tag:blogger.com,1999:blog-27794928114790630312024-03-13T11:21:47.039-03:00Café KabulTodo lo que me tienta escribir sin esperar a pasado mañana. CakéKabul es el blog de Oscar Calavia, escritor y antropólogo. Divulga la parte publicada o publicable de sus ideas.Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.comBlogger127125tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-27392265694681546602021-03-21T17:26:00.001-03:002021-05-20T09:18:01.046-03:00Comuneros
De aquí a nada debería celebrarse el quinto centenario de las Comunidades de Castilla. Aunque no me vayan las efemérides ni sepa de las Comunidades más de lo que he leído en un par de libros, me preocupa que una fecha tan redonda pase en blanco. Hace dos años fue el quinto centenario de las Germanías de Valencia y no oí un pío. Empiezan a aparecer, sin embargo, referencias a los ciento cincuenta de la Comuna de París. Las revoluciones ibéricas que inauguraron nuestra edad moderna nunca han gozado de gran prestigio. Historiadores de derechas y de izquierdas han echado mano de sus catecismos preferidos para calificarlas de movimientos trasnochados, provincianos y medievales, opuestos a la idea del Imperio (que para unos llevaba derecho hacia Dios y para otros a la victoria final del proletariado, después de algunos rodeos). Buenos a lo sumo para fiestas regionalistas, de regionalismos al biés como el castellano.
Comunidades, germanías: chapuzas intempestivas.
Y sin embargo en los relatos contemporáneos se encuentran escenas que no desmerecen de las de, pongamos, unos inicios de una Revolución Francesa de primera calidad. Tejedores, calceteros, agujeteros, unos cuantos hidalgos, algunos nobles asaltando no una sino varias bastillas, asesinando diputados vendidos a la camarilla real, saqueando y quemando casas de ricos. Se habla de libertades, de hermandad, alguna vez hasta de democracia, y siempre del interés de la república, que por entonces, nótese bien, no era lo contrario de la monarquía. Aunque de vez en cuando se habla también de una república sin monarca. No en la capital -no había capital por entonces- sino un poco por todas partes: Toledo, Segovia, Valladolid, Burgos... Cada ciudad envía sus diputados a una Junta que se reúne en Ávila, que redacta las reivindicaciones comunes y nombra un capitán general de su ejército. Las Comunidades no fueron una chapuza: estuvieron más de una vez a un paso de triunfar.
Ya se sabe cómo había empezado todo. Los Reyes Católicos habían iniciado lo que se llama una política dinástica, o sea un juego de mesa (y cama) consistente en casar a sus muchos hijos e hijas con los herederos de Austria, Portugal, Inglaterra y algún que otro reino menor: con el tiempo eso podía llevar a un nieto suyo a heredar unos cuantos reinos (cuyos súbditos podían si quisiesen considerarse los unos dueños de los otros mientras no olvidasen que el tal nieto era dueño de todos). Podía llevar y llevó. Al Imperio, ese del que un buen número de electores de este país sigue teniendo nostalgia. Felipe el Hermoso, prontamente fallecido, y su hijo Carlos, ambos nacidos en lo que hoy viene a ser Bélgica, vieron a España, o en concreto a Castilla, como la casa de la suegra, o de la abuela, donde solo se va a desvalijar el cofre y llevarse la vajilla de plata. Carlos I llegó a su reino sin saber una palabra de castellano y acompañado por su preceptor y principal consejero, un tal Guillermo de Croy que por sí solo valía por tres plagas de langosta. En menos de tres años acaparó para sí y sus amigos y sobrinos todas las rentas, prebendas y sinecuras que se dejaron ver. Y fue, ay, Tesorero del Reino. Fue también De Croy -que pretendía sin duda ampliar el espectro de sus negocios-, quien incentivó al joven monarca a que corriese a Alemania a cuidar del título de Emperador que acababa de conseguir.
No sin antes convocar unas Cortes en La Coruña para que votasen una contribución extraordinaria. Se trataba de ayudar al joven rey a alcanzar su sueño, pagando los préstamos que había tomado para untar a conciencia a los principes electores. Después de largas discusiones, las Cortes acabaron por votar la contribución. La decisión, muy impopular, se puede entender si se tiene en cuenta que un diputado que discordaba fue desterrado a Gibraltar, y muchos otros amenazados con cosas peores.
Y bien, el circo estaba organizado: a las ciudades castellanas no les gustó nada la contribución extraordinaria ni el modo en que se había decidido. Como es de rigor en estos casos -al principio de la Revolución Francesa ocurrió lo mismo-, las proclamas de los sublevados rebosaban de amor hacia el monarca y censura hacia los malos ministros. Exigían que rentas y prebendas se quedasen en casa y no fuesen a parar a manos de extranjeros y, en fin, que el rey se quedase a reinar en su reino y no gastase más de lo debido para que los recaudadores no tuviesen que despellejar a la plebe más de lo que establecía la costumbre. Reivindicaciones, convengamos, muy moderadas. Aunque no faltaba quien recordase que en Italia había unas cuantas repúblicas sin cabeza coronada y les iba muy bien. O quien prefiriese buscarse una cabeza coronada menos ávida de ducados.
Porque de hecho la había: nada menos que la madre del emperador, Juana I, legítima detentora del trono pero encerrada desde hacía más de diez años porque no estaba bien de la cabeza. Juana podía asumir la soberanía, ya que su joven hijo no parecía muy dispuesto a transigir. Y la partida estaba, en rigor, bastante igualada, bastaba una buena baza política.
<div class="separator" style="clear: both;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-y9aCt-1eQGY/YFehCBc3fEI/AAAAAAAAB_w/KuHyr0d1YGMyTL7Mj2igKPaHfpwVzs9gQCLcBGAsYHQ/s1803/Juan_de_Flandes_003.jpg" style="display: block; padding: 1em 0; text-align: center; "><img alt="" border="0" height="320" data-original-height="1803" data-original-width="1131" src="https://1.bp.blogspot.com/-y9aCt-1eQGY/YFehCBc3fEI/AAAAAAAAB_w/KuHyr0d1YGMyTL7Mj2igKPaHfpwVzs9gQCLcBGAsYHQ/s320/Juan_de_Flandes_003.jpg"/></a></div>
Mucho se ha hablado de las causas de la locura de Juana sin parar demasiado a saber si de verdad estaba loca. Investigaciones recientes, incluyendo algunas de cuño feminista, han ido sacando a la luz detalles que parece que ya en la época los ingleses conocían pefectamente. Que Juana no tenía nada de loca. Tenía algo mucho peor: un absoluto desinterés por la religión. No quería ir a misa, ni comulgar ni menos aún confesar y poner su alma en manos de algún santo fraile; eso desde muy joven, para desazón de su madre. Ese desapego hacia la religión no era una actitud inédita en la época, y la reina Isabel tenía un protocolo infalible para remediarla. Protocolo que, ay, no se podía aplicar en el caso. En lugar de ir a la hoguera, Juana fue estrechamente vigilada: su impiedad era inquietante. En 1506 quedó viuda después de dar seis hijos a su hermoso marido y se corría el riesgo de tener una atea reinando en Castilla: para evitarlo, fue a parar a una residencia en Tordesillas, donde se la mantuvo presa y totalmente aislada del mundo, sometida a ayunos y encierros en la solitaria. De vez en cuando le daban cuerda, o sea la colgaban con pesos en los pies para que accediese a cumplir sus deberes de cristiana. No es una leyenda negra: es lo que figuraba en la correspondencia real que un alemán extravagante desenterró hace más de cien años delos archivos de Simancas.
Los comuneros tomaron Tordesillas, echaron al marqués de Denia -carcelero o loquero real- y sacaron a la reina de su encierro. Le contaron todo lo que no le habían dejado saber (que su padre ya había muerto, que su hijo era emperador, etc) y, en fin, la trataron como a una reina, pidiéndole encarecidamente que asumiese el trono que era suyo.
Pero, ay, Juana tenía lo que ahora se llamaría un problema de interseccionalidad: por mucho que fuese una víctima del patriarcado -y del frailarcado-, era sobre todo una mujer de sangre azulísima. Mejor morir antes que pactar con aquellos pardillos que habían osado levantar la ceja sin órdenes de la superioridad. Juana no firmó y así echó a perder el jaque-mate de los comuneros. Mientras estos iban subiendo al patíbulo ella volvió al trullo, ahora por orden de su amoroso hijo Carlos, que agradecido por su lealtad y preocupado por su salvación eterna, mandó aumentar (dicen) la ración de cuerda. Vivió así hasta 1555, sólo tres años antes de la muerte del Emperador. Hasta su último suspiro, los decretos reales salían en su nombre.
En fin, la revolución fracasó, y sus tres cabecillas fueron decapitados -es esa ocasión la que suele conmemorarse- en Villalar, el 21 de abril de 1521. Y en muchos otros lugares y días, porque había muchísimas cabecillas más y la poda se mantuvo sin prisas pero sin pausas unos buenos años. La historiografía habló de la clemencia del Emperador, lo que muestra que el instinto lamebotas nunca ha faltado en la profesión. El decreto del perdón real, leído solemnemente en ceremonia pública, contaba con una lista de excepciones de varias páginas -más larga que el perdón en sí- donde se enumeraban, desde un marqués a un pajariego, todas las cabezas que se habían levantado y que aún debían caer. Era, en rigor, un edicto de proscripción disfrazado de perdón: al parecer, se puede llamar clemencia a dejar con vida a los contribuyentes bien dispuestos. La represión de las Comunidades ha hecho correr muy poca tinta.
¿Y a qué bueno sacar a relucir el fantasma de las Comunidades, si hay tantos que opinan que sería mejor poder olvidar de una vez la GC?
<div class="separator" style="clear: both;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-AOH4CH8tvCE/YFef7a3rk9I/AAAAAAAAB_o/v36bgwuP1QAqcQ4ba8VVrCnHrtUljD4XwCLcBGAsYHQ/s2000/Pe%25CC%2581ninsule_ibe%25CC%2581rique_en_1556.png" style="display: block; padding: 1em 0; text-align: center; "><img alt="" border="0" width="320" data-original-height="1500" data-original-width="2000" src="https://1.bp.blogspot.com/-AOH4CH8tvCE/YFef7a3rk9I/AAAAAAAAB_o/v36bgwuP1QAqcQ4ba8VVrCnHrtUljD4XwCLcBGAsYHQ/s320/Pe%25CC%2581ninsule_ibe%25CC%2581rique_en_1556.png"/></a></div>
La respuesta la da el mapa adjunto, que no es más que un gráfico sumario de los follones de la época, incluyendo las Germanías valencianas. Mirando ahí se puede discutir si el quinto centenario de las comunidades merece o no recordarse.
Si el mapa no habla por si solo, explico: la región donde a principios del XVI se dio todo ese fervor revolucionario corresponde con bastante exactitud a la que desde entonces y hasta hoy mismo se entiende como cuna y catre de la reacción y el conservadurismo peninsular. La mayor parte de la España periférica, la más progresista y cosmopolita como bien sabemos, se mantuvo al margen entre otras cosas porque los negocios imperiales le tentaban. Punto para Zaragoza, que si no participó en la sublevación se amotinó cuando intentaron reclutar allí tropas para reprimir la sublevación de los otros. Los historiadores que entienden del asunto han hablado bastante de cómo todo ese país -industrioso y próspero por entonces- se arruinó minuciosamente durante el llamado siglo de oro, convirtiéndose en un despoblado de rentistas, tinterillos, labradores empobrecidos y conventos. Vete a saber por qué: a mi siempre me ha parecido entender que por una especie de defecto geográfico: ay, esos páramos interiores cerrados a los vientos de la renovación. Si se deja la historia de lado, la meteorología puede explicarlo todo. Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-22898319088957246522021-02-13T08:16:00.000-03:002021-02-13T08:16:36.020-03:00Vacunas y mafias
Cuando se difundió, en 1949, que la URSS había probado su primera bomba atómica, algunos medios franquistas -eso me contaron: yo no había nacido por entonces- dijeron que no pasaba de un farol: Stalin había hecho reventar unas cuantas toneladas de dinamita en el desierto para hacer creer al mundo libre que disponía de La Bomba. Los norteamericanos, que ya habían probado una bomba similar en dos ciudades muy pobladas, estimaron que los rusos lo habían conseguido, sí, pero gracias al espionaje de un matrimonio de comunistas, a los que sentaron en la silla eléctrica en 1953. Años más tarde, los rusos lanzaron el Sputnik I, el primer satélite artificial que orbitó en torno a la tierra: los norteamericanos lanzaron su carrera espacial, en la que pasaron casi una década chupando rueda. Pasaron seis décadas más y en 2020, mientras el público occidental asistía con emoción a la carrera de los grandes laboratorios hacia la vacuna dudando que consiguiesen llegar a ella en tan corto plazo, Putin el imperturbable apareció en la televisión anunciando que Rusia empezaba su campaña de vacunación con una vacuna cien por cien rusa y adecuadamente bautizada “sputnik”.
<div class="separator" style="clear: both;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-MWno8B6tlKQ/YCe0wBbXVTI/AAAAAAAAB-4/Bqr153m-5AQXYHGj0umtMGOD0R1ct38bgCLcBGAsYHQ/s1094/Sputnik_asm.jpg" style="display: block; padding: 1em 0; text-align: center; "><img alt="" border="0" width="320" data-original-height="896" data-original-width="1094" src="https://1.bp.blogspot.com/-MWno8B6tlKQ/YCe0wBbXVTI/AAAAAAAAB-4/Bqr153m-5AQXYHGj0umtMGOD0R1ct38bgCLcBGAsYHQ/s320/Sputnik_asm.jpg"/></a></div>
Hasta hace dos semanas, el público occidental asumía que la sputnik era agua con azúcar que el neo-zar estaba haciendo inyectar en una población desinformada y manipulada. Mientras los rusos se iban vacunando, se festejaba con entusiasmo la llegada de la Primera Vacuna conseguida por el prodigioso esfuerzo de la Pfizer, a precio de pata negra y con condiciones de uso aún más caras. Y la Segunda, la de Moderna, poco más o menos. Y la tercera, Astra-Zeneca, a la que cada día le sale una verruga nueva. Las autoridades europeas empezaban sus educados rifirrafes con los grandes laboratorios, a los que habían donado ingentes cantidades de dinero público: deben sospechar -aunque no lo he oído decir así de claro en los noticiarios-, que están vendiendo el producto al mejor postor en lugar de honrar sus contratos con la UE.
Pero ¿qué se puede hacer, si ha sido precisamente la inmensa capacidad asociada al afán de lucro, y la inagotable creatividad de las start-ups movidas por el mismo afán, lo que nos ha llevado por fin a la salvación?
En esas, la revista médica más prestigiosa del mundo publica los resultados de los tests de esa vacuna rusa de andar por casa, que demuestran que tiene una eficacia comparable a la de la Primera y la Segunda. Sin contar que es más manejable. Lo suyo habría sido que el título de Primera Vacuna tan coreado por los medios de comunicación pasase de Pfizer al laboratorio ruso, pero no. A fin de cuentas, aún habría que saber algo sobre la vacuna china, que estaba en operación aún antes. Pero parece que a los chinos no les preocupan los títulos.
Los antiguos comunistas exultan: ¡la Patria del Socialismo ha vencido una vez más! Pero espera, espera: la URSS ya no existe y Rusia es patria de cualquier cosa menos del socialismo. Más bien un paraíso de plutócratas mafiosos cuya única relación con el mundo soviético consiste en que en su mayor parte salieron de las filas de la KGB.
Y qué más da: Rusia no será ya la patria del socialismo pero sigue siendo el Otro Lado. Y lo que importa es que haya el Otro Lado. ¿Un Imperio, una Mafia, un Mundo? ¡Monopolio! Mejor que haya dos, tres, cuatro, que haya competencia: parece que el destino de la antigua Patria del Socialismo va a ser siempre demostrar la ventaja del Mercado. Y de la piratería: es gracias a webs situadas tras el antiguo telón de acero (Sci-Hub, Genesis, etc.) que los científicos occidentales consiguen leer los resultados de sus propias investigaciones, pagadas con dinero público occidental. Es que en casa, y por decisión de los mismos órganos que distribuyen ese dinero, todo lo que los científicos publican queda en manos de grandes editoras privadas: estas lo venden a un precio que ni la universidad de Harvard consigue pagar. Como en el caso de la vacuna, esa decisión se justifica por la piadosa creencia de que la iniciativa privada (o, en fin, lo que recibe ese nombre) tiene poderes paranormales y hay que mimarla. Pero ni los poderes paranormales ni los mimos de la UE han impedido que la sputnik llegase antes.
¿Demasiados mimos para poco milagro? Además del dinero público invertido en el desarrollo de las vacunas, los grandes laboratorios se benefician de la formación de los científicos en universidades pagadas en su mayor parte por fondos públicos y de decenas de miles de publicaciones sufragadas del mismo modo. Así que la contribución de la iniciativa privada al desarrollo de la vacuna puede equivaler, quizás, a la cantidad de naranja que se pueda encontrar en un refresco de naranja.
En cuanto al producto final, la vacuna, ese sí es privado: protegido no por una patente sino por secreto industrial, motivo por el cual la señora Van der Leyen ha tenido que reconocer que “la ciencia ha ido más rápida que la industria” y que llevará mucho tiempo hasta que se fabriquen vacunas para todos. Obvio: los laboratorios no se pueden poner a fabricar una fórmula que debe continuar secreta. De modo que mientras la Primera, la Segunda y la Tercera van llegando con cuentagotas, continuaremos confinados, semi-confinados y para-confinados el tiempo necesario para que los laboratorios acumulen dólares para empapelar el camino de aquí a Marte.
Es un consuelo: si no podemos enseñar nada a los rusos en cuanto a vacunas, ellos tampoco tienen nada que enseñarnos en cuanto a mafias. La UE dice que no ha recibido ninguna solicitud rusa para la autorización de la vacuna. Los rusos dicen que la han enviado pero que hay una conspiración para ignorarla. No soy nadie para saber quién dice la verdad. Pero en ese mundo ideal donde, dicen, la salud es lo primero, a las autoridades competentes no les costaría mucho averiguarlo. Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-76630436968200187592021-01-29T07:50:00.002-03:002021-02-13T08:23:45.357-03:00Basura
Ya sabemos que cuando el sabio señala la luna el necio mira al dedo. Lo dice un proverbio, por supuesto chino. Pero hay veces en que puede ser más sabio mirar al dedo. Por ejemplo, a ese dedo que apunta y dice: “eso, a la basura”. Ese dedo es el tema de este libro.
Por mucho que ocupe, contamine y abrume, la basura -la basura objetiva, esa que se barre, recicla, incinera, esconde, exporta- es lo de menos, un detalle accesorio. La basura esencial no es un objeto sino una acción: la de producir sin tregua todo lo que no hay medios de consumir.
¿O es que se ha creído usted, de verdad, que vivimos en una sociedad de consumo?
<div class="separator" style="clear: both;"><a href="https://1.bp.blogspot.com/-RO2RtHr_0_k/YBPfmpr101I/AAAAAAAAB-g/_tRCMx14PVIJwtxkNjF7sVnGURb2hTRIQCLcBGAsYHQ/s428/978841738664.JPG" style="display: block; padding: 1em 0; text-align: center; "><img alt="" border="0" height="320" data-original-height="428" data-original-width="300" src="https://1.bp.blogspot.com/-RO2RtHr_0_k/YBPfmpr101I/AAAAAAAAB-g/_tRCMx14PVIJwtxkNjF7sVnGURb2hTRIQCLcBGAsYHQ/s320/978841738664.JPG"/></a></div>
Del contrato-basura a la telebasura pasando por la comida basura, la ciudadanía no tiene tiempo de consumir, solo hace equilibrios para escapar un día más del basurero de la historia. El antiguo Egipto tuvo sus pirámides, el Paleolítico sus hachas de silex, la Europa del siglo XIII sus catedrales, y el mundo todo, ahora, tiene sus basureros, monumentos mayores y a lo que parece más duraderos que todos los anteriores.
De todo eso y mucha más basura se puede leer en mi último libro: las ciento noventa páginas más joviales que se puede escribir tal como están las cosas. La verdadera biblia de la auto-ayuda para obsolescentes.
Una entrevista radiofónica sobre el libro: entre el minuto 05:58 y 31:34
https://www.spreaker.com/user/10079497/210118-lletraferida_2?utm_medium=widget&utm_source=user%3A10079497&utm_term=episode_title&fbclid=IwAR0EcdoMnjABHrLx3_PBdYntkgIq_QvQHkVEg-CNvOzWe83Hxsa3Zpvhbt0
Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-47645046216692967232015-11-15T16:59:00.000-02:002015-11-15T17:10:19.265-02:00Estocolmo, Estocolmo<br />
Quien se haya pasado por aquí habrá comprobado que hace tiempo que no escribo nada nuevo. Es que opinar sobre todo y cualquier asunto acaba cansando (al autor y/o a los lectores). Y he optado por abrir otro blog diferente en el que “solo” hablo de libros. Especialmente, pero no solo, de libros de antropología. Reseñas en español (las más), en portugués o alguna vez quizás en inglés. Para quien se interese, helo ahí: <br />
<a href="http://tigresdebabel.blogspot.com.br"><b>Tigres de Babel</b></a><br />
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Pero... ya que estamos aquí aprovecharé para, como dijo aquel, hablar de mi libro. Del último, este:<br />
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<a href="http://1.bp.blogspot.com/-xsrNP1EIgOI/VkjVu101guI/AAAAAAAABHc/L-7XDdNBArQ/s1600/Estocolmo_Estocolmo_Cover_for_Kindle.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-xsrNP1EIgOI/VkjVu101guI/AAAAAAAABHc/L-7XDdNBArQ/s640/Estocolmo_Estocolmo_Cover_for_Kindle.jpg" /></a><br />
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<b>Estocolmo, Estocolmo</b> es una fábula político-psicótica que, quiero dejar claro, no habla de ningún país latino-americano en concreto: lo que es un modo -bastante común entre los escritores de este continente, y después de casi treinta años aquí ya vengo a ser uno de ellos- de hablar de todos. Incluso de algunos que no están en esta parte del mundo: el planeta entero se está volviendo territorio de colonias.<br />
Su protagonista es un ex-guerrillero que no ha podido o no ha querido vivir de su pasado y más bien preferiría verlo desaparecer: pero no, el pasado se le cruza en el camino de un modo particularmente absurdo. Pero no más que tantas otras cosas que pasan lejos de las páginas de una novela. <br />
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<b>Estocolmo, Estocolmo</b> ha sido editado en la plataforma CreateSpace, vinculada a Amazon, en cuya web puede ser adquirido. <br />
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Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-8734031021834056242015-06-13T17:20:00.000-03:002015-06-13T17:20:06.001-03:00Los impuestos placenteros<br />
Supongo que la publicidad tuvo su inicio con la competencia comercial, cuando un buen letrero podía hacer que uno comprase sus zapatos al zapatero A y no al B, o fuese a beber en la taberna B antes que en la A. Mucho más adelante, la publicidad empezó a servir para que se comprasen cosas que sin la ayuda de la publicidad nadie compraría, o compraría mucho menos. Ya hace bastantes años que nadie pretende vender nada sin la ayuda de una cierta cantidad de publicidad, lo que quiere decir que, en media, hay un coste publicitario incluido en el precio de todo lo que se compra. Un coste mayor o menor pero nunca ausente, porque aun si un producto no gastase un céntimo en publicidad su precio sería definido por la media de la mayoría que sí lo gasta. <br />
Ese coste debe ser muy alto, porque es fácil ver que da para mucho. Buena parte de los sueldos estratosféricos de quien gana sueldos estratosféricos (deportistas, por ejemplo, pero la lista es larga) viene de los contratos publicitarios; todo lo que se ofrece en este mundo como servicio o bien gratuito o semi-gratuito (un blogspot como este, las redes sociales o el google, las televisiones, la prensa gratuita, impresa u online, y un largo etc) se paga con la publicidad, y buena parte de lo que se paga para disfrutar o poseer también incluye, junto a su precio explícito, una publicidad, desde el transporte público con publicidad privada a los mismos periódicos que se compran en el kiosco, con sus páginas de anuncios. No deja de ser sorprendente que, mientras abundan los servicios por los que no se paga nada a cambio de la publicidad, son raros aquellos en que, a cambio de pagar algo más, la publicidad se excluya. Cuando contraté por primera vez un servicio de televisión de pago me sorprendió notar que en ella no faltaba publicidad; a veces, para ser sincero, sobraba, y mucho. Es decir, aparentemente se gana más con la publicidad que cobrando al cliente un poco más por un servicio sin publicidad. <br />
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<a href="http://3.bp.blogspot.com/-Onk0kOaOFko/VXyPeCkqKyI/AAAAAAAAA60/wnRwjgz-CXc/s1600/publicidad.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-Onk0kOaOFko/VXyPeCkqKyI/AAAAAAAAA60/wnRwjgz-CXc/s320/publicidad.jpg" /></a><br />
La razón debe ser fácil de ver: con el precio se cobra a un cliente, con la publicidad se cobra, virtualmente, a todos, clientes o no. La publicidad ha accedido al mismo principio que funda los impuestos: cobrando un poco (o no tan poco) de todos se consigue mucho. Y al igual que los impuestos se hacen tolerables porque tenemos que mantener gastos públicos, el precio de la publicidad se legitima porque es razonable y conveniente que todos consumamos mucho más de lo que consumiríamos sin publicidad. <br />
O sea, con la publicidad el capitalismo ha logrado una hazaña socializadora que ningún socialismo va a conseguir nunca: que todos paguemos un elevado impuesto privado sin chistar; o más bien, murmurando de placer. <br />
Para ser justos, la publicidad extrae dinero público, tan público como el de los impuestos, porque, hechas las cuentas en común, se paga si se quiere como si no. Ya puedo detestar al famoso X, que si él cobra algunos millones por anunciar un coche, un dentífrico o un yogur, pagaré una parte de esos millones cada vez que compre el coche, el dentífrico o el yogur que anuncie, o pagaré el equivalente comprando cualquier otro -al mismo tiempo que pago, por ejemplo, el IVA, pero en ese caso sin saber cuánto estoy pagando. Aunque nunca haya visto la publicidad, aunque deteste la publicidad, aunque evite la publicidad o aunque compre contra la publicidad. <br />
O sea, es dinero público. Es dinero público, pero no político, por así decir. Porque a diferencia de lo que ocurre -o se espera que ocurra- con los impuestos, no hay modo de saber cuánto pago al año por publicidad, ni a quién va ese dinero, ni cómo se administra. No puedo exigir un control de lo que se paga por publicidad, no puedo hacer objeción fiscal en la publicidad, no puedo influir de ningún modo en el destino de lo que pago por la publicidad. No puedo quejarme de que X vuele en primera clase y se hospede en hoteles de lujo con el dinero que pagué por la publicidad. En fin, es dinero público con un control absolutamente privado, del que nadie se queja. <br />
Ah, sí, me olvidaba: sí puedo. Puedo dejar de comprar. Hay que reconocer que es todo un derecho. <br />
Debe ser mucho dinero: la frase “contratos millonarios de publicidad” es una frase hecha en todas las lenguas, y todo indica que va creciendo, se va diversificando, personalizando y complicando. Las redes sociales cobran no sólo por la publicidad sino por la información que permite a la publicidad hacer mejor puntería sobre cada uno de nosotros en la publicidad. Como la eficacia de la publicidad crece en las grandes escalas, ella ayuda a que todos consumamos lo mismo, a que así el precio de producción baje y a que una parte creciente del precio final sea destinado a publicidad. Puede usted tiras la publicidad a la basura, que la seguirá pagando igual; por cierto, pagará también por la basura que usted mismo no se ha empeñado en producir, aunque nunca le dirán cuánto. De hecho, ese mundo de producción y consumo en masa en el que la publicidad es tan necesaria tiene altos costos colaterales que tampoco se especifican en la etiqueta, porque se pagan en otro momento. Aunque en conjunto sean inaceptables, qué más da: los habrá pagado usted a gusto. Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-85939234217612578692015-06-08T11:21:00.000-03:002015-06-08T11:21:40.547-03:00Más innovación tecnológica<br />
Los periodistas especializados en innovación tecnológica son de una raza especial. Copio casi literalmente:<br />
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<i>- ¿Cuál es la novedad tecnológica de la semana, Claudio?<br />
- Cristina, la novedad tecnológica de la semana es que Microsoft ha incorporado al Skype su traductor de voz simultáneo en cuatro lenguas: mandarín, inglés, español e italiano. Eso quiere decir que, por ejemplo, podremos hablar gratis por Skype con un amigo de Shanghai que sólo hable mandarín. Tu hablas en español y él oye a un robot, con la voz que tu escoges, hablando en mandarín; y viceversa. ¿Te imaginas?<br />
</i><br />
(Me imagino, si, me imagino. Es un deseo pendiente desde la confusión babélica: hablar con un amigo de Shanghai sin que ninguno sepa la lengua del otro. Qué más se puede pedir que tener amigos con los que no se tenga ni una lengua en común pero sí un dispositivo de comunicación on line gratuito. Copio y pego de un texto enviado por un ciudadano chino a un foro de discusión sobre el aniversario de Tian an Men, obviamente traducido por un traductor automático, que puede darnos una idea de lo que será esa conversación: <br />
<b>“En su temeraria , cada oportunidad , el gobierno " no a través de los buenos tiempos económicos es" el fin de mostrar la influencia de sus propuestas políticas y España para corregir el mal, de oro, para ser exactos, " es un estado , y la persecución de los pies de capitalización su enorme gasto. Los dos directores en Madrid , dijo que China está en silencio , por lo que el PP , acusó disposición conveniente . Mariano planea en secreto, Obama y sus secuaces. La cifra más alta a cargo de la educación, la Mesa, Madrid, Salvador Victoria Lucía Figar y después de Tiananmen Square Group, acusado de trabajar por la justicia social cartaginesa renunció dos días de los tribunales nacionales. "</b>) <br />
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<a href="http://3.bp.blogspot.com/-_B1ov8flAg0/VXWksoO9phI/AAAAAAAAA6U/3d5JVAtz1XI/s1600/torre-de-babel.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-_B1ov8flAg0/VXWksoO9phI/AAAAAAAAA6U/3d5JVAtz1XI/s320/torre-de-babel.jpg" /></a><br />
<br />
Pero espera: las noticias de innovación tecnológica no han acabado: <br />
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<i>- Vamos a ver, Claudio, las aplicaciones de ese traductor podrán ser enormes...<br />
<br />
- ¡Desde luego! Imagínate, por ejemplo, que de ese modo los call center podrán funcionar veinticuatro horas al día, atendiendo tus llamadas desde cualquier punto del planeta, y respondiendo en tu lengua. ¿Te imaginas?</i><br />
<br />
(Me imagino:<br />
-Esto es la servicio de atención a lo cliente de Bodriofone. Detectamos que llamada la su procede de Spain, si lengua hablar desee otra en marque 1...<br />
- ¿?¿?¿?¿?<br />
- Oferta en de Multimedia planos New Generation informe si desee en marque 2, Ficha cliente formulario en marque 3, Plan de Puntos actualizar para marque 4, Free Roaming dos la embute marque 5...<br />
- ¿?¿?¿?¿?)<br />
<br />
El programa sobre innovación tecnológica continua, poniendo sobre la mesa preocupaciones políticas:<br />
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<i>- Pero y eso no supondrá algún problema laboral?<br />
- Cristina, cuando se inventó la luz eléctrica hace más de un siglo algunos sindicatos decían que era un medio que los patrones tenían para hacerlos seguir trabajando toda la noche. ¿Te imaginas? Claro que eso no ocurrió, ¡lo que ocurrió fue que las fábricas pudieron empezar a trabajar en tres turnos! ¡Tres veces más puestos de trabajo! ¿Te imaginas?</i><br />
<br />
Los periodistas especializados en tecnología -o bien: una buena parte de ellos- deben constituir la primera generación de estafadores profesionales que no necesita usar la imaginación, ni siquiera la inteligencia, para engañar a ciudadanos que las usan aún menos, porque no da tiempo. Hay novedad tecnológica todas las semanas o todos los días: unas caen en el vacío, otras se vuelven imprescindibles en cosa de semanas, pero para cuando caigan en el olvido no habrá dado tiempo aún a pensar si realmente tenía algún interés. Qué más da: para entonces, sin importar lo sorprendente, trascendental o ridícula que sea, el dueño de la innovación tecnológica (todas tienen dueños, casi siempre son los mismos) ya la habrá convertido en medio de ganar aún más; y aunque hayamos desistido de nuestro amigo de Shanghai, siempre podremos conversar con un subproletario de un call center en Indonesia. Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-18552531393408522212015-05-31T13:17:00.000-03:002015-05-31T13:17:12.816-03:00Kett y el concepto de propiedad<br />
Robert Kett fue un terrateniente de Norfolk que, en julio de 1549, se vio, un poco por azar, convertido en lider de una revuelta campesina. Una revuelta contra el cercado de las tierras. No por el reparto de las tierras, sino contra su cercado. Hasta entonces, los dominios señoriales eran objeto de un complejo sistema de derechos sobrepuestos -rentas, aprovechamiento de pastos o bosques para heno y leña, habitación, paso, un largo etc. Los señores empezaron a abolir esos derechos para cercar la tierra y convertirla en propiedad privada stricto sensu, o sea en una cosa que se puede empaquetar y usar, dejar de usar, vender o estragar como convenga. La coyuntura internacional de mediados de aquel siglo hacía más rentable abandonar la agricultura y dedicar toda la tierra a pasto de lanares para exportación, dejando a un lado aquella finalidad obsoleta de alimentar a sus habitantes. <br />
A Kett, aunque terrateniente, eso le pareció abusivo y por ello se puso al frente de los campesinos. Dirigió al rey, muy respetuosamente, un pliego de reivindicaciones muy moderadas que, en suma, pedía que se respetasen las leyes existentes. <br />
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<a href="http://3.bp.blogspot.com/-Wh__fyamrAk/VWszk8_tWUI/AAAAAAAAA50/1qG6-_8D1a8/s1600/nfk_ncm_nwhcm_1976_254_624x544.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-Wh__fyamrAk/VWszk8_tWUI/AAAAAAAAA50/1qG6-_8D1a8/s320/nfk_ncm_nwhcm_1976_254_624x544.jpg" /></a><br />
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Con su ejército de paletos rechazó el ataque del ejército de los nobles y tomó la ciudad de Norwich. El pánico cundió en las altas esferas y, después de varios intentos fallidos Kett y los suyos fueron finalmente derrotados por un ejército de mercenarios extranjeros dirigido por un duque nacional. Aunque la revuelta había sido de una extrema contención en sus modales, la represión no lo fue: las horcas funcionaron a todo pasto y se dice que sólo pararon cuando el duque comentó a uno de los triunfadores más entusiastas: "Si los matas a todos, tendrás que limpiar los establos tu mismo". Kett, a pesar de toda la moderación ya dicha, fue condenado por alta traición. A la pena reservada para estos casos, o sea la de ser ahorcado, destripado y descuartizado. No estaba en manos de cualquier patoso hacer eso manteniendo al reo vivo hasta el final (ese era el espíritu de la cosa) y era difícil traer desde Londres un ejecutor cualificado, de modo que se optó por colgar a Kett de unas cadenas en el muro del castillo de Norwich y dejarlo allí, vivo, hasta que se pudriese, en diciembre del mismo año. <br />
<br />
La larga disputa por la privatización de las tierras, que comenzaba por entonces y duró tres siglos más, ya ha sido de sobra tratada por los historiadores del capitalismo. Si vale la pena recordar el episodio, y en particular sus detalles macabros, es para hacer notar algo sobre lo que oigo llamar a veces "el concepto occidental de propiedad", o "el concepto occidental de territorio", resultado de una tendencia natural del ser humano (cultivar lo que es mío y sólo mío) o, al menos, de la racionalidad económica. En la tierra natal del capitalismo, Inglaterra, ese concepto de propiedad privada de la tierra se impuso, sí, por una evolución natural y racional de los conceptos... auxiliada por un uso generoso de tropas mercenarias y suplicios públicos. <br />
Los liberales y los marxistas se han turnado para justificar aquellas viejas masacres: los unos olvidándolas y suponiendo que al dogma de la propiedad privada se llegó por una sensata cuenta de gastos y ganancias, y los otros postulando que toda esa barbarie era necesaria para abolir un sistema feudal y avanzar, avanzar siempre hacia el paraíso del futuro donde habrá riqueza e igualdad para todos. Unos y otros coinciden en que la tendencia campesina a agarrarse a cuatro manos al pedacito de tierra propia es señal de un conservadurismo de nacimiento, un poco cazurro, y no de esa experiencia de que en tierra de cercados quien no tiene cerca está en la puta calle. <br />
<br />
Hay que reconocer que al paraiso del futuro le cuesta llegar. Lo que sí han hecho llegar las barbaries de 1549 (y muchas otras después) es una situación en que la propiedad privada del suelo no se discute. ¿Y por qué no se discute, si se discutía hace quinientos años? Bien, porque la propiedad privada del suelo, madre de la propiedad privada en general, se ha revelado muy productiva: produce ingentes cantidades de bienes (aunque no un buen modo de distribuirlos), produce una especulación imparable y produce, por lo que parece, una solución final de la civilización que la creó. En Brasil, donde resido, los indios, que vivieron mucho tiempo sin necesidad de cercas, tienen que hacer esfuerzos ímprobos para que se les reconozcan unas tierras destinadas para vivir y no para sacar de ellas el mayor provecho posible, y eso que la Constitución les reconoce tierras destinadas a vivir a su modo. Pero es mucha tierra para pocos indios, dicen algunos. Curiosamente, esa misma Constitución no dice una palabra sobre el destino del resto de las tierras, esas que corresponderían a los otros doscientos millones de habitantes. Deve ser porque no hace falta especificarlo: será el destino que les den sus dueños mayoritarios -que son menos que los indios- porque en cuanto a que sea propiedad de alguien parece que no hay que dar mayores explicaciones, es lo más natural del mundo. Por mucho que ese concepto tan natural no sea más que uno de los muchos modos posibles de disponer de la tierra (concesiones, alquileres, usos comunales, dominio difuso, propiedad pública, propiedad privada, etc etc.) entre los que sólo se destaca porque ha hecho ahorcar a mucha más gente. Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-72806212592423974462015-04-16T13:16:00.000-03:002015-05-31T13:09:31.382-03:00La chica que salta y el bar de José<br />
El bar de José es uno de los más populares de mi ciudad. Una persona en la cocina y él en la barra se las arreglan para mantener el mostrador lleno de doce tapas diferentes, servir, cobrar, dar el cambio, poner vajillas a lavar -y barrer, cuando lo permite la muchedumbre, varias decenas de clientes por hora. En el bar de José entras, bebes y comes bien en un quinto del tiempo que te llevaría tragar algún bodrio en un fast-food. José trabaja mucho y gana bastante dinero: si se le va a creer, casi todo lo que sirve viene de productores que no quedan muy lejos, a los que paga puntualmente. <br />
El bar de José es un ejemplo extremo de la eficiencia de la empresa privada, pero es quizás demasiado pequeño para que se le pueda llamar empresa. <br />
Veamos así la empresa de la que he comprado mi último chisme electrónico: las piezas son fabricadas en un país con materiales producidos en un segundo y un tercero, son montadas en un cuarto según diseño ideado en un quinto. En un sexto país donde los impuestos son desconocidos está la sede de la empresa, cuyo principal accionista es un banco situado en un séptimo pero con ramificaciones en otros ciento cuarenta, uno de ellos el mío, donde una concesionaria de la marca me ha vendido el chisme; si se estropea, la responsabilidad es de otra empresa del país vecino. Pero yo ya sé que cuando se estropee o se vuelva lento lo que debo hacer es tirarlo a la basura y comprar otro, porque todo esa maravillosa organización sólo puede mantenerse, y seguir fabricando chismes tan asequibles, si yo vuelvo a comprárselo una y otra vez.<br />
Eso sí que es un ejemplo de empresa, pero ya no está tan claro que sea privada: en toda su extensión incluye una inmensa burocracia, requerida para coordinar todo eso, y está activamente implicada (eso incluye de vez en cuando el soborno) en las políticas de los países en que actúa, para garantizar las “condiciones de competitividad”, o la “salud del sistema financiero”, o la portentosa “infraestructura de comunicación y transporte” que sus actividades exigen. <br />
Si no está claro que sea privada, lo que está desde luego es que genera enormes lucros privados, después de trasferir para el sector público buena parte de sus costes, porque, como nos recuerdan los entendidos en iniciativa privada, nada es gratis: tampoco los requisitos y los efectos de ese trasiego y esa infinita producción de chatarra tóxica. <br />
El caso es que las cosas son así: es un sistema. No hay cómo saber si habría cómo fabricar ese chisme electrónico -que al parecer se ha vuelto imprescindible- de un modo más simple y más próximo. Si fuese materialmente posible, sería económicamente imposible porque la inversión, claro está, se va a esas grandes organizaciones capaces de hacer pagar al sector público lo más feo de la cuenta.<br />
Si tiene que ser así y no puede ser de otro modo, entonces es más que un sistema: es un problema. Como ese problema se ha hecho ya muy grave (¿hay que decirlo?) es obvio que las autoridades competentes se dirigirán al público y le dirán: “tenemos un problema, habrá que pensar qué hacer con él”. ¿A que sí? ¡No! Lo que hacen es decir que, a pesar de todo, hay que reforzar ese sistema: es excelente, el mejor que hay, el más eficiente: y si no lo entendemos nos ponen de ejemplo el bar de José. <br />
<br />
<a href="http://4.bp.blogspot.com/-jpTtJm6O_YE/VS_gOT6iatI/AAAAAAAAA3s/zUuWVz1PgxA/s1600/draghi%2Battacked%2Bwoman.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-jpTtJm6O_YE/VS_gOT6iatI/AAAAAAAAA3s/zUuWVz1PgxA/s320/draghi%2Battacked%2Bwoman.jpg" /></a><br />
<br />
Entonces llega la chica que salta, se sube a la mesa y empieza a soltar papeles y a gritar una cosa sobre “imponer a la gente una narrativa demente y quitarle su dignidad para venderla a los bancos”, y muchos clientes del bar de José no lo entienden: ¿narrativa? ¿de qué habla? Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-61804079948347584832015-04-07T19:52:00.000-03:002015-04-07T19:52:41.129-03:00Dos veces ciento y pico de muertos<br />
Los psiquiatras nos han fallado. No solo han sido incapaces de evitar que el co-piloto hiciese lo que hizo; además, insisten en que no lo podrían haber evitado. Una depresión debería impedir que un aviador subiese a la cabina, cierto, pero lo que hizo el copiloto se debió a algo muy diferente: lo definen como un potente narcisismo gravemente frustrado para el que, aparentemente, no hay pastillas en la farmacia. <br />
Eso se parece demasiado a una culpabilidad individual, que de todas las explicaciones de un mal es, hoy por hoy, la menos satisfactoria: si la culpa es de una institución o una corporación hay alguna esperanza (no tan fundada) de pedir cuentas, o de exigir que se tomen medidas, pero un mundo de culpabilidades individuales es inquietante, un campo minado con una mina por cabeza. <br />
Pero quizás no haya que desistir tan pronto: si quisiésemos, quizás podríamos encontrar culpables adecuados. Por ejemplo, culpables del potente narcisismo del copiloto. ¿Quienes son esos canallas que a pretexto de cualquier cosa -campeonatos deportivos, campañas electorales, anuncios de coches, de viajes o de margarinas, de colegios para los hijos- andan gritando que no hay límites para nuestros sueños? Todo indica que el copiloto había sufrido un lavado de cerebro de este tipo: no le acuciaba la miseria, no se había quedado sin nada que hacer en la vida, pero lo único que le importaba era el sueño de volar muy alto y muy lejos, que es una de las primeras formas de la falta de límites que se le ocurre a una mente con poca imaginación. Como no iba a ser posible, y como el piloto no tenía ni intereses que no fuesen sus sueños ni un responsable a mano a quien pedir cuentas, decidió hacérselo pagar a los ciento cincuenta pasajeros. La idea de que no hay límites es desde luego falsa - si no existiesen por si mismos ya bastaría con la masa de humanos empeñados en elevarse sobre la masa- y además es profundamente nociva: que lo diga cualquiera que tenga un vecino convencido de que los límites no se han hecho para él. Se le podría dar un nombre: ilimitismo. Los ilimitistas están por todas partes, y las autoridades no hacen nada por ponerles coto: hay gurus del ilimitismo; hay sectas ilimitistas, la mayor parte escondidas tras empresas de fachada; hay incluso estados ilimitistas, y toda nuestra economía está basada en el ilimitismo. Sus cultivadores deberían ser puestos en alguna lista negra, porque si es verdad que el desastre de los Alpes se debió a un narcisismo frustrado habría que preocuparse por esas ingentes cantidades de narcisismo esparcidas por el mundo a la espera de frustración.<br />
<br />
Un grupo armado ha acabado con la vida de ciento y pico estudiantes indefensos en Kenia, y no se ve ninguna campaña con el lema “je suis un estudiante de Kenia”. Tampoco hay, que yo sepa, nadie ocupado en recriminar a sus semejantes que no hayan lanzado esa campaña. O sí, bueno: el Papa se ha quejado de esa indiferencia. En los tiempos del “Je suis Charlie”, por el contrario, había cientos de alternativas “je suis X”, indicando la infinidad de causas más sangrantes que la de París por las que uno podía indignarse. Pero su valor radicaba, a lo que se ve, no en ser sangrantes sino en ser eventualmente más sangrantes que la de los otros. <br />
Se puede entender: los sentimientos de solidaridad no son infinitos, de modo que son muy disputados, y los suele ganar quien tiene más medios a su disposición, porque los tiene o porque los enemigos de sus enemigos los tienen. <br />
Estudiantes kenianos no se encuentran en ese caso: son kenianos, y están lejos de esos focos que abundan, por ejemplo, en París. Son demasiado kenianos, incluso, para que los que montan guardia contra la amenaza islamista se ocupen en hacer bandera de su asesinato. El cual tampoco es atractivo para los que criticaban el “je suis charlie”. En el caso de Kenia no se explica mucho con sacar a relucir el colonialismo, los agravios norte-sur o el racismo: habría que esforzarse un poco más y, por desgracia, lo que da más impacto a las causas más justas del planeta no es que sean justas sino que estén listas para efecto inmediato. <br />
Sospecho que la globalización de nuestra ciudadanía no es tan amplia como se cacarea: lo que ocurre en un rincón distante del planeta nos interesa, sí, pero como una especia exótica que acentúa el sabor de disputas bien conocidas. Fuera de eso, la solidaridad de las redes sociales globales es como un placebo del que es peligroso fiarse. Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-5592951218616260172015-01-12T13:29:00.001-02:002015-01-12T14:22:50.217-02:00Ser o no ser Charlie (Primera parte)<br />
Leyendo lo que se escribe, a propósito de Charlie, en algunos sectores multiculturalistas, me temo que el relativismo se está desperdiciando mucho. A las declaraciones del género “Je suis Charlie” han sucedido prontamente otras que, tras rechazar el atentado, enumeran lo que los muertos, o su país, o su continente, hicieron para provocarlo. O, más directamente, se dice que el atentado ha sido una respuesta a la opresión colonial; o que el homenaje a sus víctimas, con toda esa celebración de las libertades occidentales, no pasa de una de esas propagandas universalistas que predican la tolerancia mientras oprimen y desprecian las diferencias.<br />
Convendría mirar la cosa con más cuidado, lo que puede hacerse sin ser un especialista en la materia.<br />
<br />
1. Para empezar: un árabe no es lo mismo que un musulmán, que no es lo mismo que un islamista. Los dos primeros pueden ser buenos destinatarios de ese beneficio relativista. El tercero no, porque no quiere relativismos. El Islam es tan universalista como el cristianismo o como la cultura occidental. Desde el principio, está ligado a un proyecto civilizatorio, o si se prefiere otro modo de decirlo, imperialista, en competición con el cristiano/occidental. Durante unos mil años, predominó claramente sobre él, ocupando el sur y este de Europa, antes de empezar a perder terreno y sufrir, con la expansión colonial europea, la reversión del status anterior. Mientras predominó, hizo lo que suelen hacer los imperios predominantes. Cuando dejó de hacerlo, surgió el islamismo propiamente dicho, que es una reacción no tanto al colonialismo como a la frustración de haber visto decaer un proyecto imperial propio: hay algunas diferencias entre esas dos reacciones. <br />
2. Islam y Cristianismo se parecen mucho: tienen un origen común, comparten muchas devociones y muchas reglas. Difieren en sus méritos, pero en lo que tienen de peor llegan a ser terriblemente próximos, de modo que resulta muy extraño que, desde fuera de ellas, alguien reivindique las reglas de uno como expresiones de la diferencia mientras ataca las del otro como opresiones absurdas. En algo se parecen mucho las dos religiones: ambas dan sus mejores frutos cuando se toman en mínimas dosis, y se vuelven muy molestas cuando asumen en pleno el poder político. Lo de Charlie no es una respuesta visceral a una ofensa. Ni cristianos ni musulmanes poseen una glándula que les haga disparar cuando alguien blasfema; suelen pensar que Dios Todopoderoso puede defenderse solo. El castigo de la blasfemia corre a cargo, más bien, de una cadena de mando que a su vez tampoco posee glándulas, y que usa el castigo para ejercer su control, obligando a buenos y malos a formar a ambos lados de la línea. El atentado de Paris es islamista, más que árabe o musulmán, y se ha desatado contra las caricaturas agresivas de Charlie Hebdo como lo hizo contra las caricaturas mucho más suaves del periódico danés, o contra la paráfrasis ambigua de Mahoma que hizo Salman Rushdie, sin citarlo siquiera por su nombre. Cuando un proyecto político necesita pretextos, siempre los encuentra. <br />
3. El Islam, que llegó a controlar la mitad de Europa, controla también la mitad de África. Ha llegado a ello no por casualidad, sino enfrentando resistencias muy notables por parte de los paganos locales. Ese frente de expansión avanza actualmente por el centro del continente y adopta procedimientos que no dejan a deber a otros colonialismos, de la misión a la absorción económica, pasando por la guerra. Al tiempo que ocurrían los atentados islamistas en París, otra serie de atentados han afectado el norte de Nigeria, causando víctimas mucho más numerosas. La noticia ha tenido muy poco eco, porque a los propagandistas del prodigio occidental no les quita el sueño la muerte de unos aldeanos distantes, y porque a los propagandistas pos-coloniales las masacres no parecen inspirarles nada cuando no sirven para reforzar su discurso corriente. <br />
4. Los árabes y los musulmanes son muchos más que los islamistas, tanto en el mundo en general como en Francia en particular. Basta una ligera incursión por la literatura árabe para percibir que eso ha sido siempre así: por las mismas razones que los cristianos, sólo una parte de ellos se une activamente a los proyectos imperiales, y casi todos prefieren que su religión, por mucho que la amen, les deje vivir a su aire. Suponer que los musulmanes que se manifiestan contra el atentado de París lo hacen por hipocresía (como supone la extrema derecha) o por coacción, miedo o reflejo de subalterno (como suponen algunos multiculturalistas) es demasiado suponer. <br />
<br />
Por fin; hay un tiempo para cada cosa. Las buenas maneras recomiendan que cuando alguien muere, y más si muere violentamente, se le hagan sus honras fúnebres y se le elogie todo lo posible. Quien con el cadáver aún caliente sale a público a decir qué hizo para merecer eso acaba pareciéndose, lo quiera o no, a aquelos frailes que acompañaban al condenado y, mientras lamentaban la muerte del sujeto, no perdían la oportunidad de pregonar los pecados que lo llevaban a la hoguera. <br />
De lo que hacía Charlie será mejor, pues, hablar otro día.Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-74164210456587250902014-12-17T11:49:00.002-02:002014-12-17T11:49:34.930-02:00A favor del Buen Salvaje<br />
Alguien hizo correr la noticia; el Buen Salvaje es un cuento. O sea, o no es salvaje (también le interesan los espejos, las hachas, los transistores o los IPods), o no es bueno (no es un ángel, no es pacifista, no es herbívoro), o no es ni lo uno ni lo otro. <br />
Por eso, cada vez que a uno se le ocurre decir que en aquella selva o aquella isla hacen alguna cosa mejor que en la metrópolis, alguien le replica: <br />
- No me venga con el cuento del buen salvaje. <br />
Si uno se permite ideas ecológicas un punto más acá del desarrollo sostenible, alguien se sonríe y le dice:<br />
- No me venga con el cuento del buen salvaje. <br />
Y si pretende que los pueblos indigenas no tienen que ser convertidos en alguna otra cosa para bien del bien común, tiene que oir:<br />
- No me venga con el cuento del buen salvaje. <br />
<br />
O sea, el buen salvaje ya dispensa desmentidos, y de paso sirve para desmentir todo lo que se pueda asociar a él. Pero eso es otro cuento por méritos propios, o una coartada, o hasta un teorema, el teorema del cuento del buen salvaje, que se puede formular así: cualquier objeción que se haga a un futuro obligatorio denuncia la nostalgia por un pasado ficticio.<br />
<br />
Habría que aclarar algunas cosas. <br />
<br />
1. El buen salvaje (o el noble salvaje) es una noción muy antigua (cinco siglos garantizados) pero no tan antigua como la del salvaje sin más.<br />
<br />
<a href="http://4.bp.blogspot.com/-M95eDw3VspQ/VIYlu1_QwrI/AAAAAAAAAzc/T9AwiDxsQVE/s1600/wild%2Bman.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-M95eDw3VspQ/VIYlu1_QwrI/AAAAAAAAAzc/T9AwiDxsQVE/s320/wild%2Bman.jpg" /></a><br />
<br />
El salvaje a secas era un ser imaginario, más próximo al oso o al jabalí que al ser humano, desprovisto de todas las ventajas que, supuestamente, sólo la civilización aporta: lenguaje articulado, buenos modales, ideas, techo, cama y mesa. Al encontrar a los salvajes de carne y hueso, algunos agentes de nuestra civilización (incluyendo uno u otro que habían ido allí precisamente a civilizar a los salvajes) se encontraron con que ellos ya tenían todo eso. A veces más, y siempre mejor repartido de lo que era común entre civilizados. La noción del buen salvaje no fue nada más que el honesto testimonio de esa experiencia.<br />
<br />
<a href="http://4.bp.blogspot.com/-Dgj3o37Etos/VIoc1NfcKMI/AAAAAAAAA0g/59hLMRltmI8/s1600/debry_33_big.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-Dgj3o37Etos/VIoc1NfcKMI/AAAAAAAAA0g/59hLMRltmI8/s320/debry_33_big.jpg" /></a><br />
<br />
2. Inexplicablemente, "salvaje" -que en principio significa no más que "habitante de la selva"- continúa sonando a insulto, a pesar de que de cada mil atentados que cualquiera puede padecer en este planeta, más de novecientos noventa y nueve proceden de las ciudades. El despropósito llega al punto de que cuando una ciudad llega a extremos de ruido, suciedad y desorden, se dice que es "como una selva". Esa es la mayor calumnia contenida en el léxico corriente, y como la selva no tiene representante legal no hay nadie que la denuncie. Seguiré usando la palabra salvaje en el sentido adecuado, ignorando esa calumnia.<br />
<br />
3. El buen salvaje es eso: el buen salvaje. No el mejor salvaje posible ni el salvaje superándose constantemente a si mismo. Esos superlativos son propios de la civilización, que gasta infinitos recursos para llegar a ellos. Con resultados, confesémoslo, no del todo satisfactorios.<br />
<br />
<a href="http://2.bp.blogspot.com/-KO3b_XDPrH0/VIYhlsNYFOI/AAAAAAAAAzQ/Pvo6lQi5WCY/s1600/nambik.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://2.bp.blogspot.com/-KO3b_XDPrH0/VIYhlsNYFOI/AAAAAAAAAzQ/Pvo6lQi5WCY/s320/nambik.jpg" /></a><br />
<br />
Así que, incluso si el buen salvaje no llegase a ser tan bueno como el buen civilizado, habría que decir que presenta una mejor relación calidad-precio, y una mejor adecuación entre lo que se ofrece y lo que se da. <br />
<br />
4. Hay que diferenciar al buen salvaje del salvaje perfecto, que es más bien lo contrario del buen salvaje. <br />
<br />
<a href="http://4.bp.blogspot.com/-BhpjzzzZEr4/VIYheHwXNTI/AAAAAAAAAzA/dhKUsHqI0_E/s1600/avatar.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-BhpjzzzZEr4/VIYheHwXNTI/AAAAAAAAAzA/dhKUsHqI0_E/s320/avatar.jpg" /></a><br />
<br />
El buen salvaje vive de un modo diferente, que nos puede gustar o no, convenir o no, pero del que vale la pena aprender algo. El salvaje perfecto (o sea, angelical, pacífico y herbívoro, además de desnudo) es por el contrario una proyección de nuestros valores: implica que la civilización que hemos construido es tan excelsa que la única alternativa que cabe a ella es el Paraíso Terrenal. Ya sería bastante que no se volviese un basurero planetario.<br />
<br />
5. Mientras los expertos en desarrollo no lo remedien hay, en pleno siglo XXI, gente que vive en y con la selva, por lo tanto salvajes en el sentido original. Y aún hay, desde luego, predicadores empeñados en que por ello viven en el pecado o en la barbarie. Pero son pocos comparados con los que opinan que son simplemente pobres o excluidos; defenderse de los primeros es mucho más fácil que defenderse de los segundos.<br />
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<a href="http://4.bp.blogspot.com/-DkgtuIaNhYM/VIYhiMYoMqI/AAAAAAAAAzI/Tdqjzyn-RIo/s1600/nahmbiq.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-DkgtuIaNhYM/VIYhiMYoMqI/AAAAAAAAAzI/Tdqjzyn-RIo/s320/nahmbiq.jpg" /></a><br />
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6. Un buen salvaje puesto en un campo de concentración, una leprosería o una barriada de chabolas, o desgastado por las epidemias o la destrucción de sus medios de vida, no es un buen ejemplo de buen salvaje, aunque por desgracia sea el ejemplo más fácil de encontrar: ha sido la consecuencia más corriente de los intentos por sacar al salvaje de su pobreza y su exclusión. Buena parte de los argumentos contra la noción del buen salvaje se basan en constatar que en esas condiciones el buen salvaje deja mucho que desear. Es, reconozcámoslo, un modo muy viciado de argumentar.<br />
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<a href="http://4.bp.blogspot.com/-BSgu9eYc6H0/VIocwMg5fjI/AAAAAAAAA0Y/SEvURhugDP8/s1600/imagens_relacionadas_iracema.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-BSgu9eYc6H0/VIocwMg5fjI/AAAAAAAAA0Y/SEvURhugDP8/s320/imagens_relacionadas_iracema.jpg" /></a><br />
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7. Si hay salvajes en el siglo XXI, son nuestros contemporáneos y no habitantes del pasado: o sea, no hay razones para pensar que apreciar sus modos de vida sea nostálgico. <br />
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8. Como la nostalgia del futuro parece un concepto contradictorio, no se sabe cómo calificar a los que, por mucho que discorden del estado actual de las cosas, esperan que todo se arregle si aceleramos el paso, por el mismo camino que llevamos, sin retroceder ni acortar el ritmo. Inexplicablemente, mientras "salvaje" sigue pareciendo un insulto, "progresista" sigue siendo un elogio.<br />
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9. Denunciar el cuento del buen salvaje es un pasatiempo para nostálgicos aferrados a un futuro que ya no es lo que era. Más les valdría prestar más atención a otros cuentos.<br />
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<a href="http://1.bp.blogspot.com/-M3fcew4ZAF4/VIhpm1XkprI/AAAAAAAAAz0/15HSvBd2D0A/s1600/volta%2Bque%2Bdeu%2Bmerda.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-M3fcew4ZAF4/VIhpm1XkprI/AAAAAAAAAz0/15HSvBd2D0A/s320/volta%2Bque%2Bdeu%2Bmerda.jpg" /></a><br />
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Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-62510137476810940832014-12-03T15:04:00.001-02:002014-12-03T15:04:08.061-02:00Los salmones son gente como nosotros<br />
Había que hacer algo. Las escuelas se han vuelto anti-autoritarias, o practican sólo un autoritarismo vergonzante; el servicio militar obligatorio ha pasado al recuerdo en buena parte del mundo. Así que había que hacer algo para que el ciudadano no olvide que, en algún punto profundo de su ser, es un peón numerado, contabilizado, uniformado, agrupado en hileras, bloques y escuadrones, y listo para ser conducido a su destino. Una Gran Disciplina que tenga cara de Gran Disciplina. El Gobierno Planetario llevaba varias horas reunido para tratar de la cuestión, sin que ninguna decisión se tomase.<br />
<i>- ¿Qué le vamos a hacer? A la gente ya no le gustan los desfiles. Ni las procesiones…<br />
- Pues sí...</i><br />
No se veía ni el túnel antes de la luz cuando un becario tuvo una idea brillante: <br />
<i>- ¿Qué tal los viajes en avión? </i><br />
Los miembros más antiguos del consejo dudaron... ¿el avión? ¿Volar no es un viejo sueño de libertad, volar como los pájaros o los ángeles, ver las cosas desde arriba? <br />
El becario acudió en su ayuda: <br />
<i>- Bien, nosotros siempre tendremos la Primera Clase…</i><br />
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Unos años más tarde, el éxito ha sido total. Si le aburre este mundo pos-moderno y quiere usted sentir el gustillo de un régimen totalitario, basta ir al aeropuerto más próximo. <br />
Allí, ciudadanos hechos a la idea de que viven a su bola conocen por fin la Disciplina. Pasan horas tiesos, avanzando a pasos lentos, de una cola a otra: para facturar, para entregar el equipaje, para pasar el examen de seguridad, el control de pasaportes, embarcar, ir al baño. No colas rectas, sino esas colas en laberinto donde se dan vueltas y más vueltas, y una y otra vez se ven pasar en sucesión los rostros pertenecientes a las espaldas que antes se perdían en el horizonte, izquierda derecha, detrás delante, izquierda, derecha, detrás, delante. Al llegar al control se quitan cinturones, botas, o todo lo que la sabiduría de las alturas exija, se cuadran ante el director de metales, pasan por scanners que los desnudan y son despojados de cortauñas, botellas de agua y cerillas si no han sido capaces de evitarlos. Un uniformado les echa la bronca:<br />
<i>- ¿No sabe usted que esto puede ser peligroso?</i><br />
Si algo falla en el sistema montan guardia durante horas y más horas, noche y día, como soldados en campaña, durmiendo donde pueden con la cabeza apoyada en su equipaje, sin que nadie les diga qué está pasando (alguien debe saberlo y debe estar tomando las medidas necesarias). Al entrar en el avión se despoja al viajero del último residuo de su individualidad: tiene que apagar el móvil, y después se le hace sentar en posición de firmes. Los ingenieros del low cost están pensando mejores modos de democratizar los aviones: filas de sillines, pasajeros sostenidos por perchas como chaquetas en un armario, y otros recursos que puedan aumentar la capacidad de carga. <br />
No hay cómo exagerar lo que el transporte aéreo ha hecho por volver tangible el huidizo concepto de igualdad. La clase media a la que le que gustaba volar para sentirse por encima de sus semejantes ha tenido que aprender a ser humilde y apretarse en las alturas. La clase obrera, acostumbrada a apelmazarse en el metro y a fichar, aprende que las colas no son un recuerdo de la miseria y la explotación, sino la felicidad que por fin está al alcance de todos. <br />
Porque lo esencial de esa disciplina reencontrada es que es voluntaria. No es como la vieja mili en la que se blasfemaba del sargento. Esto es algo que se quiere, hasta se codicia, quién no quiere viajar. Aunque sea breve, este desfile se repite una y otra vez, sin límite de edad, objeción de conciencia ni deserciones; los ciudadanos se endeudan, si es necesario, para participar en él.<br />
<i>- Pues si a usted no le gusta viajar en avión, quédese en su pueblo.<br />
- También es verdad. </i><br />
Pero no sé, no sé... Iba yo embarcando por el finger de un aeropuerto; el avión salía de madrugada, con horas de retraso. Había una azafata plantada en medio del largo corredor y la corriente de pasajeros avanzaba en dos filas a la luz mortecina de los neones, avanzaba a pasitos cortos, en silencio, hacia una puerta que no conseguíamos ver aún. Me pareció que ya había tenido esa misma sensación hace mucho: sí, claro, en aquel viejo videoclip de The Wall, de Pink Floyd, donde filas de escolares uniformados, y con máscaras que les hacen parecer cerditos, avanzan por pasillos siniestros hasta caer en una trituradora de carne. Mi imaginación estaba exagerando, desde luego.<br />
<i>- Tampoco es para tanto. </i><br />
Fue entonces cuando me fijé en la propaganda que adornaba los lados del corredor. Era un anuncio del banco HSBC que forraba toda la pared del corredor y decía lo siguiente: <br />
<b>En el futuro, la cadena de producción y la cadena alimentaria serán lo mismo</b> <br />
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<a href="http://3.bp.blogspot.com/-53aa7uk5ktk/VH9CbklAo1I/AAAAAAAAAyk/Gs2MhVxKVFY/s1600/galeria-campanhas-cadeia-alimentar.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-53aa7uk5ktk/VH9CbklAo1I/AAAAAAAAAyk/Gs2MhVxKVFY/s320/galeria-campanhas-cadeia-alimentar.jpg" /></a><br />
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Ilustraba esa frase con fotografías de salmones con un código de barras impreso en el flanco, que avanzaban con nosotros, ordenadamente, en dirección al avión. Nadie lo miraba, casi todo el mundo iba atento a su móvil, que tendría que apagar poco después. <br />
<i>- ¿Y eso qué quiere decir?</i><br />
Los del HSBC y sus clientes deben saber lo que quiere decir. Lo que dice sin querer (?) está al alcance de cualquiera. O no. Los proletarios levantiscos de hace unas décadas estaban convencidos de que los capitalistas eran ogros alimentados con su carne y su sangre, así que esa propaganda les habría parecido demasiado sincera, pero obvia. Sus descendientes han echado a un lado esos miedos reactivos y mientras avanzan miran con codicia en sus pantallas las inmensas posibilidades que les abre el mundo hiperconectado. Todo un banquete.<br />
El salmón tiene mucho futuro en la propaganda, porque es un pez-alegoría: exquisitez de lujo que se ha democratizado, animal vigoroso que remontaba corrientes en honor a su libido: fotos de ese pasado salvaje suelen decorar los paquetes de salmón, un pez que hoy por hoy sólo remonta de un estanque a un congelador. Ya se ha dicho muchas veces que cuando te ofrecen algo gratis es porque la mercancía eres tú. El anuncio del HSBC sugiere que ese proverbio podría extenderse: cuando te invitan a un banquete y no te dicen cómo se paga, es porque formas parte del menú. Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-47754942267714123212014-10-23T13:42:00.001-02:002014-10-23T13:45:09.769-02:00Los fascistas, vistos como gente normal<br />
Campaña electoral en Brasil. El tono (de candidatos y militantes) se calienta, y saltan temores y acusaciones de fascismo en todas direcciones. No es ningún privilegio haber vivido unos cuantos años (los bastantes como para recordar bien) en un país sometido a un régimen fascista o semifascista (España, por supuesto). Pero es una experiencia que puede ser útil compartir con quienes no la tienen. Sobre todo con quienes repudian el fascismo pero se han acostumbrado a verlo como, yo qué sé, puro sadismo llevado a la política. Buena parte de lo que se escribe y filma contra el fascismo transmite un mensaje de este tipo: “si te encuentras por la calle a un tipo que echa espuma por la boca y empuña un puñal ensangrentado, ten cuidado, puede ser peligroso”. Si todos los fascistas gastasen su tiempo en orgías perversas y en matar gatos a cabezazos no serían un peligro general. Pero por desgracia suelen ser gente mucho más normal.<br />
Para empezar, es bueno recordar que hay formas extremas de opresión, explotación, violencia y mistificación masiva que no son fascistas. El fascismo es una variedad, no un grado. <br />
Hablar de fascismo es un merecido homenaje a su primera versión, la italiana, pero cada fascismo tiene sus peculiaridades, y los seguidores de algunos de ellos rechazarían de plano el nombre. <br />
Los fascistas también niegan de plano ser de derechas, y en esto vale la pena tomarlos en serio: todos los fascismos asumen parte significativa del programa, las consignas y los símbolos de la izquierda, y claman por superar la obsoleta dualidad izquierda-derecha; y el daño que pueden hacer se da por eso, y no a pesar de eso.<br />
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<a href="http://4.bp.blogspot.com/-ywwJ_SCcJa4/VEkhys6aDtI/AAAAAAAAAxw/GNbqNlbtLRg/s1600/Dibujo.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-ywwJ_SCcJa4/VEkhys6aDtI/AAAAAAAAAxw/GNbqNlbtLRg/s320/Dibujo.jpg" /></a><br />
El fascismo se lleva muy bien com la hiper-comunicación: mensajes sumarios de distribución multitudinaria. La presente proliferación de la comunicación en tiempo real puede ser más un caldo de cultivo que una vacuna. Hitler, creo yo, habría sido un as del twiter.<br />
Nótese, los fascistas no suelen tomar el poder mediante masacres. Más bien por golpes contra sistemas que ya se caen de maduros, o hasta por medio de las urnas. La excepción fue España, donde el fascismo armó una guerra muy cruenta. A su modo la perdió, porque mucho más que ellos la ganaron castas con más experiencia (militares, clero, latifundistas, banqueros) que, aunque no desdeñaron los métodos fascistas, le sumaron los suyos próprios. A pesar de su simpatía por la parafernalia militar, la violencia fascista es de intensidad media: follón callejero, palizas, pistolerismo e intimidación. La guerra declarada em gran escala es una actividad que requiere otro tipo de habilidades, y por mucho que la hayan practicado les ha salido siempre mal.<br />
Los fascistas no son meros reaccionarios. Decoran com alguna chatarra nostálgica una ideologia que está entre las más modernas, y se puede llamar progresista en su sentido literal. Los fascistas adoran la nueva tecnología. Siempre quieren acabar con modos vetustos y mohosos de hacer las cosas, y siempre contaron com el apoyo de alguna que outra vanguardia. Se especializaron em obras gigantescas, y especialmente en grandes redes de carreteras: por totalitarios que fuesen, fomentaron el transporte individual y expandieron la industria del coche popular. <br />
Los fascistas son populistas: si no tienen gustos e ideas muy populares, que es lo más común, las fingen, y nada les gusta más que decirle a un adversario: “eres un burgués que no entiende las necesidades del pueblo”. Las élites de toda la vida los suelen considerar una ralea y un mal menor que, a cambio de alguna incomodidad, suele reportar grandes beneficios. <br />
Los fascistas no son especialistas en crear miseria. Suelen surgir en regímenes liberales que ya han creado la suficiente para que ellos puedan aliviarla (las primeras legislaciones laborales de vários países fueron implantadas por ellos, y su relación com el sindicalismo es abundante). Parte de su pacto con los mandamases consiste en garantizarles enormes ganancias y seguridad a cambio de una modesta distribución de renta (recuerdo personal: los pisos minúsculos de mi barrio, todos decorados con el emblema del martillo, la espiga y la pluma, para que nadie olvidase a quién eran debidos).<br />
Nostálgicos del Imperio, o aspirantes a él, los fascistas suelen ser críticos elocuentes de los imperios ajenos (recuerdo personal: el agrado com que los fascistas tarareaban aquella canción: "Con las barbas de Fidel vamos a hacer una escoba, para barrer a los yanquis de la América española") Eso les facilita ciertos acuerdos con la izquierda, que siempre tiene tiempo después de arrepentirse. <br />
Los fascistas son alérgicos al blablablá, que en su opinión es cualquier discurso que no sea contundente y de aplicación inmediata. Pero se sienten muy halagados si algun intelectual criptico depone su actitud para recitar unas consignas (la estilográfica con que Franco firmaba sentencias de muerte era "el falo invicto del Caudillo" según un surrealista). <br />
Los fascistas dependen de su capacidad de generar odio hacia alguna parte de la población, pero no un odio simple sino uno que consiga amalgamarlos todos. Su enemigo ideal tiene que estar al mismo tiempo por debajo y por encima, o sea; ser feo, miserable y sucio y al mismo tiempo vivir regiamente a costa de la sangre o de los impuestos del pueblo. Normalmente esos defectos no se presentan juntos, así que hay que inventar mucho, pero al fascismo no le falta inventiva (los rojos preferidos de los fascistas españoles no estaban en los barrios obreros, sino en París, gastando en grandes juergas el oro español robado por Moscú). <br />
Los regímenes fascistas son difíciles de eliminar, entre otras cosas porque suelen hacerse con un apoyo nada desdeñable, activo o pasivo, de la población. Más que del terror se han valido de la burocracia, el conformismo y un calculismo muy corriente. Para disimular ese detalle desagradable, una vez el régimen ha caído, se suele exagerar su aparato represor; pero los fascistas no suelen necesitar enormes aparatos de represión porque delegan en la población la intimidación corriente. En un régimen fascista, un portero fascista tiene casi rango de general.<br />
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Lo peor de los fascismos no es su violencia, sino su amor a la simplificación y a la contundencia. Un fascista, por supuesto, puede ser una buena persona llena de las mejores intenciones. Lo peor del fascismo no es el punto de donde parte (ese en donde la simplificación y la contundencia consiguen algunos resultados "positivos") sino el punto donde acaba (allí donde la simplificación ya no da frutos, pero se puede seguir probando la contundencia). <br />
Los fascistas se han visto convertidos en ogros de película de Bertolucci, Tarantino o Guillermo del Toro, que están muy bien para detestar a los fascistas pero no para saber dónde están. Es tentador llamar "fascista" a cualquier adversario que grite mucho, sea cual sea su tendencia, y siempre hay algun buen motivo porque los rasgos fascistas son modernos, y cada vez más comunes. Claro que ninguno de ellos por sí solo convierte a ningun partido en fascista, pero a medida en que proliferan componen un panorama en que, para que salga un fascismo de verdad, no hay más que esperar. <br />
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Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-58480918381937510082014-10-14T11:58:00.000-03:002015-11-21T02:50:03.836-02:00Reynoso y el exotismo<br />
Quizás no sea necesario que uno se ocupe de responder a todo autor que, en nota al pie de un ataque en regla a colegas bien más conocidos, le cita entre los lacayos del error. Se trata, esta vez, de Carlos Reynoso y de su libro <i>Crítica del Perspectivismo</i>, que ha publicado ya en internet antes de la edición definitiva. En él hay una referencia a un libro mío que supongo no ha leído: lo incluye en una lista de obras “perspectivistas” copiada, supongo, de otra crítica semejante, cuya autora tampoco lo leyó: responder a eso es responder a la pregunta que no se alcanzó a formular. <br />
Pero si uno se dedica a la docencia y el viernes va a hablar a sus alumnos sobre debates actuales en antropología, no tiene más remedio que responder, porque el texto del señor Reynoso es un ejemplo denso de las miserias que padecen los debates en la antropología, o quizás los debates intelectuales en general.<br />
Carlos Reynoso lleva años fustigando todo aquello que percibe como moda en la antropología. De Levi-Strauss a los postmodernos y a los diversos géneros de post-estructuralistas; entre otros. Sus críticas están diseñadas para ser demoledoras, o sea describen sus dianas como impostores inverosímiles aclamados por cretinos inexplicables. Son críticas, como puede verse, al por mayor, que por ello tienen que asumir una de las taras que con más frecuencia achaca a sus criticados: la de despacharlo todo en grandes paquetes atados con hilitos. <br />
Esos hilitos suelen ser contabilizados como “teoría”, y con eso sale a la luz ese carácter parasitario, o vacío, que el discurso teórico tiene en la antropología cuando se ahorra ese otro menester más largo que es la descripción. A diferencia de lo que ocurre con la filosofía, o las matemáticas o las very hard sciences, la teoría no parece, en las ciencias humanas, muy capaz de compendiar lo que esas ciencias tienen para ofrecer. Basta con volver la vista atrás, y no muy atrás, para reconocer que lo que nos queda de la antropología son descripciones a veces (no siempre, claro) reveladoras, auxiliadas (a veces entorpecidas) por su andamiaje teórico, pero no resumidas en él. Pero el señor Reynoso espera mucho del andamiaje, y por ello no se da el menor trabajo para examinar lo que los “perspectivistas” hacen gracias a (o a pesar de) sus teorías. En lugar de eso, la emprende con sus usos del dualismo cultura-naturaleza, o con lo adecuado o no del nombre del movimiento (que el propio Reynoso le da; el movimiento en si no parece haberse decidido por una etiqueta); busca definiciones taxativas de cultura o de red o de chamanismo, convencido de que la manera de garantizar que una investigación llegue a buen puerto es saber de antemano, con la mayor exactitud posible, a dónde debe llegar. No las encuentra, o las que encuentra se le hacen vagas o incoherentes. Para animar su diatriba prodiga adjetivos que sirven como argumentos (llamar a alguien “antropólogo de tercer orden” vale por un tratado), cuenta cómo los perspectivistas se citan obsequiosamente o se apuñalan por la espalda, y especula sobre la vanidad con que se auto-buscan en el Google. O pone una foto de la cremación de un brahmán balinés, realizada con la ayuda de un compresor “de última generación”, para explicar a los perspectivistas que chamanes y brahmanes no viven en la edad de piedra. Se agradece, aunque “compresor” y “última generación” parece un extraño par de términos en una selva amazónica, o en unas tierras altas melanesias, donde ya abundan los IPads. <br />
<a href="http://2.bp.blogspot.com/-ekwUXK0O0C0/VD05ygdCpdI/AAAAAAAAAxQ/8prJPouKo3k/s1600/GregarioJ-offtowork.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://2.bp.blogspot.com/-ekwUXK0O0C0/VD05ygdCpdI/AAAAAAAAAxQ/8prJPouKo3k/s320/GregarioJ-offtowork.jpg" /></a><br />
El señor Reynoso tiene especial cuidado en señalar que todo lo que el perspectivismo dice ya fue dicho antes y mejor por alguien, y distribuye certificados de obsolescencia, que es el peor pecado que conocen los modernos, convencidos de que sólo ellos dicen cosas realmente nuevas. Carlos Reynoso, aunque eso no sea tan fácil de encontrar en una obra abnegadamente consagrada a los errores de los otros, cultiva o aprecia la antropología cognitiva, cuyos “trabajos recientes”, dice, podrían dar a los perspectivistas una mejor “comprensión del trance, el sueño, la embriaguez, la crisis bipolar, las alucinaciones hipnogógicas e hipno-pómpicas y otros estados de la mente, aportando un caudal de saberes y conceptos que son inherentes a la comprensión dinámica de la conciencia en general y del viaje shamánico en especial”. Parece justo aunque en rigor no muy nuevo. Pero ¿qué tal si en una recensión futura avisa también a sociólogos y economistas que no sigan dándole vueltas al concepto obsoleto de capitalismo, antes de enterarse de lo que “las ciencias sociales cognitivas” dicen de la farmacodinámica de las benzodiazepinas o las benzoilmetilecgoninas? Eso sería también es un conocimiento inherente a la comprensión dinámica de la conciencia en general y del trabajo globalizado en especial. No es una boutade. Hasta donde alcanzo a ver, uno de los principios de eso que Reynoso llama “perspectivismo”, a saber la simetría, sugiere precisamente que si una cultura puede ser descrita en función de sus relaciones de parentesco, sus teorías económicas o sus drogas, entonces las otras podrían también ser descritas en función de sus relaciones de parentesco, sus teorías económicas o sus drogas. Creo que eso puede ser una práctica nueva, aunque desarrolle conceptos no tan nuevos; nuestra civilización está empachada de autoconciencia, y le vendría bien mirarse de otro modo. Pero a Reynoso eso le parece un malabarismo inocuo porque, en su mundo, las culturas se dividen en dos grandes grupos: las que se explican por un colocón y las que, como la del capitalismo, se explican por sí mismas. <br />
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Toda la policía epistemológica desplegada sobre los conceptos y su genealogía diría muy poco si no dispusiese de metralla ético-política. La que se suele cargar en los alegatos contra el perspectivismo consiste en acusaciones de alienación: no es un sistema de pensamiento que habilite a la antropología para enfrentar tareas de gestión, diagnóstico e intervención, palabras que usa el autor. Bien, conozco muchos antropólogos dedicados a la gestión, el diagnóstico y la intervención y sé que siguen tendencias teóricas muy diversas, entre ellas eso que Reynoso llama el perspectivismo. Un antropólogo puede ser un expert valioso en algunos campos porque tiene un cierto conocimiento del terreno y porque se ha estado fijando en aspectos de ese terreno que otros experts suelen ignorar. Pero el señor Reynoso parece pensar que esa habilitación depende más bien de otra cosa, de una teoría adecuada. Me temo que eso, más que una llamada a la eficacia, sea un anhelo de tecnocracia, como si los problemas que enfrentan las minorías étnicas dependiesen de soluciones especializadas (como la sobrecarga del sistema eléctrico o la resistencia del cemento), y no de una acción política al alcance de los ciudadanos, y en primer lugar de sus afectados directos. El anhelo de una teoría poderosa suele ser visto injustamente como un lastre positivista, cuando habla más de intelectuales ansiosos por abandonar la torre de marfil de la academia para instalarse en la torre de cemento y vidrio de la alta burocracia. <br />
<br />
La otra acusación que reaparece en todas las andanadas contra los perspectivistas (y que sirve de base a la primera) es la de la exotización. Cómo no, si en las páginas perspectivistas abundan términos como chamanismo, animismo, totemismo, fósiles de la antropología “victoriana”. La exotización, se dice, ha sido un arma del colonialismo y lo sigue siendo, por mucho que el colonialismo haya puesto medios a veces muy contundentes para que los colonizados dejasen de ser exóticos y se volviesen mano de obra. Ese estigma del exotismo es ambiguo. Porque cuando se acusa a alguien de exotizar parece como si, más que acusarle de una ficción, se le estuviese acusando de una calumnia. No de falsificar la imagen de los indios, sino de denigrarlos. Es que la exotización, se dice, ha sido siempre un pretexto para la dominación. Pero me temo que ese pretexto no ha sido tan relevante como se dice en una historia colonial donde los pueblos que aparecían como salvajes y caníbales (exóticos) han sido en general deglutidos, sí, pero no antes de que lo fuesen los que aparecían como mansos y cuerdos. El señor Reynoso aún necesita poner un “sic” detrás de “salvaje” para citar “El pensamiento salvaje” de Lévi-Strauss, como si lo que ya sabemos sobre la “urbanidad”, la “domesticación” y la “civilización” aún permitiese tomar “salvaje” como un insulto. Debe ser de aquellos que entienden un “salvaje” accede por fin a la dignidad cuando se vuelve un votante medio. Reynoso suscribe y extiende a los perspectivistas (a estas alturas basta un arco y una flecha para convrtir un texto n “perspectivista”) la crítica que Bartholomew Dean hace a Clastres, perspectivista póstumo: <br />
“Mientras que Clastres pinta a los Guayaki en una luz románticamente positiva, su Crónica esencializa sus identidades culturales de maneras que hacen virtualmente imposible imaginar su lugar en la sociedad nacional “moderna” de Paraguay”. <br />
Pero, ¿de verdad hace falta “imaginar” cuál es ese lugar que cabe a los Guayaqui en la sociedad paraguaya y a otros indios en otras sociedades semejantes? Ese lugar es muy real y se sabe perfectamente cuál es: el del sub-proletariado, al que han accedido regularmente (si no han desaparecido antes), generalmente con las bendiciones de una antropología dedicada a la gestión. No puede sorprender que el movimiento indígena, muy especialmnte en Brasil, se aferre muchas veces a identidades culturales esencializadas, a esa imagen primitivista tan denostada, y en suma a algún tipo de “exotismo”, porque en los países en cuestión (mientras no los cambie alguna teoría adecuada para el diagnóstico y la intervención) son esos los únicos argumentos que se le permiten para, por ejemplo, conservar unas tierras donde poder vivir en pleno siglo XXI. O, quién sabe, hasta para dedicarse al exotismo sin complejos. <br />
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Eso nos lleva al final de este comentario, que tratará del exordio del libro de Reynoso. Una pieza fundamental en su argumento porque muestra, según él, la miseria moral de los perspectivistas. Reynoso se refiere a un artículo que el lingüista (y ex-misionero del SIL) Daniel Everett publicó en Current Anthropology a respecto de las relaciones entre la lengua de los Mura-Pirahã y su cultura. La lengua de los Pirahã no es nada fácil de aprender; es, entre otras cosas, una lengua tonal que permite comunicarse desde lejos sustituyendo la voz por el silbido, y que tiene formas muy originales ligadas a la experiencia inmediata. Pero le faltan, dice Everett, elementos suficientes como para poner en duda algunos axiomas de Chomsky sobre el lenguaje humano, ya que los Pirahã son humanos y su lenguaje, a pesar de ello, no tiene ni tiempos verbales ni número ni, especialmente, recursividad. Los Pirahã tampoco tienen equivalentes de nuestros mitos, rituales o artes, y la tarea de contar hasta diez se les hace demasiado abstrusa. Everett -retomando una vieja teoría de Whorff- sospecha que la cultura Pirahã ha impuesto ciertos moldes a su lengua y a su patrón cognitivo. Lo que Everett pone en duda es la teoría de Chomsky, no la inteligencia o la humanidad de los Pirahã. Eso corre más bien a cargo de Reynoso, que entiende que si de verdad los Pirahã no conocen la recursividad o no cuentan hasta diez entonces es que “los Pirahã (cognitivamente hablando) probaron estar en un nivel de agudeza mental inferior al de los macacos, los loros, mi perro Haru y hasta (documentadamente) los pollos recién salidos del cascarón”. Y es Reynoso, después de decir eso, quien se escandaliza de que Everett no haya recibido de los antropólogos más que algunas críticas “tibias”. Los perspectivistas, dice él, sean Viveiros de Castro, Descola o Stolze, debían haber tomado cartas en el asunto aunque sus campos de estudio estuviesen a cierta distancia de los Mura Pirahã. Si el señor Reynoso leyese todo lo que cita en sus demoliciones, podría haber increpado directamente a Marco Antonio Gonçalves, autor de un libro sobre los Pirahã, y de una de las críticas tibias incluidas en el artículo de Current Anthropology. Gonçalves -como Surrallès pocas páginas después- desmiente una dimensión de lo que dice Everett, demasiado ocupado en enumerar lo que los Pirahã no tienen como para fijarse lo bastante en lo que tienen, quizás porque use, como quiere Reynoso, conceptos de mito o de arte definidos. Merced a conceptos más vagos, Gonçalves es capaz de describir una organización social y un pensamiento muy complejos y originales aunque, ay, realmente muy exóticos. Los Pirahã aparecen allí como gente efectivamente muy fuera de nuestros standards, y poquísimo interesada en la mayor parte de las cosas que nos parecen indispensables. Como sería previsible, tienen su modo de vida y su lengua en alta estima (“cabeza derecha”, la llaman, dice Everett), y consideran bárbaras y enrevesadas las lenguas (“cabeza torcida”) de todos esos extranjeros que saben contar hasta diez pero son incapaces de sostenerse en una canoa o trepar a un árbol. Pero Reynoso quiere que alguien salga a la liza para demostrar que ellos tienen precisamente eso que no les gusta, una “cabeza torcida” como la nuestra. O para exigir que se les beneficie con una red eléctrica que, claro, no pueden dejar de estar deseando por mucho que disimulen. Una antropología correcta debe alcanzar, así, para entender que pueblos diferentes usen sombreros diferentes, que celebren su día de descanso el viernes, el sábado o el domingo y prefieran el asado o el cocido. Un mundo plural. Si van más allá de ese margen prudente de diferencia y se empeñan en ser inaccesibles a la gramática generativa o al sistema decimal (o, ya puestos, a la alfabetización o al desarrollo), eso los pone en una categoría prácticamente subhumana. Como estaría mal decir eso, es mejor acusar a los otros de que los están exotizando. <br />
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Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-85571949412904191132014-09-06T23:21:00.000-03:002014-09-08T18:37:28.606-03:00Lafargue el perezoso<br />
Érase una vez, en un tiempo en que a los socialistas les costaba que los distinguiesen de los anarquistas (y no, como ahora, de los populares) un joven antillano, nacido en Santiago de Cuba de padres más o menos franceses emigrados de Santo Domingo, llamado Paul Lafargue. Un hombre notable en muchos aspectos que pasó a la historia por casarse con una de las hijas de Carlos Marx (la correspondencia de su futuro suegro, ejerciendo como tal, es un documento precioso acerca de las ideas de un revolucionario sobre la vida privada), por haber sido el primer impulsor del socialismo en España, y por haber escrito uno de los panfletos otrora más divulgados de la literatura socialista: <i>El derecho a la pereza</i>, de 1883. <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/-jDBrsGjhoQ0/VAvA4fwIeLI/AAAAAAAAAvc/5CIiArKqIEc/s1600/220px-Lagargue_1871.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-jDBrsGjhoQ0/VAvA4fwIeLI/AAAAAAAAAvc/5CIiArKqIEc/s320/220px-Lagargue_1871.jpg" /></a></div>Es un texto breve, ameno, lleno de esas citas cultísimas que supuestamente deberían ser raras en un panfleto, y a ratos muy gamberro. Desarrolla una tesis importante: hay una extraña maldición que recorre el mundo, que hace que una tecnología cada vez más poderosa no reduzca la exigencia de trabajo humano y, por el contrario, la aumente; una depravada alianza entre superproducción, fatiga y miseria. <br />
<i>El derecho a la pereza</i> se escribió, entre otras cosas, como un alegato en pro de la reducción de la jornada laboral: tengamos en cuenta que a finales del siglo XIX esa jornada llegaba a alcanzar una duración extenuante. O sea, como ahora. Al texto de Lafargue no le falta mucho para ser rabiosamente actual: para actualizarlo del todo, más que corregirlo habría que aumentarlo. Y con ese aumento <i>El derecho a la pereza</i>, que con el tiempo ha llegado a parecer poco más que una curiosidad, un detalle pintoresco en la historia del socialismo, es en realidad uno de sus textos fundamentales, quizás el más contundente. Porque siglo y pico más tarde los humanos, dotados de una tecnología muchísimo más poderosa y trabajando como una plaga de hormigas, han logrado llevar su planeta al borde del colapso: al borde del agotamiento de la energía, de las materias primas, del agua, del aire y del espacio y al borde de un ictus climático. Claro está que todo eso puede no ser más que catastrofismo infantil. Eso dicen los optimistas que auguran que la humanidad encontrará modos de sustituir, de paliar y remediar, y que conseguiremos seguir adelante indefinidamente, sosteniblemente sumergidos en atascos extendiéndose a lo largo y en montañas de basura -de todos los tipos de basura, algunos inéditos- extendiéndose a lo alto. <br />
Esto no impresionará a quienes opinen que necesitamos, en conjunto, mucho más de todo: más alimentos, más coches, más carreteras, más casas, más expectativa de vida. Para eventuales descontentos, que entiendan que eso es un proceso inflacionario donde los bienes crecientes tienen un valor menguante, hay un poderoso argumento disuasivo: si la máquina para, si apenas disminuye ligeramente su marcha, eso condena a muchos, a la larga a casi todos, al paro y la miseria. O sea, como podría haber dicho ahora el propio Lafargue, es necesario trabajar cada vez más para pode tener trabajo. El progreso de la humanidad se parece mucho a una ratonera.<br />
Los socialistas de hoy no parecen sacar mucho partido de esa evidencia: el capitalismo ganó en todos los frentes la batalla de multiplicar la riqueza, pero eso sólo demuestra que multiplicar la riqueza era, al final, mucho más fácil, y mucho menos necesario, que saber distribuirla, o simplemente usarla.<br />
Ecología aparte, al panfleto de Lafargue se le podrían aumentar otras cosas: la tendencia a fabricar objetos de pésima calidad que exigiesen sustitución en seguida era entonces un truco y ahora es un principio de la ingeniería de producción, junto con eso que podríamos llamar innovación-basura y que consiste en idear continuamente mejoras nimias, cuyo único objetivo serio es tornar obsoleto el producto (cualquier tipo de producto) anterior. Lafargue hablaba del incremento meteórico de la población improductiva, y se refería sobre todo a los ejércitos de criados de la burguesía. Ahora los cuartos de criadas pueden estar vaciándose, pero los sustituyen ejércitos mucho más numerosos de esos especialistas que el sistema produce para resolvernos los problemas que el sistema crea, de operadores de telemarketing a agentes de seguridad del mundo real o virtual, a -esos son los peores y los mejor pagados- expertos en organización del trabajo o planificación del crecimiento. Prestadores de anti-servicios. Hace unos años, el libro de Lafargue era comentado como una especie de anticipación profética de la civilización del ocio implantada unas décadas después. Qué tergiversación más desvergonzada. Esa “civilización del ocio” se divide en dos ramas desiguales: las de los que consumen en abundancia un ocio convertido en producto y la de los que deben invertir, descansando lo justo para seguir trabajando, un ocio convertido en medio de producción. <br />
<br />
Lafargue hablaba del colonialismo empeñado en obligar a los nativos de esta o aquella isla a que se pusiesen una ropa que se resistían a usar y sobre todo no querían tener que pagar, para dar salida a la producción textil de la metrópolis; o a alcoholizarse para dar fuelle a sus destilerías. Siglo y pico después eso se llama globalización, y por mucho que haya cambiado es difícil saber lo que es si no se recuerda cómo fue: la seducción por el mercado fue en buena medida impuesta a estacazos y auxiliada por e reparto de droga. Buena parte de la gracia de Lafargue está en sus coqueteos con lo exótico. Los grandes teóricos del socialismo, incluido su suegro y su benefactor Engels, reivindicaban al primitivo, pero a un primitivo transfigurado por la historia; así, el futuro de la humanidad estaba en un comunismo que reeditaría el comunismo de los primitivos pero dotado de nuevas armas, sobre todo de un control físico e intelectual de la naturaleza. Lafargue, por el contrario, apunta hacia los “primitivos” contemporáneos: los habitantes de islas y selvas y desiertos distantes que parecen no necesitar ni tanta mercancía ni tanto trabajo, de los que indica "la belleza física y el altivo talante" cuando no han sido contaminados aún "pioe el aliento pestífero de la civilización". ¿Nobles salvajes? Por aquellos tiempos, señores como Spencer se inventaban el primitivo miserable, ese ser de vida corta, sucia y brutal que penaba para arrancar un bocado de una naturaleza hostil. Ese personaje es interesante, sería curioso saber de dónde salió, si en tres siglos de expansión ultramarina nadie lo había encontrado en ninguna parte: los salvajes y los primitivos, de Colón en adelante, o tenían de todo lo que podían querer o bien se bastaban con casi nada. Los europeos fueron a encontrar por fin al primitivo miserable y pedigüeño en las reservas o las leproserías en que los habían recluido con la esperanza de que por fin se redimiesen por el trabajo. Antes de eso, como Sahlins mostró en un famoso estudio sobre la “economía de la edad de la piedra” los primitivos no necesitaban redimirse y trabajaban, más bien poco, para vivir. Un objetivo posible porque, como proclama el texto de Lafargue, esos pueblos sí saben vivir, ¿y quién ha dicho que saber vivir sea tan fácil?. Para que no queden dudas sobre su incredulidad hacia el progreso, Lafargue, ateo como pocos, se refiere no sólo a los pueblos víctimas de las garras coloniales, esos buenos salvajes, sino también a los habitantes de esos países atrasados donde se valoraba la siesta y la fiesta y donde esa religión oscurantista, el catolicismo, multiplicaba procesiones y días de guardar. La burguesía ilustrada se ha esforzado en librar al pueblo del yugo de la infame superstición para que tenga más tiempo de trabajar en sus fábricas. Tambiém, hay que reconocerlo, de comprar en sus tiendas. <br />
Hoy está también mucho más claro que entonces que la pereza de la que habla Lafargue debe ser matizada. Lafargue, que ante los recelos de su futuro suegro solía alegar, como citando a Martí antes de Martí, que él era un hombre sincero de donde crece la palma, y justificaba sus confianzas que se tomaba con Laura Marx por el temperamento caliente que le venía de nacimiento -um créole, un mulato- escribió <i>El derecho a la pereza</i> abogando en causa propia. Y, véase bien, Lafargue, atendiendo a todo lo que hizo, deshizo, tradujo y escribió en vida, parece más un hiperactivo que un holgazán. Pero su suegro le achacaba un carácter perezoso, “atravesado por estallidos de furiosa actividad”. Y bien, ahí parece estar el punto. Allá en los bohíos escondidos de la selva, donde no ha llegado aún la suficiente civilización, los selváticos pierden horas sin cuento haciendo nada o casi nada, conversando, paseando o tendidos en una hamaca, y beben durante días seguidos hasta caer y levantarse de nuevo y caer otra vez sin preocuparse ni siquiera de comer. Hasta el más vago de los occidentales los mira abismado ante tanta molicie. Después, el salvaje se levanta de la hamaca, sube con las manos desnudas a un árbol a coger un panal de miel, recorre la selva horas y más horas tras una pieza de caza, pasa semanas abriendo un claro para su huerto cortando árboles gigantescos, en condiciones que harían llorar a un estajanovista, o se sostiene para lanzar su red sobre una canoa que se bambolea, y a juzgar por las señales externas lo hace y le gusta. No tengo que explicar lo que hace a su vez el civilizado, que, si quiere llegar al ideal, tiene que ser un superhombre en el trabajo que hace para su empresa, quizás un atleta en el ocio que compra de otra y un inválido en todo lo que debe hacer por si y para si mismo; es difícil, pero al menos suele conseguir lo último. El país se iría a pique si no se deslomase para pagarse sus necesidades y aún más a pique si no necesitase comprarlas. En realidad, la civilización del trabajo no ha erradicado la pereza, sólo la ha puesto, también a ella, al servicio de la producción. Si no fuese por ese tipo de pereza, no habría modo de que la gente trabajase tanto. Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-83166452122534710722014-03-29T15:06:00.001-03:002014-03-29T15:08:35.327-03:00La burocracia según los clásicos<br />
<b>Según Kafka</b><br />
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Un hombre llega ante la puerta de la Ley. Es la única puerta abierta en una gran muralla, y un guardián magnífico le impide el paso. No tiene permiso para entrar, le dice. Quizás alguna vez llegue ese permiso, no se sabe, y no se sabe cuándo si es que llega. Le advierte también que no intente pasar sin permiso: esa no es más que la primera puerta, adentro hay otra, y otra y otra más, y los guardianes que las custodian son cada vez más formidables. <br />
El hombre se sienta y espera. Espera durante años, y el permiso para entrar nunca llega. Implora, intenta incluso el soborno, pero sin resultados:<br />
- Lo acepto para que sientas que lo has intentado todo.<br />
El hombre ya está viejo y débil, delira. Poco antes de su último suspiro le pide al guardián que le responda una última pregunta.<br />
- Pues y cómo no.<br />
- Siendo la Ley algo tan importante, que todos los hombres desean, ¿cómo puede ser que en todos los años que llevo aquí nadie más se haya presentado en esta puerta?<br />
- Ay ay ay... oh, pobre ignorante; esta puerta fue hecha sólo para ti, nadie más la habría podido buscar o encontrar. Ahora voy a cerrarla. <br />
<br />
<a href="http://4.bp.blogspot.com/-ay8zi_Exkqk/UzcKt5wrVuI/AAAAAAAAAsA/uZh8aaSTejo/s1600/man+in+law+door.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-ay8zi_Exkqk/UzcKt5wrVuI/AAAAAAAAAsA/uZh8aaSTejo/s320/man+in+law+door.jpg" /></a><br />
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<br />
<b>Según Cervantes</b><br />
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Un hombre maduro llega ante la Ley: encuentra una muralla de piedra altísima, y plantado en medio de la única puerta un guardián formidable, con un turbante y un temible alfanje. Durante los años que siguen, hace de todo por atravesar la puerta: exhorta al cancerbero a que se aparte, argumenta con él sobre la inutilidad de estarse allí eternamente cerrando el paso que según el buen sentido debería ser libre, le implora educadamente apelando a su presumible condición de caballero; sin fruto. En vista de tan obtusa arrogancia, arremete contra él, pero el guardián ni siquiera se digna a usar el alfanje: se aparta ágilmente y el hombre se da una gran calabazada contra la muralla. Eso ocurre una y otra vez. El hombre, cansado y envejecido, llega a ofrecerle el poco dinero que le queda para sobornarlo, todo en vano. Finalmente, ya a las puertas de la muerte, se le aclara la visión perturbada y se da cuenta de que todo ha sido un engaño. No hay muro ni puerta, sólo un vidrio con una ventanilla, y el guardián no es más que un sujetillo pequeño y casposo que le dice: <br />
- Mire, por favor, no me haga perder el tiempo que hay gente detrás de usted esperando; vaya a buscar su comprobante de residencia y vuelva usted mañana.<br />
<br />
<b>Según Lewis Carroll</b><br />
<br />
Un hombre llega ante la Ley y se encuentra con una muralla ciclópea con una única puerta: el guardián le dice que no intente nada, que detrás de esa hay muchas otras puertas y en cada una de ellas un guardián cada vez más formidable. Mientras gesticula explicando el tamaño del segundo guardián, el hombre da un salto y se cuela. Al otro lado de la puerta las cosas son diferentes. El primer guardián, lo ve ahora, no es más que un hámster que muerde obcecadamente los barrotes de la verja de entrada. La siguiente puerta está hecha de chocolatinas; como tiene hambre, se come un pedazo suficiente para pasar, el guardián es efectivamente gigantesco pero no hace más que roncar. Las murallas siguientes son de Lego; las pasa sin complicaciones. Allá dentro todo es lindo: bosques, praderas y vergeles tan perfectos que parecen de plástico. Como el chocolate le ha dado sed, se agacha a beber agua de un arroyo, pero aquella agua ni siquiera parece líquida, sabe a telaraña y le raspa la lengua. Mientras escupe aquella porquería, oye una risa estridente, levanta los ojos y ve cerca de él y a tres metros de altura una carcajada flotante, nada más que boca, lengua y dientes pero todo muy sonoro, que le dice: <br />
- Cuidado, amigo, estás en la Ley: eso es agua, pero agua legal, tiene características jurídicas pero no físicas. <br />
- ¿Como dice? <br />
- Que legalmente es agua. O sea, es agua para todos los efectos de derecho: pero puede saber a cualquier cosa. Casi nunca a agua, porque sería idiota hacer leyes para que las cosas sean lo que ya son, ¿no te parece? <br />
- Bien, visto así... ¿y usted qué es?<br />
- Yo soy un caso omiso, la ley no dice nada de mi pero yo puedo decir de ella lo que me de la gana.<br />
El hombre piensa que es una tontería seguir conversando con un caso omiso, y sigue adelante. El camino es arduo, porque los árboles legales no dan sombra, o a lo mejor si, el sol legal no alumbra aunque a veces sí, y los letreros indican el camino correcto pero no siempre. Después de muchos esfuerzos llega a la Corte; allí no hay seres de carne y hueso, sólo papeles que andan por la calle, a pie o metidos en sobres. Son de categorías muy diferentes que casi no se hablan entre sí: los Títulos viven en mansiones del barrio noble; los Diplomas, todos ellos con familias numerosas de Informes, Pareceres y Proyectos, en los pisos del Ensanche; los Balances y las Facturas proliferan en la zona comercial, los Carnés y los Promedios en barriadas feas del extrarradio y las Sentencias Firmes en la cárcel, custodiadas por los Memorandos. En el palacio vive la Reina, que es una impresora Laser de muy mal genio: cuando se enfurece comienza a imprimir sin tasa hasta que de repente un papel se le atraganta, entonces fallece y los Grandes Papeles del Reino la llevan a hombros gritando, “La Reina ha muerto, ¡Viva la Reina!” y ponen otra en su lugar. Todo el mundo es muy atento con él y le saluda: <br />
- Estimado Cliente... <br />
- A quien de derecho... <br />
- Por la presente... <br />
Pero no consigue que le digan nada específico sobre lo que busca; cuando se empeña el papel se planta y le dice:<br />
- Y usted quién es? <br />
- ¿Yo? Yo soy el protagonista de este cuento. <br />
- ¿Y cómo me comprueba eso? <br />
Y el hombre se da cuenta de que el autor no le ha dado ningún papel que le acredite. Se va quedando débil porque se harta de certificados de origen exquisitos y registros de trazabilidad muy sanos, pero parece como que no alimentan; al fin, cuando está a punto de expirar, viene a su cabecera el hámster y le susurra al oído: “¿No te lo había dicho? ¿No te lo había dicho?<br />
<br />
<b>Según algún gilipollas </b><br />
<br />
Un hombre, después de un largo camino, llega ante la puerta de la Ley. Se encuentra una divisoria y una mesa con un ordenador, y en ella un becario sonriente que le dice: <br />
- Bien venido a la Ley. Esta es una puerta personalizada, preparada exclusivamente para usted y a medida de sus necesidades, ¿en qué puedo ayudarle?<br />
- Bien, yo quería entrar.<br />
- De qué asunto desea tratar?<br />
- Bien, no lo sé exactamente, ¿no podría entrar y ver?<br />
- Visitas guiadas martes y jueves, solo en grupos de mínimo ocho; reservas anticipadas en nuestra página web.<br />
- Entonces me gustaría... actualizar mi partida de nacimiento.<br />
- Muy bien, marque aquí su login y su seña.<br />
- ¿Pero esta puerta no es sólo para mi?<br />
- Precisamente por eso, tenemos que proteger sus datos, hay que garantizar que usted sea usted. <br />
- Pero no tengo nada de eso. <br />
- Entonces vaya a que le hagan una identidad electrónica.<br />
- ¿A dónde?<br />
- No me líe, yo soy sólo un becario. Espere a que llegue el supervisor.<br />
El hombre, con permiso del becario, se sienta en un banco y espera; espera tanto que se duerme. Al despertar se encuentra con una chica que le sonríe y le dice: <br />
- Bien venido a la Ley. Esta es una puerta personalizada, preparada exclusivamente para usted y a medida de sus necesidades, ¿en qué puedo ayudarle?<br />
- ¿Es usted la supervisora?<br />
- No, soy la nueva becaria.<br />
- ¿Dónde está el antiguo becario?<br />
- No me líe. Espere a que llegue el supervisor y le pregunta. <br />
Eso ocurre una y otra vez. Años después el hombre ya está muy viejo y se va muriendo. El becario de turno (ha conocido miles como él o ella, pasaban los tiempos y las modas de la ropa o el pelo, pero el/la becario/a siempre tenía la misma edad y decía lo mismo) se acerca y le dice:<br />
- Señor, señor; perdone pero no se puede morir aquí.<br />
- Pero ¿esta puerta no fue preparada para mí? ¿No la va a cerrar usted ahora?<br />
- No se de qué me habla. Aqui no hay ninguna puerta, llevo aquí años y nunca he visto ninguna.<br />
Y se va a almorzar.<br />
Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-10802678630944565202014-01-28T13:23:00.001-02:002014-01-28T13:23:16.462-02:00Manaus Moderna<br />
Un escritor de Manaus recuerda una conversación con Arthur Cezar Ferreira Reis, un abogado e historiador que fue el primer gobernador del Estado do Amazonas durante la dictadura militar brasileña. Le estaba hablando de sus lecturas sobre el exterminio de los pueblos indígenas de la cuenca amazónica, una dolorosa historia. Y Ferreira Reis, girando lentamente el cuerpo con las manos extendidas, como si registrase com una cámara de vídeo el escenario del centro de Manaus donde se encontraban, com el famoso Teatro Amazonas y los bellos caserones de inicios del pasado siglo, le dijo: “Si, todo eso es verdad, pero sin eso no tendríamos esto”. Podríamos imaginar la misma escena sustituyendo ese hermoso decorado por las periferias de crecimiento caótico, las favelas míseras, los igarapés de vegetación lujuriante convertidos en alcantarillas a cielo abierto, o simplemente los mismos bellos caserones echados a perder dos calles más allá. Y la frase, cínica o resignada, seguiría diciendo la verdad: sin aquello, tampoco existiría esto. Si no se hubiese comenzado saqueando la tierra, probablemente no se la continuaría saqueando trescientos años después. <br />
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<a href="http://4.bp.blogspot.com/-ka80y-Ango0/UufKGHelHBI/AAAAAAAAAqk/vByhiwtZBnU/s1600/manaus_aerea_teatroamazonas-7333.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-ka80y-Ango0/UufKGHelHBI/AAAAAAAAAqk/vByhiwtZBnU/s320/manaus_aerea_teatroamazonas-7333.jpg" /></a><br />
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Arthur Reis era, claro, un gobernador de la dictadura. O quizás -el chiste ya se ha usado en casos similares- de la dictablanda, porque en su tiempo faltaba algun paso para que los militares brasileños diesen lo peor de sí. También por su propio carácter: era un hombre moderado y culto, que iba al teatro con la familia a los estrenos de los autores contrarios al régimen. Qué más da, era dictadura em cualquier caso; pero por otra parte la Amazonia es uno de esos lugares en que las diferencias entre dictaduras y democracias, y entre la izquierda y la derecha del espectro político occidental se diluyen, o se borran totalmente. Basta alejarse unos cuantos kilómetros del centro de Manaus, hoy mismo, para que una diferencia de opinión manifestada en voz alta, o una insistencia extemporánea en buscar o divulgar ciertas informaciones, se vean penados con la muerte -una pena extraoficial, es verdad, pero no hay como diferenciar una muerte de acuerdo con la constitución o contra ella. Y por otro lado, dicho incluso sin acritud, hay que hilar muy fino para distinguir las políticas amazónicas de los gobiernos militares de la política amazónica de los gobiernos de Lula y Dilma. Ni siquiera el tono de la propaganda difiere: se evitan, por supuesto, los lemas que se hicieron famosos en la época, pero "Pra frente, Brasil", "Um Brasil Grande" o "Integrar para não entregar" no destonarían en la propaganda -ahora llamada comunicación institucional- que sigue siendo entusiasta y grandilocuente, aunque al lado de lemas parecidos a los antiguos incluya una nueva especie de lemas, los del desarrollo sostenible. Desarrollo sostenible es lo que se hace en esas comarcas -reservas indígenas, o extractivistas, o florestales- donde el interés de la marca Brasil no permite que se implante el desarrollo propiamente dicho. Donde este es posible, arrasar el terreno -extrayendo antes las maderas de ley de alto precio y poco más- sigue siendo llamado "mejora" y multiplica el valor del área. Como en tiempos idos, el traslado de desheredados a la frontera de la selva, en la vecindad de áreas indígenas, sigue siendo una práctica común, y se la sigue llamando reforma agraria. Es todo cuestión de nombres<br />
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Manaus Moderna es el nombre de un enorme mercado que se extiende aguas abajo del Río Negro. Está poco más allá de otro mercado más antiguo, de la época del caucho, de fabricación inglesa -ladrillo, vidrios y hierro- recientemente restaurado y punto turístico obligado. Manaus Moderna es el mercado de verdad. La modernidad es como esos partidos políticos libres que están libres de toda mancha porque han ido expulsando a los miembros cuyos latrocinios se había hecho ya imposible de ocultar. La modernidad es a su modo perfecta, y cuando deja de serlo ya no es modernidad, ha sido sustituida por otra modernidad. Pero no hay cómo evitar que una mercería de la época de nuestros bisabuelos siga llamándose "La Moderna", ni que Manaus Moderna siga llamándose así por mucho que sus instalaciones puedan horrorizar a cualquier moderno. Prejuicio, probablemente: pasé algunos años comprando carne y pescado en otros mercados amazónicos muy parecidos, sin nunca llevarme a casa el género semi-podrido que a veces me cayó en suerte en otros comercios con vitrinas cerradas y refrigeración. El medio ambiente amazónico, con su aura terrorífica, tiene esos milagros: las carnes, por ejemplo, pueden permanecer expuestas al aire durante horas, sobre mostradores de piedra, sin que las moscas las conviertan en hervideros de gusanos, como ocurriría en casi cualquier otro lugar. Pero qué más da: el hedor de las entrañas crudas, la sangre y los fluidos corriendo al suelo negro y mugriento, el entorno sucio del mercado con sus charcos de un cieno indefinible y la basura desparramada por el muelle y flotando en las riberas del río puede estomagar a cualquier desavisado, y muchos ciudadanos se preguntan qué va a pasar con los gringos que lleguen a Manaus de aquí a unos meses a ver la Copa y por descuido decidan ir unos pasos más allá del mercado inglés, hasta Manaus Moderna. No es la basura en sí, sino la demasiada gente que, por un designio del sistema, está condenada a vivir sumergida en ella. <br />
No era eso lo que apuntaba Artur Reis con su cámara virtual, no era eso lo que pretendían los modernizadores de Manaus: en el subsuelo de la ciudad, cuando se excava para construir algo nuevamente moderno, y antes de llegar a los estratos en que se ocultan las urnas funerarias de los indios, aparecen restos de infraestructuras -alcantarillado, por ejemplo- que eran relativamente más comunes hace un siglo que ahora. La Manaus del caucho tenía un sistema de tranvías que se echa mucho de menos en medio del atroz transporte público de la Manaus de un siglo más tarde, igualmente próspera (ah, no todo es cosa de dinero en esta vida). Cada uno de esos progresos, orgullosamente pregonado en su momento, ha sido destruido años después. Y no es que, en un impulso a la vez fáustico y saturnal, el progreso se devore a sí mismo: la razón mucho más prosaica es que la creación de nuevas infraestructuras despreciando y enterrando las anteriores -muchas veces mucho mejores- genera inmensos lucros privados (para empresarios privados o administradores públicos) que la manutención y ampliación de lo que ya se tiene no generaría. La construcción de infraestructuras en la Amazonia raramente pertenece, en rigor, al ramo de la producción: es una forma peculiar de extracción, que tiene autopistas o puentes o túneles entre el fisco y los bolsos privados.<br />
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<a href="http://4.bp.blogspot.com/-545o6MNszGM/UufLP7NQtCI/AAAAAAAAAqs/Ztmnhm60NRs/s1600/Lixo-Manaus-Moderna_ACRIMA20131126_0018_15.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-545o6MNszGM/UufLP7NQtCI/AAAAAAAAAqs/Ztmnhm60NRs/s320/Lixo-Manaus-Moderna_ACRIMA20131126_0018_15.jpg" /></a><br />
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Manaus, esa ciudad potencialmente maravillosa, tiene ese problema: es el centro de un proceso colonial. Se nota en anécdotas como aquella de la ropa blanca que se mandaba a lavar en Portugal en la época del caucho. Hoy en día, en los supermercados, uno se encuentra con esas muestras de la botánica colonial que son las lechugas aéreas o el perejil aéreo -o sea, traídos en avión de muy lejos- y se oye decir que la civilización ha llegado finalmente a Manaus porque se ha abierto una cafetería donde todo lo que se sirve es traído, ultracongelado, de São Paulo. Una colonia es un lugar donde se vive a medias, sólo para pagar lo que de verdad importa, que está lejos. <br />
La crítica de los procesos coloniales siempre estará incompleta, verdad a medias, si se limita a marcar sus horrores y se olvida de sus mejores sueños. Los hay siempre, y es mejor no olvidarlos ni tomarlos por mentiras, porque eso nos deja a merced del primero que llegue, rebosante de sinceridad, con algun sueño nuevo. Vale la pena examinar cómo era el futuro antiguamente; leer a los prohombres que a finales del siglo XIX se imaginaban la Amazonia venidera. Son hermosos planes, no hay duda. Planes, claro está, etnocéntricos: todos ellos asumen que la vida de los indios o de los ribereños pobres es mísera y bárbara, y es casi un deber de humanidad cambiársela por otra, quieran o no. Pero aún así esos planes son claramente superiores a su realización. Los planes eran catastróficos para los indios; su realización suele ser catastrófica para los indios y para casi todos los otros. Ingenieros y geógrafos de hace siglo y casi medio se embelesaban con los incontables recursos de la tierra, o con la red hidrográfica amazónica, que ofrecía gratis una red de transporte superior al de la red de canales de Francia, que había costado fortunas incalculables. Francia era el modelo entonces, y la selva amazónica se imaginaba transformada en una especie de agro francés, pero con una potencia natural multiplicada. Lo que ha ocurrido ha sido muy diferente, y es norma poner como disculpa el medio ambiente: el infierno verde, que, convengamos, es una calumnia. Hasta hoy mismo es frecuente que los políticos locales presenten como un desastre natural la crecida de los ríos amazónicos, que ocurre todos los años con religiosa regularidad y dej en las orillas una carga milagrosa de nutrientes. El verdadero infierno amazónico es también aéreo, por decirlo de algun modo, y deriva de la carrera para agotar a toda costa y a toda prisa -el saqueo es una actividad apresurada por principio- algunos recursos naturales de alto valor, o ese otro tipo de recurso natural que son los fondos públicos para el desarrollo. No seamos pesimistas: otro modo de usar los recursos puede darse y se da aquí o allá, es verdad, siempre que no se cruce en el camino de la depredación. Pero de la red de canales con que soñaban los ingenieros de la Belle Époque nada se sabe; en su lugar están las carreteras del sistema transamazónico, eternamente sin acabar y constantemente destruidas por el infierno verde, pero que han reportado inmensas sumas a constructoras y amigos; o enormes centrales eléctricas que han cohibido esa navegación fluvial que a nadie (con poder) interesa. "El Brasil tiene que hacerse con carreteras", decía, según me contaron, otro gobernador del régimen militar mientras destruía personalmente, montado en un bulldozer, las vías del ferrocarril Madeira-Mamoré, que estaban en pleno uso. En cuanto a la soñada campiña amazónica, se va convirtiendo en enormes extnsiones de soja y pasto para ganado, y de aquella potencia natural tan preciada se cuida con pesticidas y glifosato. <br />
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Hay un engaño, involuntario a medias, en el diálogo relatado al principio. Los indios no fueron exterminados. Ahora mismo afluyen en gran número a Manaius desde sus aldeas en todos los rumbos del estados del Amazonas: Manaus es la ciudad que cuenta con más indígenas en un país, Brasil, que ya tiene más indios viviendo en las ciudades que fuera de ellas. Viven en terrenos ocupados en la periferia, o en pequeñas reservas naturales en los alrededores de la ciudad, o distribuidos por casi todos los barrios, donde sería más bien vano tratar de distinguirlos en medio de una población que se diferencia de ellos, más que nada, por haber llegado antes.<br />
El engaño es involuntario solo a medias, porque, por duro que parezca maximizar las fechorías del pasado calificándolas como exterminio, ello es coherente con el tipo de progreso en uso: con los recursos humanos se hace lo mismo que con las infraestructuras, a cada paso se les entierra para hacerse con otros nuevos. El exterminio de la población original tiene un aspecto consolador: como ya no existen, pueden ser sustituidos con una población nueva, a la medida de los nuevos proyectos. Felizmente, la tesis no se sostiene: los indios son demasiado visibles, están ahí. La composición de alguna de esas villas indígenas de las afueras recuerda vivamente el mosaico étnico que las expediciones de captura creaban en las villas ribereñas del tiempo de la colonia: Miranha, Baré, Deni, Tikuna, Desana, todos juntos convirtiéndose en eso que alguien llamó después índio genérico, y más tarde en caboclos o ribereños. Porque la considerable matanza de indígenas que ocurrió durante siglos fue un efecto colateral de la busca de mano de obra -esclava. En su discurso progresista y nacionalista, los estados que se han incorporado la Amazonia -una decena, siendo Brasil el mayor- suelen defender, contra las reivindicaciones indígenas, una soberanía nacional que, para ser honestos, sólo existe por los indígenas. Ellos han sido la mano de obra, la fuerza armada y la clave para entenderse con el medio. Y, de cierta manera, lo siguen siendo: en muy buena parte, la vida en la Amazonia sigue basándose en claves indígenas, y lo que no es indígena pertenece a la categoría de lo aéreo, como las lechugas y los croissants; a un sistema rápido de exportación e importación; de migración, saqueo y retorno. En Manaus se puede hablar de la violencia de un progreso que se impone a una tierra y a los seres que la habitan, pero eso viene a ser banal: llama más la atención la incapacidad que ese progreso tiene de tomarse en serio a sí mismo. Es un progreso, cómo decirlo, alérgico a la historia. Cada vez que alguien esboza una crítica, responde con lo mismo: "la Amazonia no puede quedarse en la Edad de la Piedra" cuando lo que debería explicar es qué ha hecho con todas las edades que han venido después de esa de la piedra, que acabó, por suerte o por desgracia, hace mucho. Los indios que llegan a la ciudad no tienen un lugar claro en ese mundo: la opción más inmediata que se les ofrece es la de parecer restos del pasado, útiles para el turismo y para mantener verosímil esa alternativa entre el neolítico y el siglo XXI. Fuera de eso, está la alternativa de ese tipo de progreso al que le sobra rápidamente la gente que lo empujó. <br />
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-O9qI6J57omU/UufIcvBo4qI/AAAAAAAAAqc/RuLSd3lDUlc/s1600/DSCF1291.JPG" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-O9qI6J57omU/UufIcvBo4qI/AAAAAAAAAqc/RuLSd3lDUlc/s320/DSCF1291.JPG" /></a><br />
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Los aficionados al futbol de Manaus sigue sin entender por qué el "viejo" Vivaldão, un estadio cuyas instalaciones más recientes se habían inaugurado dos años antes, tuvo que ser arrasado para construir en su lugar una costosísima "Arena Amazônia" que, si las obra acaban a tiempo, admirará a los visitantes de la Copa. Si no acaban, no importa: las obras habrán su función esencial, esa que es mejor que nadie entienda.<br />
Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-23835140531050493312013-12-29T16:31:00.002-02:002013-12-30T23:06:48.749-02:00Competición, evaluación, gestión<br />
Las ideas socialistas, dicen los liberales, son engendros utópicos: asumen que los seres humanos nacemos muy buenos, y dispuestos a colaborar por el bien común. Lamentablemente, los bajos instintos pesan, de modo que si confiamos mucho en la bondad humana acabaremos hundidos en un pantano de pereza, chapucería, egoísmo e intrigas. Lo mejor es, entonces, convertir esos vicios privados en virtudes públicas mediante la competición: un maratón general en que, por muy malo que se sea, se hará lo posible por sacar lo mejor de sí mismo. Una idea brillante si no fuese porque, para hacerse verosímil, vuelve a sacar del armario la misma candidez que se acababa de rechazar: ¿quién ha dicho que cuando se compite se compite por sacar lo mejor de sí? ¿Y si se saca lo peor? <br />
De hecho, cualquiera que vuele en clase económica o vea la televisión tendrá, de vez en cuando, esa sensación de que la competición (compañías aéreas y emisoras son sectores muy competitivos) es una carrera trepidante hacia el eldorado de la basura. Claro está que los vuelos y los programas son cada vez más baratos, y quién no quiere cosas más baratas. La baratura puede que sea una virtud democrática, o puede que no, pero lo que es seguro es que permite una comparación general, y por eso es un buen eje para la competición. Es difícil que la competición incite a sacar lo mejor de sí, eso en que cada uno es incomparable; pero en compensación puede dar una fuerza extraordinaria a las habilidades baratas. <br />
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Véase lo que ha pasado cuando la panacea competitiva se ha aplicado al mundo de la ciencia. Científicos y profesores de todo el mundo, llenos de títulos, nos hemos dejado imponer, sin chistar, sistemas de evaluación pergeñados por burócratas con un MBA. Bien, hay los que chistan, diciendo que el sistema está viciado; hay premios Nobel retirados gruñendo que con ese sistema no habrían llegado ni a bedeles. ¿Quejas de viejos aristócratas acostumbrados a la molicie? ¿Excusas de vagos que viven de cavilar un rato después de la sobremesa? <br />
Veamos cómo funciona. Los sistemas de evaluación científica parten de los artículos que cada científico escribe. El valor de cada una de esas unidades depende del valor de la revista en que se publica. Y este depende a su vez de la difusión y de la estima que la revista tiene entre el público especializado: cuanto mayores sean ellas, más autores habrá que, para ser leídos y estimados, aspiren a publicar en esa revista. Esas dimensiones subjetivas se convierten fácilmente en números objetivos: cantidad de artículos que las revistas reciben, frecuencia con que los artículos que publica son citados -lo que viene a llamarse su impacto. <br />
El número de publicaciones de un sujeto X es cruzado con los índices de impacto de las revistas en que publica, y el resultado define el valor global del trabajo de ese sujeto, que determinará, por ejemplo, si se le financian o no sus investigaciones. <br />
Por supuesto, ese sistema de evaluación debe eludir esa variable tan relativa que es la calidad, cuya apreciación pieza a pieza sería subjetiva, engorrosa y, desde que la cantidad se ha impuesto, inviable. Sea lo que sea la calidad, ella debe quedar adherida en algún punto de ese entrecruzamiento de cantidades. <br />
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-jho7PMqDBTM/UsBqac_w3HI/AAAAAAAAAp8/szCiuYyAp9U/s1600/2013-12-28-186.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/-jho7PMqDBTM/UsBqac_w3HI/AAAAAAAAAp8/szCiuYyAp9U/s320/2013-12-28-186.jpg" /></a><br />
Ese sistema es objetivo pero, sobre todo, optimista. Evaluaría muy bien, por ejemplo, a hormigas que siguiesen meritoriamente con su tarea sin reparar en que alguien las evalúa. Pero los científicos son, a lo que parece, seres humanos, con defectos muy humanos pero informados, y racionales por oficio: empujados a producir un saber que después se traducirá en índices, se evitan un rodeo inútil y, en lugar de producir saber, producen directamente índices. <br />
Para eso se requiere método. Publicar de un modo compacto y coherente el fruto de una investigación sería una ineptitud: rendiría a lo sumo una o dos unidades evaluables. El científico lo corta en lonchas tan finas como sea posible, en el límite de la legibilidad, consiguiendo así, por ejemplo, diez unidades. Dicen poco, pero son muchas. Como el sistema de evaluación/competición fomenta, paradójicamente, el espíritu de equipo, el científico se une a otros nueve colegas que han hecho lo mismo. En algunos sistemas de evaluación, un artículo firmado por diez vale un entero para cada uno, con lo que esa colaboración puede dar lugar a cien unidades de evaluación per cápita. Pero aún en sistemas menos generosos que incitan a firmar en solitario, el trabajo en equipo se deja notar en que cada cual valoriza el trabajo de sus colegas citándolos y haciéndose citar por ellos. Los resultados serán mucho mejores para todos, claro está, si todos los colegas participan en tantos grupos diferentes como sea posible: no es difícil, porque cualquier ministerio que se precie fomenta la creación de redes, la movilidad y la interdisciplinariedad. La vida social de un investigador de excelencia es, por lo tanto, agotadora: los sociólogos de la ciencia ya han demostrado de sobra que el científico nunca ha trabajado en solitario, pero aún les queda hablar de cómo se va convirtiendo en concursante de un Gran Hermano epistémico. Aquel gabinete silencioso que pintaban los cuadros renacentistas se sustituye por el camarote de los hermanos Marx. Los directores de las revistas, en quienes el sistema confía como una especie de guardianes de la calidad, viven dentro del mismo sistema y buscan multiplicar también sus índices, esperando, de quien quiera publicar en ellas, que justifique ese interés citando en abundancia lo que ya antes han publicado. <br />
Por supuesto, citar un artículo para decir que es una sandez no deja de ser citarlo, del mismo modo que ver los programas-basura solo para deplorar su vileza no deja de ser verlos, y fortalece sus índices de audiencia. Así que los científicos pueden optar entre ignorar las sandeces, prescindiendo así del debate intelectual, o atacarlas, contribuyendo a que sus índices aumenten. También prefieren ignorar las publicaciones de sus adversarios, aunque no sean sandeces, por los mismos motivos: a fin de cuentas, estamos compitiendo. La evaluación científica parte de los mismos principios que las encuestas de audiencia de la televisión, y obtiene básicamente los mismos efectos, aunque hasta el momento a nadie se le haya ocurrido aún hablar de ciencia-basura. <br />
El punto está en que la competición, tal como se ha establecido y regulado, no es un aspecto de las otras actividades, sino una actividad independiente. Una parcela creciente de la actividad universitaria se dedica a ella; si los burócratas y sus patrones políticos se empeñan, llegará a ser la principal, con la aquiescencia de los intelectuales (esa gente con tanto sentido crítico). Se puede ser buen científico y mal competidor, o mal científico y buen competidor, incluso se puede ser buen científico y buen competidor, pero lo que importa es ser buen competidor, especialista en estrategia de venta y en relleno de formularios. No exageremos: la competición no obliga a sacar lo peor de si mismo, sólo lo más mediocre: avaricia, cálculo oportunista, gregarismo y un poquito de corrupción. No produce ciencia mejor pero sí ciencia más barata, no en el sentido de que cueste globalmente menos dinero, sino en el de que vale menos por unidad: hay cada vez más ciencia, como cada vez se vuela más y hay más reality shows. Los expertos en evaluación y planificación muestran grandes números a su ministro, que corre a comunicarlos al público, y piensa que la fortuna que se les paga a los expertos está muy bien aplicada: como vino a decir no hace mucho cierta mandataria, en el terreno de la educación y la ciencia profesor es gasto, gestor es inversión. Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-55636851394943389192013-12-18T21:16:00.000-02:002013-12-18T21:16:08.363-02:00Silencio, por favor<br />
<b>Cine</b><br />
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Cine mudo no es lo contrario de cine sonoro, sino de cine hablado. El propio cine se ha ocupado de esos artistas que no pudieron o no quisieron adaptarse al cine hablado: aquel personaje de Gloria Swanson en <i>Sunset Boulevard</i> (en España se tradujo como <i>El crepúsculo de los dioses</i>) es su versión trágica, y hace poco una película francesa cosechó un gran éxito con su versión cómica. Ególatras dormidos en laureles, que no entendían que la historia sigue. ¿Pero por qué el silencio debería ser parte del pasado? No se suele pensar en la posibilidad de que tuviesen razón, o al menos alguna razón. <br />
El cine hablado ha hablado muy bien: se ha apropiado de buena parte de lo que fue el teatro, y también ha proferido una larga serie de frases sublimes que no existirían sin él. <br />
Pero lo mejor del cine hablado, la verdadera ventaja que le lleva al cine mudo, es que no necesita hablar todo el tiempo: por ser hablado, tiene la opción de callarse. Por eso tantos mejores momentos del cine consisten precisamente en los silencios, cuando la palabra se aparta y lo que deja no es una ausencia sino la sensación de que, por mucho que tendamos a olvidarlo, todo eso que solemos llamar inexpresable no es más que la parte del mundo en que las palabras sobran. <br />
Ese es el tema de algún buen cine que trata de música, o de música y mutismo. A finales del siglo pasado, fue ese el tema de dos películas de gran éxito: una, la francesa <i>Tous les matins du monde</i>, sobre las relaciones entre el caballero de Sainte Colombe, maestro de viola, y su discípulo el músico de corte Marin Marais; otra, la neozelandesa <i>El Piano</i>. Los protagonistas de ambas son mudos y músicos vocacionales, en grados y de modos diferentes: la protagonista de El Piano es formalmente muda y se comunica por signos, Sainte Colombe no lo es, pero raramente dice más que monosílabos, y se considera “mudo como un pez”; ambos, en cualquier caso, tocan su instrumento porque sólo con él comunican lo que las palabras no harían más que confundir. <br />
En ambos casos, la mucha música que se ofrece es todo menos música de fondo; está ahí contra las palabras. Pero aún cuando es música de fondo no hay cómo medir cuánto de una película se debe a su música, y por eso el cine era sonoro aun en aquellos tiempos en que era todavía mudo, qué sería de aquellas escenas frenéticas de Keaton o Chaplin sin el misterioso hombre del piano sentado bajo las imágenes. El cine se aviene mejor a tratar de la música que a tratar de la pintura: hacer cine sobre un pintor suele consistir en contar el drama de su vida (más vale, así, que el pintor haga gestos dramáticos, que rasgue sus cuadros o se corte una oreja: mientras se dedica a pintar puede aburrir), o si no en convertir sus cuadros en pinturas vivientes, en recrear en imágenes que se mueven una realidad que por su colorido o su composición evoquen sus cuadros, lo que puede sugerir esa idea engañosa de que esas visiones son así porque las recogió en su entorno, no porque supo crearlas. <br />
Cine y música se combinan de otra manera: la imagen y el sonido tienden un puente sobre las palabras para no tocarlas. <br />
<a href="http://3.bp.blogspot.com/--boi5IZXwhs/UrIsVl-eG9I/AAAAAAAAApo/6Fl_mUYAq9U/s1600/DSCF1370.JPG" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://3.bp.blogspot.com/--boi5IZXwhs/UrIsVl-eG9I/AAAAAAAAApo/6Fl_mUYAq9U/s320/DSCF1370.JPG" /></a><br />
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<b>Música</b> <br />
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Me contaron que John Cage, el músico inglés, experimentador impenitente, se encerró una vez en una cámara insonorizada para conocer el silencio absoluto. Pero no lo encontró: a falta de ruido externo, la maquinaria del propio cuerpo pasaba a primer plano, y se hacía estruendosa. Sangre corriendo por las venas, el aire silbando por sus conductos. El corazón se hace oír incluso fuera de esa cámara. El oído es un sentido despótico: taparse los ojos para no ver es una acción muy efectiva, quien se tapa los oídos para no oír consigue muy poco. No cuesta tanto aceptar esa paradoja, que ya alguien se ocupó de exponer, de que la música, más que organizar sonidos, crea el silencio: en lugar de ese ruido informe que se cuela por todas las fisuras, ahí está la música: un timbre suena y el otro calla, las escalas seleccionan unas notas y evitan otras entre todos los sonidos posibles, y sobre todo ese eslabón que ata la música al cuerpo y a sus tiempos: el ritmo, la cadencia, que no es más que una prestidigitación que hace aparecer, en medio del sonido, brotes de ese silencio que no existe. La música no es lo contrario del silencio, sino lo contrario del ruido.<br />
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<b>Pintura </b><br />
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Claro que la pintura prescinde de palabras, pero es un mutismo sólo aparente. Los pintores podrían dividirse en dos grandes categorías: los que pintan algo que invita u obliga a hablar por ellos, y aquellos que por el contrario dijeron alguna vez -y si no lo dijeron podrían haberlo dicho- que todo lo necesario ya lo habían dicho con sus colores o sus líneas. Confieso que, por mucho que aprecie a tantos de los primeros, prefiero los segundos. Hay muchas pinturas hechas para exponer discursos: casi toda la pintura renacentista se elaboraba sobre un boceto verbal: cada figura significa algo, como cada gesto que hace, como cada objeto que lleva en las manos o sobre la cabeza. No son cuerpos desnudos en un bosque o flotando en el aire, es un silogismo sobre el alma, la fe o la virtud. Unos siglos después las personas siguen admirando los cuadros a pesar de que han olvidado esas peroratas, o más bien porque las han olvidado. Algo semejante, pero al contrario, ha acabado sucediendo con buena parte de las artes plásticas de cien años acá; el público no especializado se queja de que no la entiende, y no es culpa suya. Porque es arte visible, pero no hecho para mirar, sino para que se hable de él. Habrá que ver qué ocurre con él en un día lejano cuando la cháchara de los críticos aburra no sólo al público corriente sino también a los propios críticos. Me gusta esa pintura de la que resulta difícil hablar. <br />
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<b>Literatura</b><br />
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El inconveniente de la literatura está en no tener cómo callarse. <br />
Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-49452132724570356732013-12-13T12:14:00.001-02:002013-12-13T12:14:44.550-02:00Vegetarianismo para caníbales<br />
Los caníbales son gente que se toma la comida en serio: les gusta saber lo que comen, en detalle. Comerlo con todos sus atributos: aspecto, nombre, adornos, personalidad. Mejor si habla con elocuencia. Quizás fue eso lo que más sorprendió a los europeos cuando se encontraron con los caníbales Tupinambá de la costa brasileña: se comían a sus prisioneros de un modo muy complicado, después de convivir con ellos un buen tiempo, con largas ceremonias, después de una lucha ritual en que el sacrificado se mostraba tan bravo y feroz que “parecía que era él quien se los iba a comer a todos” como dijo algún turista asombrado. <br />
Los herederos históricos de aquellos europeos nos hemos acostumbrado a comer de un modo diametralmente opuesto: borrando toda semejanza entre la comida y el ser de donde procede y reduciéndolo a algún tipo de principio nutritivo. Al cabo no comemos ya trigo, coles o carne sino calorías, fibras o proteínas. La pasta, ese refinado invento sino-italiano, viene a ser el hito fundador de la comida contemporánea, y su nombre lo dice todo: se trata de comer pasta, una materia prima sin más forma que la que le da un molde. El resto de la comida cada vez intenta parecérsele más: carne en círculos, pescado en barritas, verduras en cubos, mejor si no saben a nada especial: se les puede echar salsa de un tubo. Cierto que aún son legión los que no pueden vivir sin un buen chuletón, pero de esos sólo a una parte les gusta sentir que muge, a menos aún les apetece saber cómo se llamaba cuando estaba en pie, ni menos aún tener su foto al lado; a casi ninguno le apetecería estar presente en su muerte y descuartizamiento, y creo que a ninguno le haría la menor gracia que ese jugoso ternero de raza hereford pudiese, a su vez, matar y comer humanos. <br />
En fin, la verdadera diferencia entre nosotros (carnívoros o veganos, qué más da) y los caníbales es esa: los caníbales no creen que haya tanta diferencia entre nosotros y todo lo que nos rodea. Por lo menos no hay una diferencia que garantice que la nutrición ocurra en sentido único: todo ser vivo, plantas incluidas, se alimenta de otros seres vivos, o de lo que quedó de ellos, y de algún modo eso (qué ideas raras tienen los caníbales) nos iguala. Los caníbales suelen pensar que los otros seres vivos tienen ideas propias, y que en muchos casos esas ideas incluyen una afición por nuestra carne: otros seres humanos, otros animales, e incluso otros seres invisibles pero voraces: espíritus, virus, bacterias. Eso es lo que más les aparta de los veganos, que entienden que los humanos con DNI son predadores supremos incomestibles. Veganos y caníbales tienen, sin embargo, algo en común frente a los carnívoros corrientes; suponen que todo eso que pensamos en comernos tiene algo así como un alma, y que reducirlo a una pasta amorfa no es bueno, o no tiene gracia. El caníbal no es alguien capaz de comerse un ser humano como si fuese un filete, sino alguien capaz de comerse un filete como si fuese un ser humano. Considerando lo mal que se come (por exceso, por desvío o por defecto), lo mucho que se desperdicia, y las consecuencias fatales de todo ello, creo que los caníbales son un ejemplo digno. No digo que haya que comerse al dueño de la zapatería o a los hijos de los vecinos, claro está; me refiero a que hay que tomarse la comida en serio, como si el alimento fuese un vecino del barrio. Puede sonar irracional, pero más irracionales son las consecuencias de no hacerlo: producción industrial de carne, maíz, soja, trigo o pollos que consigue, a costa de un trato infame a todo lo comestible, crear alimentos cada vez más sosos que empanturran a media humanidad y dejan en ayunas a la otra media. Ética, o dietética, o gastronómicamente, los caníbales tienen sus meritos: comen lenta y conscientemente, saben que la comida no nace en envases plásticos; ni siquiera basta con pagarla, hay que cazarla. <br />
<a href="http://2.bp.blogspot.com/-Dzyjm_WBf78/UqsWL9mHTrI/AAAAAAAAApU/cGJo_YVy3R8/s1600/arcimboldo_fruits_and_vegetables.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://2.bp.blogspot.com/-Dzyjm_WBf78/UqsWL9mHTrI/AAAAAAAAApU/cGJo_YVy3R8/s320/arcimboldo_fruits_and_vegetables.jpg" /></a><br />
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Sospecho que los caníbales genuinos se han vuelto básicamente vegetarianos: por mucho que la agricultura siga prácticas tan nefandas como las de la ganadería, y nos hinche de química y de nostalgia por los tomates de antaño (y no es vana nostalgia: los tomates de antaño aún existen, y son otra cosa), aún es mucho más factible, y más factible para todo el mundo, devorar un puerro, un pimiento o una alcachofa que parezcan tales y digan a qué han venido. Una zanahoria, una seta o un melocotón se parecen más a un ser humano que un nugget o una hamburguesa, (y es también más fácil que alguien los críe con el respeto debido). Así que, y en tanto que el trato que le damos al planeta no nos lleve de vuelta a la animada época de las cavernas, el camino que le queda a un caníbal que pretenda seguir con aquella bárbara costumbre de comerse las cosas con su espíritu puesto es pasarse a las frutas y a las verduras. Los vegetarianos usan muchos buenos argumentos en favor de su doctrina, y no sé por qué se han olvidado precisamente de este. Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-66036164346681591572013-11-28T11:41:00.000-02:002013-11-28T11:42:58.239-02:00Arendt y la banalidad del Bien<br />
Con los años, Hanna Arendt ha ingresado en el panteón de los clásicos, así como su libro <i>Eichmann en Jerusalén</i> y la principal tesis de este, la de la banalidad del mal. No que la autora y sus obras no puedan ya ser discutidas, pero lo son de otro modo. La película de Margarete von Trotta sobre el tema (<i>Arendt,</i> 2011) enfoca el episodio Eichmann, central en la vida de su protagonista, pero quizás sea más interesante porque nos muestra, precisamente, cómo eran discutidas entonces, cuando la obra fue calificada como una apología del nazismo y su autora como un ejemplo de la perversión de los intelectuales. <br />
Adolf Eichmann comenzó su carrera siendo un cuadro muy modesto de las SS. En 1942 ascendió a un cargo importante, el de coordinador de la infraestructura de los campos de exterminio nazis, especialmente de la red de transportes que los alimentaban de víctimas; acabada la guerra, consiguió huir y se afincó con una identidad falsa en Argentina. Allí, en 1960, los servicios secretos israelíes lo localizaron, lo secuestraron y lo llevaron a un sonado proceso en Israel que acabó en la horca. En el juicio, Eichmann compareció como un símbolo del Holocausto, de un orden diabólico contra el que se alzaban, como acusadores invisibles, millones de muertos; él se defendió diciendo que había cumplido órdenes, e inundó el juzgado con interminables detalles administrativos, descripciones aburridas de un complicado engranaje del que él mismo, decía, no pasaba de ser una pieza. Mera táctica de defensa, se dijo: mentía. Arendt entendió, por el contrario, que esa era la pura verdad. Eichmann no necesitaba odiar a los judíos para enviarlos a las cámaras de gas. No era un genio sádico o un asesino furioso, sino un burócrata eficiente y puntual; un hombre cuya mediocridad no lo apartaba ni lo absolvía del mal, más bien servía para definir a este. Al Mal: mediocre también, rutinario, metódico, y de inmenso alcance. <br />
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-xb669fnhMs4/UpdHC3LthlI/AAAAAAAAAoY/mpGiDPTkWRY/s1600/eichmann.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-xb669fnhMs4/UpdHC3LthlI/AAAAAAAAAoY/mpGiDPTkWRY/s320/eichmann.jpg" /></a> <br />
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De entonces acá la tesis de Arendt se ha vuelto mucho menos sorprendente: la cantidad de información se ha multiplicado, los grandes procesos se convierten en espectáculos transmitidos por extenso o incluso en tiempo real, de modo que acabamos sabiendo demasiado de los criminales; lo bastante como para que comprobemos que, entre ellos, los genios del mal son más la excepción que la regla. Con frecuencia son figuras pacatas, grises, previsibles en casi todo; abundan los testimonios de quienes los tuvieron siempre por personas de bien, ciudadanos corrientes de los que nada así se podría haber sospechado. Y en realidad, cuando el crimen es muy extenso, como ocurre en los genocidios que no han dejado de ocurrir en todo ese tiempo, los asesinos están obligados a ser sujetos convencionales, capaces de obtener la confianza de una larga serie de otros sujetos sin cuya colaboración directa o indirecta el crimen no pasaría de anécdota. Un asesino con aspecto de asesino y modos de asesino es un monstruo artesanal que difícilmente rebasaría la marca de una o dos víctimas: la policía está atenta a ese tipo de individuos. Hitler, sus comparsas y sus numerosos émulos de todos los colores son recordados como dementes por causa de sus crímenes; pero pudieron cometerlos porque en su momento hubo demasiada gente que los encontró muy sensatos. Buenos vecinos. <br />
La tesis de Arendt es imprescindible para entender las barbaries contemporáneas. Y por eso, en la película, sorprende la violencia de la controversia: los insultos, las amenazas de muchos, y la incomprensión de los viejos amigos que por causa de ese juicio rompieron para siempre con la autora. ¿Como podían malentenderla hasta ese punto?<br />
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<a href="http://1.bp.blogspot.com/-GukW4qX8484/UpdHPLGkbeI/AAAAAAAAAog/AJEZYzmC8po/s1600/ob_dc8900_hannah-arendt-com-cigarro.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-GukW4qX8484/UpdHPLGkbeI/AAAAAAAAAog/AJEZYzmC8po/s320/ob_dc8900_hannah-arendt-com-cigarro.jpg" /></a><br />
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Las razones son muchas. Para empezar, si el mal puede realizarse, sin necesidad de instintos patológicos, mientras se cumple el deber o se cumplen las leyes o se realizan eficazmente las tareas que a uno le tocan, el peor crimen está al alcance de cualquiera; no tiene que esforzarse demasiado, sólo hacer lo que se espera de él sin pensar demasiado; y no hay orden político, por benévolo que sea, que no pida eso, precisamente eso, a sus ciudadanos. Que el Mal pueda ser tan corriente parece una noción muy antidemocrática, y la pasión (de Arendt, por ejemplo) de identificar sus matices puede entenderse como falta de compromiso político, como una frialdad arrogante, una desgana de participar de los sentimientos comunes; a Arendt, se diría ahora, le faltaba capacidad de indignación. Al Mal no hay que entenderlo, hay que odiarlo. Contra él deben unirse las personas de bien, y por eso las buenas causas tendrán que formularse en términos inequívocos: el público se desentiende de las causas si estas no se formulan del modo más simple posible, y los malos deberán ser ogros y los buenos ángeles, so pena de que nuestra ética, perdido en los matices, se vea reducida a la irrelevancia. El Bien, para poder enfrentar al Mal, tiene que hacerse tan a ciegas como él. Arendt no comprendió ese principio, y para empeorar las cosas, no ahorró críticas a los líderes judíos que, en su opinión, colaboraron en demasía con la matanza que al final les alcanzó también; y eso puede equivaler a culpar a las víctimas. Hurgar en las responsabilidades de las víctimas es algo que ofende, y ofende cada vez más, nuestro sentido moral, como si fuese una rebaja de la justicia. Por mucho que sea difícil imaginar otro modo de que la experiencia de las víctimas sirva para algo a quien no quiera convertirse en la próxima. <br />
Eichmann, y sus subordinados, y sus superiores, le hicieron mucho mal a la humanidad, a la que exterminaron y a la que quedó. Banalizaron un Mal aterrador, y con ello banalizaron también el Bien. Cuando acabó la guerra, la humanidad, herida con tanta barbarie, se dedicó con entusiasmo a redactar códigos morales, esos documentos de las Naciones Unidas que no son proyectos políticos porque se preocupan poco de cómo realizarse, pero que unas décadas más tarde han calado hondo y parece como si lo fueran: buena parte de lo que se entiende por radicalismo político es un moralismo exaltado que exige el cumplimiento de principios ideales dentro de un orden que impedirá que se realicen con la misma calma con que los deja proclamar. Se reivindica la autodeterminación, la igualdad y la diferencia en el seno de un juego totalizador que impone una lucha de perros entre seres uniformes: qué más da, con ética suficiente eso sería posible. <br />
No creo que nadie discuta a Arendt su lugar entre los clásicos del pensamiento político, pero me temo que, puesta a discutir las atrocidades de hoy mismo, cosecharía más insultos de los que cosechó en su tiempo. Va en aumento la capacidad de indignación con lo que ocurre, mientras se va perdiendo de vista cualquier alternativa al sistema que lo hace inevitable; véase la crisis. Y quienes manejan alguna rienda no ven mayor inconveniente en que unos les froten la ética en la cara mientras sus funcionarios se dediquen a hacer su trabajo, y mientras ni unos ni otros le demos muchas vueltas al asunto. La ética no se discute, los imperativos de la economía tampoco, y ambos coexisten sin entenderse pero en una cierta paz banal. Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-21389973999736014412013-11-20T11:46:00.001-02:002013-11-20T11:46:27.015-02:00Irracionales<br />
Hace unos meses participaba yo en un acto en favor de los derechos territoriales indígenas y contra la infinita expansión del agro-negocio brasileño, cuando se me ocurrió tildar a este último de “irracional”. Algún colega y algunos alumnos presentes me miraron con recelo: es como si la racionalidad estuviese al otro lado, al lado de las máquinas, del dinero, del desarrollo pese a lo que pese y de la conversión del planeta en una factoría sin fronteras, de modo que invocarla como aliada es contraintuitivo, casi de mal gusto. Por suerte, los indígenas presentes vinieron en mi auxilio: les han llamado, más de una vez y más de cien, irracionales, de modo que les gustó esa oportunidad de devolver el apelativo a sus adversarios: “irracionales, sí, como ha dicho ese profesor”. <br />
La Razón (póngansele mayúsculas, para saber de quién hablamos) ha adquirido muy mala fama entre buena parte de los humanistas, de los antropólogos en particular. Para escándalo de otros habitantes de la universidad, que miran ese antirracionalismo con sospecha. Hay que decir que la Razón se lo ha ganado a pulso, desde aquellos tiempos en que Robespierre la convirtió en Diosa Razón y le dedicó una fiesta cívica. Ha servido para justificar cosas muy feas -en su nombre se ha matado mucho, directa o colateralmente- y para extender otras muy tediosas: hasta los racionalistas convictos suelen pensar que la razón es aburrida. Ha prometido mucho, y muchas de sus promesas se han quedado en promesas, o en regalos envenenados; ha sido en general demasiado arrogante, pretenciosa y dictatorial. <br />
<a href="http://4.bp.blogspot.com/-1SFTLTxoi7c/Uoy847UrgnI/AAAAAAAAAoA/qb3SdESYUsg/s1600/fate_d10.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-1SFTLTxoi7c/Uoy847UrgnI/AAAAAAAAAoA/qb3SdESYUsg/s320/fate_d10.jpg" /></a><br />
(En la imagen, una instantánea de la Diosa Razón cuando joven)<br />
Pero hay que reconocer que sus dos siglos y pico de andadura le han hecho mella, cree un poco menos en sus posibilidades. Las ciencias en general, y las humanas en particular, muestran que la Razón manda mucho menos de lo que se suponía. Organiza, sí, algunos procesos, y se supone que debería organizar algunos más; se le hace mucho caso en la Ciencia (su propia casa, se supone) aunque no tanto como se piensa: se le hace trabajar mucho, sí, pero en provecho de no se sabe qué. Creo que ni su partidario más entusiasta es capaz de creer que la Razón gobierne el mundo; los especialistas debaten hace unas décadas si el universo juega a los dados o no, o sea, si lo que va ocurriendo del Big Bang acá sigue algún modelo racional o no, en el orden de las estrellas o en el de las partículas; y en cuanto a los asuntos más domésticos, esos con los que tratamos todos los días, de la política al trabajo a las amistades, ella tiene voz y voto, pero poco: la mayor parte se la llevan en ese caso deseos, intuiciones y sentimientos perfectamente irrazonables, o esa otra instancia que, como divinidad, le lleva varios palmos: el puro azar. <br />
Pero si la Razón no manda todo lo que se llegó a suponer, eso quiere decir que sus culpas son también menores. En particular, suponer que sea la Razón lo que mueve toda esa máquina de lucro, prisa y avidez que se suele llamar el mundo, es una infamia. Los humanistas parece que se han (nos hemos) habituado a invocar valores, aspiraciones, derechos y sentimientos contra los fríos designios de la Razón que esgrimen los que mandan, como si no nos diésemos cuenta de que esos señores ya hace mucho que han desistido de usar la Razón como argumento, a no ser de tarde en tarde y de contrabando; cuando hay que pagar deudas, por ejemplo. En general, se han vuelto románticos, y pregonan a todas horas el derecho a soñar sin límites, el deseo y hasta la lujuria. Podría decirse que eso no es más que marketing, y que en el fondo lo que sigue mandando es la Razón contable, pero más en el fondo aún toda esa agitación sólo puede deberse a una voluptuosidad muy poco racional de acumular cifras. Lo que justifica tanta especulación es el Deseo, un Deseo incontenible, especialmente de los muy pudientes, que también sueñan -y sueñan más fuerte- de tenerlo todo y de tenerlo ya, que se entrega a los peores excesos: magias financieras, útiles prejuicios y una fe supersticiosa en la omnipotencia de la técnica que un día nos librará de todas nuestras contradicciones y con un poco de suerte nos hará inmortales. Hay que ser muy adepto de convenciones retóricas ya añejas para no reconocer que la bandera que enarbola el nuevo orden mundial desde hace décadas ya no es la Razón, sino una especie de Líbido transgénica que en lugar de dedicarse a sus objetos corrientes (a fin de cuentas, las fuentes del gozo sensorial ni son tan caras ni son tan raras) se ha desviado perversamente en dirección a, yo qué sé, lo Imposible. <br />
Que los humanistas dejemos la Razón apartada en una papelera honoraria no sería tan grave si no fuese porque pretendemos que nuestros esfuerzos tengan alguna relevancia ciudadana: en ese caso, dejar de lado la Razón, aquello que sabríamos manejar mejor, para poner en la mesa sentimientos, es muy mala táctica. Nadie necesita de profesores para exponer los suyos, y los banqueros, los políticos y sus expertos en publicidad saben manipular mejor que nadie los de todos. Casi todas esas buenas causas que pretendemos defender apelando a buenos valores son, en realidad, muy racionales, y habría que dejarlo claro: en contrapartida, ya es hora de que se empiece a decir, con todas las letras, que los amos del mundo ha entrado en surto y necesitan urgentemente un calmante.Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-77702277140398620412013-09-23T22:59:00.000-03:002013-09-23T22:59:43.881-03:00Apuntes para un diccionario enciclopédico del mundo del libro<br />
Los rumbos de la industria cultural, y en concreto de la editorial, son a veces difíciles de entender, porque las palabras que los describen cambian de sentido con frecuencia. Después de haber publicado diez o doce libros muy diferentes por medios igualmente muy diferentes, creo que puedo ya ofrecer una modesta contribución a ese campo: un diccionario del que ofrezco aquí algunas primicias, en orden alfabético. <br />
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<b>Agente literario</b>: Surgido como abogado del Autor, y transformado después en auxiliar de la Editorial, el Agente Literario ha acabado siendo el representante físico del Lector Medio; en su nombre susurra al oído de la Editorial o del Autor qué es lo que deben publicar o escribir, que casi nunca es lo que el propio Agente, fuera de su horario de trabajo, considera interesante. Es la figura más poderosa del mundo del libro junto con el Distribuidor, pero por los motivos opuestos. La importancia del Agente reside en que no se encarga de nada concreto: no escribe, no invierte, no edita, no encuaderna y, en la medida en que va adquiriendo destreza, no tiene opinión propia. <br />
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<b>Autor</b>: Condición innata de los seres humanos en sentido amplio. La autoría consiste en la relación entre un sujeto y lo que él produce, sean textos, patentes o melanomas: los avances digitales han facilitado que el autor dé a público cualquiera de estas producciones, ascendiendo a la categoría de autor publicado. <b>Autor Publicado</b>: Dícese del autor que se queja de la cantidad absurda de títulos que se publican diariamente (doscientos títulos en español al día, según estimativas del sector antes de la crisis).<br />
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<b>Best-Seller</b>: Ejemplo de las paradojas cognitivas de los grandes divisores. Desde un ángulo (el de autores que no han escrito best-sellers) el best-seller es algo dado como un montaje; desde otro (agentes, editoriales y lector medio) el best seller se monta como algo dado, o sea como un fenómeno natural, o incluso sobrenatural. El momento en que tiene inicio la vida de un best-seller suscita polémicas semejantes a la de la humanidad del feto: para algunas mentalidades arcaicas, esa condición sólo puede ser efectiva un buen tiempo después del parto; para algunos movimientos pro-vida, por el contrario, el best-seller ya es tal desde el mismo momento de su concepción. Ejemplo: “El jueves, lanzamiento del próximo best-seller de XXX”.<br />
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<b>Calidad del libro</b>: a) Para el Autor: atributo definidor de la propia obra, especialmente la no publicada b) Para el agente literario: dato relativo, al que se puede atribuir cualquier valor, equivalente a la incógnita en las ecuaciones matemáticas. c) Para la editorial: todo aquello que resulta secundario en comparación con su propia capacidad de vender el libro. Difundir libros de gran calidad pondría en entredicho la eficiencia de la editorial, que sólo muestra toda su potencia cuando consigue vender cualquier cosa. <br />
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<b>Críticos Literarios</b>: Antiguo mandarinato del mundo del libro, despojado de sus responsabilidades y de su poder, pero no de todo su prestigio, por la democratización de la cultura. Equivalente de las viejas aristocracias en los regímenes republicanos, sus miembros se dividen entre reaccionarios nostálgicos y entusiastas del nuevo orden, dueños de acciones de esos grupos editoriales que publican cosas en su opinión imprescindibles. <br />
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<b>Derechos de Autor</b>: Canon cobrado por el usufructo de una obra, que remunera el trabajo de agentes, plataformas editoriales, abogados, sociedades de herederos, y, en casos muy excepcionales, autores. <b>Piratería</b>: dícese de la pretensión de sectores del público de usar sin pagar una obra con derechos autorales vigentes; las leyes la prohiben por configurar intrusión en una actividad reservada a profesionales habilitados.<br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://2.bp.blogspot.com/-9rdCB8h3oF4/UkDxfL55CaI/AAAAAAAAAl4/5ZTRcHxitqc/s1600/muro+de+libros.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://2.bp.blogspot.com/-9rdCB8h3oF4/UkDxfL55CaI/AAAAAAAAAl4/5ZTRcHxitqc/s400/muro+de+libros.jpg" /></a></div><br />
<b>Distribuidor</b>: Al decir de todos los otros actores, verdadero núcleo de poder en el mundo del libro. Ese poder reside en que controla los recursos estrictamente físicos (volumen, espacio, peso, tiempo) de un universo dominado por la insoportable virtualidad del ser digital. Los otros actores se esfuerzan en dotar a sus libros de ventajas impalpables, pero el distribuidor dice la última palabra levantando en la puerta de las librerías murallas macizas de cualquier cosa que quiera vender. En razón de la estabilidad química del libro físico -que no se pudre ni agria, y sólo se quema si algún otro distribuidor le ayuda- los distribuidores se benefician de una ignorancia cuanto más crasa mejor. Un distribuidor de cebollas o fertilizante necesitará de un grado de discernimiento que en un distribuidor de libros sólo serviría como desvío de atención. Si, como se rumorea, la distribución de libros en España es controlada por la mafia rusa, eso debe atribuirse exclusivamente a su desconocimiento del alfabeto latino.<br />
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<b>Editor</b>: Émulo de Dios en el mundo del libro. Al igual que su equivalente religioso, se rumorea que ha muerto. Deplorado tradicionalmente por su autoritarismo, o sea por aspirar a un punto de vista absoluto, en la actualidad es recordado con nostalgia por muchos que estiman que en el mundo del libro falta cualquier punto de vista propiamente dicho. <br />
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<b>Editorial</b>: Originalmente creada como empresa productiva y con fines de lucro, la Editorial se ha convertido a lo largo de estas últimas décadas en una empresa del sector de servicios y con fines de subsistencia. En otras palabras, antes le vendía al público los libros de los autores, ahora le vende público a los autores de los libros. <b>Editorial de Auto-Edición</b>: aquella que asume sin coartadas su nueva condición de prestadora de servicios. <b>Gran Editorial</b>: Aquella que aún llega a vender libros al público, por medio sea de su poderosa infraestructura, sea de su habilidad para venderle público a autores capaces por sí solos de vender sus libros. <b>Editorial Universitaria</b>: Editorial especializada en tareas complejas: con costos de producción mínimos (sea por subvenciones, sea porque no paga a la mayor parte de sus colaboradores) y un público cautivo, la editorial universitaria debe alcanzar los precios más altos del mercado sin abdicar de ser deficitaria. Las editoras universitarias británicas son, en este sentido, una cima difícil de igualar. En las últimas décadas, las editoras universitarias han empezado a interesarse por libros de mayores posibilidades comerciales, sin renunciar por ello a su férrea voluntad de no venderlos. <b>Editorial Independiente</b>: Desvío fundamentalista de la labor editorial; interpretación literal del papel cultural de las editoras.<br />
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<b>Lector</b>: Entidad-blanco del mundo del libro. Oficio en vías de extinción, por lo pronto no remunerado. Alter-ego samaritano o cooperativo del autor, que lee libros de otros por compasión, o a la espera de compensación. <b>Lector Medio</b>: Centro virtual del negocio de la edición. No existe físicamente, pero los lectores reales son llamados a encarnarlo al grito de “aclamado por más de diez millones de lectores en todo el mundo”. Ocupa, en el mundo del libro, un lugar semejante al de la conclusión del tubo digestivo en el reino animal: no existe en sí como órgano, pero confluye hacia él lo que producen todos los otros órganos. <br />
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Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-26597284423050418172013-08-27T14:21:00.001-03:002013-08-27T14:22:36.865-03:00Médicos sin fronteras y médicos sin límites<br />
Las asociaciones médicas brasileñas están haciendo casi todo lo que está a su alcance (pero aún no han recurrido a las armas) para obstaculizar el plan “Mais médicos” del gobierno federal. Se trata de llevar médicos extranjeros (portugueses, españoles y cubanos sobre todo, amén de brasileños formados en otros países) a las regiones del Brasil donde no hay médicos. Donde no hay suficientes médicos o, simplemente, no hay médico alguno. Y no hablo de regiones del Amazonas, del tamaño de un Benelux o dos, donde hay tantos médicos como osos polares, sino de la mayor parte del interior del Brasil, e incluso de barrios de las mayores ciudades un poco alejados del centro. El Brasil tiene dieciséis veces la extensión de España, pero el Brasil donde hay un médico al alcance de una urgencia (no sé si alguien ha hecho ese mapa) quizás no tenga el tamaño de Portugal. No se trata sólo de médicos: en general, los profesionales son seres concéntricos que prefieren el paro en el núcleo al empleo en la periferia.<br />
Pero los médicos (algunos, por lo menos) están furiosos, y mucha gente no entiende por qué. La Federación Brasileña de Rugby está haciendo lo mismo que el Ministerio de Sanidad: no tiene jugadores para las próximas Olimpíadas y se ha puesto a buscarlos por el mundo. Los jugadores nacionales no parecen haberse opuesto, y eso que los advenedizos entrarán, probablemente, en la selección nacional, mientras que los médicos importados irán a lugares donde los médicos nacionales no quieren ir; y los cubanos, en particular, allí donde ni siquiera los importados quieren: al Nordeste y a la Amazonia. ¿Por qué los médicos reaccionan con más empuje que los jugadores de rugby? <br />
Bien, los médicos niegan que les mueva la xenofobia o el interés económico, y seguramente serán sinceros. Los intrusos irán a parar a rincones que su régimen de trabajo apretado ni siquiera les permite saber dónde quedan, y allá cuidarán de gente que no sabe qué aspecto tiene un facultativo, y menos aún sabría cómo pagarle. El interés corporativo de la clase tampoco debe hablar muy alto, porque ni siquiera los alumnos de los alumnos de sus alumnos de medicina de hoy llegarán a ser tantos como para tener que dejar la metrópolis para cuidar de los tísicos en Sertão de Dentro, Piripiri, Epitaciolândia o algún otro punto de esa infinita topografía pobre.<br />
Entonces, la única explicación que queda es la peor de todas las posibles: <i>que los motivos verdaderos de su oposición sean precisamente los que ellos exponen</i>. Que se pueden resumir en los siguientes: los médicos importados pueden, quién sabe, no alcanzar el grado supremo de calidad; y aunque lo alcancen se verán obligados a trabajar en condiciones muy lejos de las ideales, y en un caso u otro, o en la suma de los dos, el gobierno estará, como siempre, ofreciendo servicios precarios a la población precaria, con el torpe propósito de asegurarse sus votos. <br />
El argumento, claro está, sólo puede ser acertado: nadie duda de que la clínica de los cubanos en el interior del Piauí no será ni el Hospital Sirio-Libanés de São Paulo ni el Vall d'Hebrón de Barcelona, y que los vecinos del lugar votarán del mismo modo que si lo fuese. Pero esa verdad tan cruda oculta otras dos bastante peores.<br />
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Una es el triste uso de la corrupción del estado como antipanacea, o como disculpa. Una vaga convicción de que, si no fuese por la corrupción, nuestros impuestos serían suficientes para ofrecer servicios públicos de calidad exorbitante, e incluso para no tener que pagar impuestos. Si no fuese por la corrupción, parecen decir las asociaciones médicas, en lugar de ese plan rácano el gobierno podría ofrecer hospitales de vanguardia hasta en el último rincón de la selva, y dar a los médicos sueldos dignos de corruptos. Sí, la corrupción es una hemorragia: pero sospecho que incluso sin ella los recursos tendrían también límites. Así, la corrupción de la esfera pública es a veces un pozo sin fondo de donde los ciudadanos privados pueden sacar un caudal inagotable de coartadas para su elitismo, su indiferencia y hasta su corrupción privada.<br />
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<a href="http://1.bp.blogspot.com/-pMYWAsqZlCE/Uhzf_VXez7I/AAAAAAAAAko/UN-FFwowBl8/s1600/coolest-house-1.jpg" imageanchor="1" ><img border="0" src="http://1.bp.blogspot.com/-pMYWAsqZlCE/Uhzf_VXez7I/AAAAAAAAAko/UN-FFwowBl8/s320/coolest-house-1.jpg" /></a><br />
La otra es que la medicina, a fuerza de superar sus fronteras una y otra vez, se ha convertido a una especie de ideal circense: lo suyo son los síndromes inauditos y las técnicas prodigiosas. Lo que subleva a las asociaciones médicas es que una parte considerable del pueblo brasileño siga muriéndose o tulliéndose por enfermedades obsoletas que se pueden arreglar con un estetoscopio y un par de jeringuillas; enfermedades, digamos, con escaso valor añadido y cotización nula: infecciones, hepatitis, cagaleras. ¿Y para eso ha avanzado tanto la medicina? En lugar de entender que un sufrimiento más pobre pueda necesitar a ratos una medicina más modesta, prefieren prescindir de ese sufrimiento subdesarrollado. Es el problema del dinamismo de nuestra civilización: a veces sus creaciones avanzan tanto que no son útiles para nadie, salvo para el mejor postor. Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2779492811479063031.post-83824779383531057852013-08-25T13:17:00.000-03:002013-08-25T19:41:16.921-03:00Números<br />
El prestigio de los números, sobre todo de los números estadísticos, debe residir en su solidez. Si yo salgo un día en este blog diciendo que el mundo se va a la mierda y rápido, eso no pasa de una expresión subjetiva de nula significación más allá de mis cuatro paredes: probablemente he tenido un mal día. Si el Instituto Gallup revela que un 10% de la población del globo opina que el fin del mundo está cerca, eso es serio: a fin de cuentas, ese 10% significa millones y millones de sujetos, y algo serio (que convendrá identificar) ha pasado para justificar ese aumento global del pesimismo. Los números, sobre todo esos números impracticables (0,75 de cada diez hombres morirá de tal cosa en tal lugar) parecen tenaces, difíciles de mover: si no, redondearían por lo menos. Otros son fatales: la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano terrestre seguirá midiendo un metro aunque todos votemos en contra, Pi seguirá valiendo 3,1416 etc. con una arrogancia insuperable. Los números son serios. <br />
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<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="http://4.bp.blogspot.com/-YW_wavazV-c/Uhot7vvIsjI/AAAAAAAAAkY/D3L2qYnQIUc/s1600/numeros.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="http://4.bp.blogspot.com/-YW_wavazV-c/Uhot7vvIsjI/AAAAAAAAAkY/D3L2qYnQIUc/s320/numeros.jpg" /></a></div><br />
Por eso resultó sobrecogedor hace unos pocos años que compañías poderosísimas, cuyo capital superaba al tuyo y al mío como el sol supera a un mechero bic, se volatilizasen de un día para otro. Y, casi aún más sobrecogedor, que la aprobación del gobierno de Dilma Rousseff en Brasil, que no andaba lejos del 80%, cayese de una encuesta para otra en casi un 50%. La mitad -o casi- de la población brasileña pasó de considerarlo bueno u óptimo a considerarlo malo o pésimo. Ya era notable que tantos se mostrasen tan contentos, en un país donde desconfiar del gobierno es una costumbre arraigada y, por desgracia, no arbitraria. Más notable aún teniendo en cuenta la amplísima parcela de los medios de comunicación que está alineada con la oposición. Más aún teniendo en cuenta que Dilma daba motivos de descontento a muchos tipos de gente: a los de derechas-derechas, a los de izquierda-izquierda, a los críticos del desarrollismo, a los religiosos, a los laicistas, a los que detestan que el estado gaste en subsidiar la ineficiencia de los otros, etc. etc.<br />
Y si era notable tanta euforia, ¿qué decir de lo que la ha sustituido? De un día a otro todo lo que era flores se ha vuelto espinas. Y no porque el gobierno haya pasado a hacer las cosas peor, o mejor, o de modo diferente. Ni porque haya reprimido brutalmente a los manifestantes: los porrazos que recrudecieron las manifestaciones de junio venían de policías al mando de gobernadores de la oposición. No, el gobierno sigue igual, es la gente la que ha cambiado de opinión, y eso sólo sorprende porque ha ocurrido de golpe. <br />
Hummm... en este mundo todo está sujeto a continua mudanza, como decía Don Quijote. Pasa a todas horas. En otros tiempos, los conservadores opinaban que la democracia era inviable porque la opinión de las masas es volátil: pide la cabeza de quien aclamaba la víspera. Después, pasaron de menospreciar esa actitud a aprovecharla en lo posible, y dejaron el menosprecio para los progresistas, que hablan con gusto de la manipulación de los medios de comunicación y de otros titiriteros que están por detrás de todo lo que ocurre. <br />
Tiendo a pensar que quizás no se trate de un problema ni de política ni de psicología de las masas, ni de ningún otro aspecto de las cavilaciones humanistas, sino de matemática. De estadística, o de pura matemática. No de la realidad como tal, sino de esa otra realidad más resumible que son los números que dicen compendiar la realidad. Como fui un pésimo alumno de matemáticas no sé definirlo bien, pero sospecho que la volatilidad no es tanto un atributo de las masas como de los números -que son el definidor de las masas, no habría masas sin ellos. Los números, que son demasiado limpios como para retratar sentimientos demasiado ambiguos; que producen efectos fantásticos (que se lo digan a los contables) que todos nosotros, no sabiendo matemáticas, confundimos con efectos de lo real que no es número, que crean mayorías, minorías, medias, medianas, con las que nos guiamos porque las matemáticas son sólidas, pero sobre todo son arcanas. Mis colegas de profesión -sociólogos, historiadores, antropólogos, filósofos- cuidan de su huerto, muy de buena fe, cuando dicen que la formación humanista y política es esencial para crear ciudadanos libres y autónomos. Pero yo sospecho que aún más útil para eso sería que aprendiésemos matemáticas, que supiésemos de qué tratan y qué dicen los números cuando suponemos que nos retratan ese mundo de ahí fuera. Oscar Calaviahttp://www.blogger.com/profile/09677253142540494530noreply@blogger.com1