lunes, 15 de abril de 2013

Las nuevas tecnologías al servicio de la educación.


En 2012, una niña brasileña de trece años, Isadora Faber, alcanzó una fama repentina al denunciar en su “Diario de Clase”, publicado en Facebook, la situación de la escuela pública en que estudia. Fotos de puertas rotas, ventiladores rotos, ventanas rotas, pupitres rotos, sistema eléctrico con hilos sueltos. Videos de clases donde un profesor de matemática ensaya una explicación incomprensible mientras sus alumnos convierten el aula en un caos.
Después de quejarse amargamente de que Isadora comunicase esos problemas a sus lectores (que pronto llegaron a cien mil) en lugar de hacérselos saber a la dirección del centro, las autoridades competentes acabaron por comprar puertas enteras, ventiladores enteros, ventanas y pupitres enteros. En cuanto al profesor de matemáticas, se explicó que tenía un contrato temporal y sería despedido prontamente.
Las fotos y los vídeos de Isadora no pueden, claro, exponer algunos problemas que están en la base de todo ese desastre. Por ejemplo, una burocracia monumental, confeccionada para que hombres públicos de alto quilate no pellizquen algunos millones del presupuesto, que no consigue evitar que lo sigan haciendo pero, a cambio, convierte en una epopeya llamar a un electricista para que arregle dos cortocircuitos. O por ejemplo, profesores que reciben un sueldo risible, y que a cambio de ello pueden optar por ofrecer también un trabajo risible. O, en fin, alumnos a los que, ya que no se les ofrece una escuela digna, se les garantiza al menos el derecho a convertirla en una pocilga.
Pero el problema fundamental es que todos esos problemas son ya muy viejos; obsoletos, mejor dicho. Y quién tiene tiempo de arreglar cosas obsoletas en este mundo nervioso que exige rapidez y eficiencia. A problemas viejos, soluciones nuevas. Si las soluciones nuevas no arreglan los problemas viejos, no importa: ya encontrarán problemas de su edad.
Así, la Secretaría de Educación del lugar donde vive Isadora ha lanzado un programa de impacto, que es posible porque en Brasil no hay crisis y hay aún dinero para gastar. Un vasto proyecto que dotará a todos los profesores con tablets. Sí, tablets, esa cosa que no es un teléfono ni una televisión ni un ordenador pero junta todas esas utilidades en un espacio mínimo.

No está muy claro cómo el profesor usará la tablet en sus actividades. La tablet es demasiado pequeña para que los maestros muestren algo con ella a sus alumnos; también es demasiado pequeña para escribir o leer en ella sistemáticamente. La tablet te conecta con el mundo, pero no necesariamente con los treinta o cuarenta alumnos que se empujan y gritan ahí en el aula. No importa, los propios profesores se las arreglarán para encontrarle utilidades pedagógicas a la tablet, y eso no será difícil: todos sabemos de las inmensas posibilidades de las nuevas tecnologías en todos los campos, más o menos como en siglos pasados e ignorantes se sabía de la Concepción Inmaculada de la Virgen. Cada profesor deberá preparar un proyecto de uso para acceder a su tablet. Y sirva o no de algo, será un incentivo para el docente: no le han subido el sueldo, pero le han dado una tablet. Hummm... no es eso, no es eso. La Secretaría deja claro que esas tablets, aunque sean para uso del profesor, siguen siendo patrimonio público, y cuando el profesor se jubile se quedarán en la escuela para uso de sus sucesores. Eso muestra que, aunque consciente del ambiente de conectividad e innovación en el que hay que moverse, la secretaría no deja de atender a la necesidad de relacionar correctamente lo público y lo privado.
Por lo demás, todo el programa de las tablets es reconfortante. Ningún padre de alumno levantará el dedo para preguntar si realmente sirve de algo (a ver, nadie quiere parecer una antigualla), y eso indica que todas esas maniobras incomprensibles de las altas finanzas y los gobiernos que padecemos son, a pesar de todo, democráticas: no hacen más que confirmar en gran escala el modo de actuar por el que firmamos cotidianamente.



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