sábado, 5 de mayo de 2012

Optimismo a la brasileña

Hace algunos meses, El País lanzó un blog sobre el Brasil escrito por Juan Arias, un autor con un historial relevante que al parecer vive aquí desde hace años. Al leerlo, se agradece no tropezarse con esas anteojeras tan comunes que hacen ver este país como una mezcla de virginidad y podredumbre sin lugar para nada más. El Brasil de Juan Arias, por el contrario, llega a parecer un inmenso pastel de bodas: alegría, cordialidad, creatividad e iniciativas innovadoras, talante pacífico; un país donde las razas y las religiones conviven con naturalidad, la misma con la que se trata el sexo y el cuerpo en general; un país que no ha necesitado baños de sangre para hacer su revolución, donde si hay racismo o monstruosidades que combatir se hace con jovialidad y amor. En fin, la sexta o quinta potencia económica del planeta, con una solidez envidiable y que da a todo el mundo ejemplos de saber vivir. Ni la propaganda gubernamental es tan optimista. Claro que Juan Arias no va a ocultar lo que el mismo gobierno proclama, y que aparece también en su blog: un sistema educativo fracasado y elitista, un setenta por ciento de los brasileños trabajando por menos de trescientos euros al mes cuando los precios han alcanzado a los europeos, caos urbano, una población carcelaria descomunal que a pesar de la buena convivencia entre las razas es lo más oscura posible, índices de violencia que producen anualmente más muertos que la mayor parte de las guerras en curso. Habría mucho que decir también sobre la convivencia entre razas y religiones y la naturalidad con la que se trata el sexo. Pero qué más da, son lagunas, fallos que quedan por resolver. De hecho vienen quedando por resolver por lo menos desde la proclamación de la República en 1889, y conste que en aquella época también había una creatividad popular desbordante, personajes públicos con visión amplia y generosa (también muchos otros, ay, muy corruptos), empresarios curtidos en mil batallas, inventores geniales, alegría, mucho verde, muchas flores y playas deslumbrantes. En fin, no faltaban, y desde entonces han aumentado mucho, los motivos para eso que la publicidad de una gran empresa llama “orgullo de ser brasileño”. En cierto modo, la inmensa mayor parte de los brasileños suscribe esa visión entusiástica y entiende que los extranjeros que aquí viven deben hacerlo también: es una norma de buena educación que Juan Arias cumple a rajatabla. Lo que pasa es que, para uso propio, esa dieta se hace empalagosa, de modo que entre proclamación y proclamación de la gloria de su país, la misma inmensa mayor parte de los brasileños suele aclarar la garganta jurando entre lamentos que han nacido en el culo del mundo, un desastre sin arreglo, atrasado y cutre, una cueva de ladrones, una perrera donde no hay que fiarse de nadie. Esa ambivalencia asumida tiene variantes, de lo popular a lo erudito, de lo comedido a lo barroco, de lo manifiesto a lo discreto. Pero en conjunto, creo, honra al Brasil, de un modo peculiar. Puede ser una de sus ventajas sobre otros países. Desde luego sobre España, donde al parecer sólo se puede amar el país dejando a un lado sus asesinos, sus negreros y sus cretinos, o creyendo que han sido inventados por la Leyenda Negra. Y también sobre otros países convencidos de deben ser amados simplemente porque son perfectos. Y, en fin, sobre otros donde civismo y gastritis vienen a tener el mismo aspecto. ¿Modo peculiar? En veinte años de crisis económica ha pasado en Brasil todo lo que ha pasado en la crisis europea, todo lo que seguramente va a pasar y unas cuantas cosas más. Dos décadas perdidas, se ha dicho, y sin embargo, comparando ricos con ricos, pobres con pobres y medios con medios siempre es difícil decir si en Brasil se vive mejor o peor que en Europa. La culpa es en buena parte del optimismo a la brasileña, ese optimismo con derecho a su contrario, que puede ser el colmo de la alienación o el colmo de la lucidez.

1 comentario:

  1. contras el optimismo no hay vacunas

    poeta uruguayo Mario Benedetti

    besos, de tu alumna optimista Barbara A

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