jueves, 16 de mayo de 2013

Comida de ricos, comida de pobres


La FAO ha escogido un mal momento para recomendar el uso de insectos en la alimentación humana (una solución para el hambre global, se dice). Al menos es un mal momento en España: hay otros lugares donde el hambre no deja percibir claramente la diferencia entre crisis y boom. Pero en España los lectores de la noticia han entendido que una dieta con saltamontes, larvas o escarabajos es un insulto, incluso para aquellos que deberían salvarse con ella. Frente a eso, se alza el chuletón de ternera con un buen tinto de reserva. El chuletón de los privilegiados, de los reyes, los políticos y los banqueros; el chuletón al que cualquier humano tendría derecho, el chuletón que todos podríamos disfrutar en el almuerzo si el mundo no fuese injusto y corrupto. Eso dicen los comentarios a la noticia.
De hecho, la injusticia y la corrupción son lo bastante espesas como para ocultar que el chuletón universal quizás sea imposible. O peor aún, que el chuletón está ligado a la injusticia y a la corrupción, como el reserva lo está a los años en barrica. Por razones ecológicas, o simplemente lógicas. Porque la injusticia del mundo no se manifiesta solamente en un reparto desigual de divisas, sino también en que la tierra que daría granos y hortalizas para cien o más se use para criar chuletones para diez o menos. Los vegetarianos, tan dispuestos a predicar la piedad hacia los animales, ganarían puntos si recordasen más a menudo que las primeras víctimas de la carnicería suelen ser humanos muertos de hambre. La carne, y especialmente la carne de vaca, exige más tierra y más agua que cualquier otro alimento, y también da más dinero: una de las amenazas más serias a la alimentación mundial viene de que cada vez más tierras que antes producían maíz se dediquen ahora -a eso se le llama desarrollo- a producir chuletones o biocombustible. Bien, la tierra es grande y la inventiva humana también; pero por mucho suelo y mucha tecnología que se invierta es posible que no sean suficientes para que todos -todos- comamos chuletón en el almuerzo. Esa es la razón ecológica.
La razón lógica es que comer chuletón al mismo tiempo que toda la humanidad en un planeta esquilmado ya no sería lo mismo; le faltaría esa sal que da el privilegio.


Soluciones no faltan. Una de ellas es que la mayor parte de la humanidad se sienta privilegiada comiendo otras cosas que no el chuletón. Por ejemplo, saltamontes, larvas o escorpiones, casi tan baratos como el maíz. Yo los he probado, y pueden sugerir placeres tan intensos como el chuletón. Entiendo que para bocas no salidas de los macarrones o las chuletas de la infancia puedan parecer repugnantes, pero yo me acostumbré en casa a que había que comer de lo que había, tengo gustos amplios. Los he probado en México o en China. No entre los indios con los que vivi un tiempo en la Amazonia, y ello porque, como llegué a saber al cabo, ellos me escondieron durante todo el tiempo su costumbre de comer escarabajos, cigarras y gambas de río: se habían acostumbrado a que los blancos lo encontrasen repugnante. Es la paradoja del desarrollo, eso que se consigue cuando la gente se avergüenza de comer maíz y escarabajos y se esfuerza por conseguir el chuletón: nunca llegarán a probarlo, pero gastarán sus vidas y sus tierras en criarlo para nosotros.

Los lectores irritados tienen razón: quien debería comer insectos son los banqueros, los monarcas y los expertos de la FAO. Para dar ejemplo, o para crear moda. No lo hacen, o no lo divulgan, porque el chuletón (y cosas como él: el coche o el chalet en la playa) es la bandera del desarrollo, eso que ocurre cuando todo el mundo empuja para llegar al mismo lugar, aunque en él sólo quepan los primeros de la fila.

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