viernes, 3 de diciembre de 2010

Que suelten a Assange

Quiero dejar claro que la transparencia me parece un ideal discutible. Es decir, es un buen ideal, pero suele dar malas realidades, fuera de ese mundo perfecto de cristal que sería la peor de todas. Será difícil encontrar algo más falso que lo que se ve en el Gran Hermano de la televisión, y el Gran Hermano de Orwell muestra que fingimiento y transparencia no son incompatibles, siempre que se elimine con cuidado todo lo que no sea fingimiento. Es lo que da más miedo del mundo contemporáneo y de la mayor parte de sus gobernantes: la posibilidad de que sean tal y como parecen.
La transparencia en si es insoportable. Basta pensar qué sería vivir rodeado de gente diciendo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad a todas horas; o gobernado por políticos que hiciesen lo mismo: el espectáculo sería arrebatador los primeros minutos, bochornoso los siguientes y masacre para el resto. A las guerras civiles hay que reconocerles que ofrecen momentos de gran sinceridad. Por eso mismo, de los políticos no se espera que digan la verdad, sino que la digan, la oculten o la contraríen en las proporciones necesarias para una buena convivencia.
Es más o menos eso lo que le están echando en cara a Julian Assange, el responsable de Wikileaks, la web que ha divulgado papeles reservados del departamento de estado americano: "está usted destripando un juego imprescindible". Imaginemos que alguien se levanta de su butaca del Teatro de la Ópera en el último acto de La Traviata, mientras Violeta canta sus últimos estertores, y se pone a gritar: "¡Esa mujer está fingiendo! ¡Ni se muere ni está tuberculosa ni se llama Violeta!" Seguramente el público aplaudiría su expulsión sumaria de la sala, sin agradecerle esa revelación. Acabamos de enterarnos de que el gobierno americano sabe que los gobiernos con los que se alía son corruptos, hipócritas o comediantes, más o menos como aquellos a los que se enfrenta; y si no extraña que lo piense extraña menos que se lo calle. ¿Es como para escandalizarse? Si, sí, los hechos en si pueden ser escandalosos, horrorosos incluso, pero ¿de verdad que no se había usted enterado aún de ellos? No sé si Assange ha revelado algo que no supiese ya quien quisiese saber. Los secretos de estado parecen ser, en su mayor parte, como el vello púbico de las celebridades: lo único que los hace sorprendentes es que aparezcan en las portadas. Política es eso, diplomacia es eso, al menos en todo el mundo conocido: yo hago como si no supiese, y tu como si no supieses que lo se, un convenio de hipocresía civil.
Si Julian Assange, el inconveniente, se merece la libertad -y algún tipo inédito de Premio Nobel- es porque, antes que él, los gobiernos y sus alrededores violan sistemáticamente ese mismo convenio, en detrimento de la ciudadanía. Assange destripa el juego, pero es que ellos nos habían querido convencer de que el juego no es tal.
Es una horrenda conjura ilusionista. Para empezar, cómo no, está el auto sacramental de la transparencia, que va de las cuentas privadas y públicas hasta las revelaciones de la tele-basura, pasando por los scannersde los aeropuertos. Un diluvio de información del que quizás alguien saque provecho: no el ciudadano común, que se resigna a que alguien sepa todo de él a cambio de la sensación de que se sabe todo de todos.
Después, los políticos siguen cursos de interpretación, no para fingir bien, sino para fingir que no fingen. Bien entrenados, prodigan ante la prensa escenas campechanas con su familia, amigos y electores, hasta convencer al público de que son seres reales, comunes y corrientes, y no siniestros funcionarios de una especie de juego de rol diseñado por el mismísimo Behemoth.
En fin, los gobiernos y sus alrededores, armando legiones de especialistas en todas las materias, pasan a ocuparse de todos los dilemas de la vida diaria, desde la salud y la vialidad hasta la temperatura correcta de fritura del pescado, asegurando al elector que su principal objetivo es llevarlo de la mano como una madre. No siempre esos cuidados son efectivos, pero la máquina es tan formidable que al menos persuade al ciudadano de que las cosas no podrían hacerse de otro modo.
¿Que tienen en común todas esas operaciones tan dispares? El objetivo de convencer al público de que, si alguna vez la política fue arte y teatro, ya ha dejado de serlo: lo que se ofrece ahora en el escenario es la vida misma, todo verdad, la verdad toda. No es poco, porque en el teatro el público podía abuchear, tirar tomates y hacer que quitasen la pieza de cartel: ante la vida misma puede a lo sumo quejarse.
Por eso las revelaciones de Assange, sea quien sea ese señor, son bien venidas. No porque nos cuenten cómo es el mundo en realidad, sino porque nos recuerdan que la comedia sigue siendo comedia.
¿Transparencia? No sé, creo que el primero que pensó en la aplicación de la transparencia al bien común fue Jeremy Bentham, imaginando una cárcel sin paredes. Opacidad para todos. Que suelten a Assange si es que lo cogen.

1 comentario:

  1. Tanto esta entrada como la anterior me dejaron más que gratamente impactada, es una suerte poder leer puntos de vista que se salen de lo impuesto pellizcando certeramente lo aparentemente incorrecto, lo que no se dice, lo que se calla, lo que no se ve o no quiere verse... La porquería que lo envuelve todo, pero que como es nuestra porquería se "soporta", se digiere...

    Entiendo poco de casi todo por ello tras el impacto de leerte (e incluso el enlazarte) me callo, leo y medito... Pero no pasaré por encima sin decir: ¡Fantástico! y ¡Amén!, también, por qué no?

    Abrazos,

    Mar!

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