en el Congreso español, hay que recordar esa distinción tan interesante que hacen los economistas entre la economía real y esa otra economía que podríamos llamar virtual. La economía real trata -o eso creo, no soy economista- de lo que las personas producen y consumen efectivamente; la virtual de lo que podrían o desearían producir o consumir ahora, o mañana, o después de la jubilación. Sus ahorros, sus negocios futuros, lo que esperan lucrar con ellos, los valores que alcanzarán de aquí a diez años el terreno que acaban de comprar en la playa o sus acciones de Repsol, los inmensos réditos que se obtendrán de los pozos petrolíferos que Brasil ha descubierto bajo el mar a profundidades portentosas sin que se sepa todavía a ciencia cierta cómo se van a repartir o como se van a alcanzar. La economía real asciende apenas a una parte modesta de la virtual: para dar un ejemplo bien conocido, en el viejo cuento de la lechera la economía real se reduce al cántaro de leche que la protagonista lleva sobre la cabeza, y la virtual asciende a las vacas, las haciendas, las casas y los palacios que acabará obteniendo a partir del cántaro. Virtual no significa inefectivo: es por causa de toda esa fortuna virtual fabulosa que la lechera se anima a ordeñar sus vacas todas las mañanas (o al menos es lo que se supone ahora), y es por causa de ella que empieza a saltar con el cántaro en la cabeza y lo rompe: ese accidente es lo que se llama crisis, sustituyendo las piruetas de la lechera por la de sus banqueros. La economía virtual, saludable o en crisis, domina a la economía real, lo que muestra a las claras que la racionalidad de la economía no copia servilmente a la realidad verosimilista de la vida cotidiana, muy por el contrario proporciona a ésta una bocanada de imaginación y adrenalina.
En fin, lo virtual no es irreal, pero lo que lo define es no poder tornarse real sino parcialmente, muy parcialmente. Pues bien, la mayor parte de las cuestiones relacionadas con la Ley Sinde ocurre en el universo virtual.
Millones de consumidores obtienen músicas, películas e incluso novelas en el universo virtual de las descargas ilegales, y virtualmente las consumen; digo virtualmente porque podrían consumirlas realmente, pero tantas son las que acumulan de ese modo tan económico que no lo harán más que en pequeña proporción. Con ello, dejan de comprar esos mismos productos que no comprarían realmente a no ser que poseyesen la prodigiosa cantidad de efectivo que necesitarían para ello en la senda de la legalidad; y si esos productos estuviesen realmente a su disposición, porque los estantes reales de los comercios reales son limitados, y casi solo dejan sitio para centenas de copias reales de dos o tres productos de mucha salida.
Con ello, la industria cultural deja de recibir muchos millones de euros virtuales con los que, si no fuese por las nefastas descargas, podrían, o eso se dice, producir un volumen de música, cinematografía y literatura virtualmente variada, innovadora y de gran calidad, en lugar o además de lo que realmente produce. Los creadores que realmente ganan mucho dinero con la producción real se lamentan de que sus ganancias virtuales podrían ser mucho mayores. Los creadores que no lo ganan, que naturalmente son muchos más, y la industria independiente e indigente que los apoya, se irritan por lo mismo, aunque en otro orden. Como a ellos (lo consigan o no) les toca producir en realidad con medios realmente precarios ese arte alternativo que los otros solo producirían si fuesen aún mucho más ricos, envidian esa realidad que a la gran industria y a los grandes autores les queda una vez descontado el expolio de las descargas virtuales. Es decir, su virtualidad es la realidad de los otros y viceversa. Unos y otros reivindican ese mundo maravilloso en el que todo lo que es virtual ahora sería real: pero esa realidad de la virtualidad es solo virtual, porque en la realidad de lo que ocurre nunca deja de faltar la virtualidad de lo que por una u otra razón no ocurre. En concreto, el marketing y la distribución -que dan cuenta de la mayor parte de los medios reales o virtuales de la industria – hacen que solo una ínfima parcela de esa virtualidad se divulgue infinitamente generando enormes lucros y pérdidas aún mayores, mientras la mayor parte de la producción cultural se queda no solamente con ganancias reales irrisorias, sino también con pérdidas virtuales igualmente irrisorias.
Puede ser que lo anterior sea un galimatías incomprensible, así que resumamos: el argumento de que las descargas ilegales esterilizan la creatividad de los creadores, al dejarla sin recompensa, es noble pero inconsecuente, porque los creadores que ya viven y crean muy bien con lo que ganan ahora difícilmente mejorarían su creación si ganasen cinco veces más en el caso hipotético de que los piratas decidieran gastar el dinero que no tienen; probablemente tendrían que dejar de crear para tener tiempo de administrar esa fortuna. Los que crean pero no viven con lo que ganan difícilmente pasarían a ganar para vivir aunque nadie descargase ilegalmente sus obras, por la simple razón de que los descargadores ilegales pueden ser piratas pero no consumidores originales: descargan lo mismo que los compradores legales compran, o sea, sustraen muy poco a los que ganan muy poco, y mucho a los que ganan mucho. Contra lo que podrían sugerir ciertos argumentos que a veces se usan, las leyes de protección de derechos intelectuales no están pensadas para equilibrar las desigualdades de renta del trabajo intelectual, sino para aumentarlas, haciendo crecer muchísimo las que ya han crecido más que bastante.
En fin, los partidos políticos de la oposición, que en modo alguno se oponen al principio de la propiedad aunque ella sea sólo intelectual, han hecho naufragar la Ley Sinde. Apoyarían una virtual ley antidescargas propuesta caso ellos estuviesen real y no solo virtualmente en el gobierno; como realmente no lo están y no sufren las presiones reales de la industria, se despreocupan de las presiones de los creadores (que por razones desconocidas son virtuales votantes del partido que no es de oposición) y virtualmente favorecen las tesis anarquizantes de los free-commons, con las que realmente no tienen mucha afinidad. El rechazo de la ley Sinde supone un desastre para el futuro virtual de la cultura española; en cuanto a la cultura española real se teme que continúe reconocible con descargas o sin ellas.
sábado, 25 de diciembre de 2010
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Es lo más cierto, la cultura española continua reconocible. Más nos valdría otra "cultura" menos arrimada al poder para poder continuar siendo unos privilegiados (los que lo son, los que no, que se jodan, como piensan ellos mismos).
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